Malvada Locura 2 (segundo relato de la serie Malvada Locura)

Malvada locura-2
Segundo relato de la serie Malvada Locura.

Título: Malvada locura-2 (segundo relato de la serie malvada locura)
Autor: Vicent Cavalo
E-mail: vicentcavalo@gmx.es

Me despierto con el cuerpo tenso, tiritando, cubierto de sudor sin saber muy bien donde estoy. Cada noche la misma pesadilla, acosándome como una maldición y cuando despierto: ese dolor. Un dolor venido de las vértebras que me hiela por dentro. Sentado en la cama enciendo un cigarro. Tres, cuatro, cinco caladas desesperadas se suceden una tras otra. Abro aún más los ojos en la oscuridad para asegurarme que él no está ahí, a mi lado, en silencio, observándome.

Para asegurarme que todo ha sido sólo una pesadilla y que ahora estoy a salvo. Aunque no me siento a salvo, ni despierto, ni tan siquiera vivo, tan sólo aterrado, con la sensación de que algo terrible está a punto de suceder. No puedo evitar pensar en ello, imaginar qué será y cuanto más pienso en ello, más atroz es el circo de crímenes que desfila por mi mente. “Anda, duérmete, Alf”, murmulla S medio dormida. Dios, parece una lombriz raquítica y legañosa intentado estirarse en la tela de una araña. Se agita, abre y cierra los ojos, murmura, intenta atraerme hacía ella… inquieto e indiferente, observo como lentamente ascienden en el cielo los primero rayos de luz, abriendo una fisura en la oscuridad que se va retirando. De alguna parte llega el carraspeo difuso de un transistor, eufórico, como todas las mañanas, como si no hubiera habido un ayer, una noche larga y profunda llena de sueños rotos y pesadillas que durarán el día entero, hasta que se apaguen las luces y todo vuelva a empezar, justo donde terminó la noche anterior.
Siento en el pie un roce frío y algo punzante que me produce un escalofrío. Miro hacia abajo, detenida, sobre mi pie, hay una cucaracha enorme moviendo sus antenas arriba y abajo. Por unos instantes me quedo mirándola embobado, siguiendo el movimiento de sus antenas. Me pregunto si tendrá ojos y como serán. Picado por la curiosidad, decido cogerla. La agarro suavemente entre mis dedos. Para mi sorpresa no se inquieta, ni hace nada por escapar, se mantiene absolutamente impasible, moviendo sus antenas mientras la acerco a mi rostro para verla de cerca. De pronto, me parece una criatura maravillosa; de pronto, pienso que podría cambiar mi alma por la suya; de pronto, pienso que he encontrado el secreto mejor guardado de Dios; de pronto… escucho un grito terrible. S, tras mía, pega un salto en la cama, se tapa hasta el cuello, me mira espantada con los ojos bien abiertos. “¿Qué haces, Alf? ¡Suelta ese bicho!… ¡Mátalo, mátalo, mátalo!…”, grita histérica. Yo no sé que hacer, me limito a mirarla, con la cucaracha montada en mis dedos, pegada a mi cara, avergonzado como un necrófilo sorprendido en plena faena. “Sólo quería ver sus ojos”, tartamudeo casi sin voz. “¡Dios mío!”, grita ella furiosa, queriendo decir algo, pero no puede, le faltan las palabras. Su rostro se arruga, se tuerce y, finalmente, se dilata. Puedo ver en sus ojos que le doy lástima y miedo. “Esto no puede seguir así”, me dice lenta y pesadamente.
Se levanta de la cama y corre a por su ropa. Su cuerpo desnudo, cruzando la habitación, aparece iluminado aquí, ensombrecido allí y, sin embargo, no pierde uno solo de todos sus matices, como si ella fuera ese nexo imperceptible entre la luz y la oscuridad, que se mantiene invariable en ese punto concreto en que lo uno se encuentra con lo otro, sin ser absolutamente ninguno: es principio y fin. Principio y fin, principio y fin, principio y fin… estas palabras se quedan retenidas en mi mente, chocan entre sí, como si quisieran abrir un espacio que no saben que ya existe en algún confín de mi psique en el que estuve hace ya mucho tiempo, cuando todos me hablaban y yo no decía una sola palabra, porque las palabras sufrían. Oía como gemían y les daba descanso. Las enterraba en mi mente, las silenciaba para que no sufrieran jamás y ahora, todos esos silencios contenidos en lo profundo, han despertado de su reposo. Parpadean ante los resquicios de una nueva luz que lucha por llegar a ellas, allá en el fondo; el principio necesario que define el fin de todas las cosas que he mantenido impronunciables.
“De verdad, Alf, esto, esto… no puedo con esto”, murmura ella desde el otro extremo de la habitación, con la mano en el pomo de la puerta. “A veces… no sé que… ¿quieres que hablemos?”, le pregunto sin mucha convicción. “Todo esto me supera, Alf, no es sólo esto, es… es todo… ¡No estás bien!”. Abre la puerta y se va con la mirada triste, tal vez pensando en no volver jamás, tal vez pensando en correr a consolarse en los brazos de su ex, un capullo engreído de aspecto impecable, aburrido y avaro que, sin duda, no coge cucarachas del suelo… me importa un carajo, y puede que sea cierto o puede que no: no lo sé.
Me dejo caer en la cama mirando al techo, alienado, pensando en las canas que me han empezado a salir, en los kilos que he echado, que debería de afeitarme, que debería de comprarme un pantalón nuevo que haga juego con esa camisa verde… Antes no pensaba en estas cosas, ahora, no hago otra cosa. Hasta he aprendido a disfrutar de estas trivialidades. Hace años me detenía a meditar en cosas importantes, de todas las formas posibles, ahora ya no, me niego a pensar. Más bien, trato de deshacerme de toda la mierda que he ido engullendo con los años.
Con disgusto miro el cajón en el que tengo bien oculto esa especie de Golem al que he ido dando vida en los últimos años con mi puño y letra y que soy incapaz de terminar, pensando que debería de lanzarme a pelear con él, pero no me atrevo siquiera a dar un paso más. Cuando lo pienso, siento que estoy ante algo que me ha sobrepasado, que piensa y respira por sí mismo y que no tengo ningún derecho a interferir.
El techo… vuelvo al techo, bajo por las paredes, descubro que S no está, he olvidado que se ha ido, ¿se habrá ido para siempre?, ¡qué más da! S es tan sólo otra sombra más que se escurre por la pared, mi vida entera está allí ¡Silencio! Aunque el silencio nunca es completo ni bajo tierra, siempre queda un eco, un cosquilleo que, de pronto, estalla y se convierte en un pandemónium de ruidos. Surge así, de pronto, cuando estoy solo. Todo y todos siguen ahí, nadie se ha ido, nada ha dejado de ser, me rodea, tronando como una orquesta macabra. Es para volverse loco. No sé como lo aguanto. Revivo toda mi vida en un solo acto, en una sola voz echa de muchas voces, con una sola palabra en sus labios sostenida hasta la extenuación… y de repente, se esfuma, sólo queda mi propia voz, retumbando en mi cabeza sin que entienda lo que dice.
De pronto, recuerdo que esta mañana tenía que hacer algo importante, pero no recuerdo que es. Tampoco pienso mucho en ello. Me levanto y dejo caer la aguja del tocadiscos al azar… “Lonely people burn like candles…”, entona un coro de voces venido de un tiempo antediluviano. Pienso en Thule, en Avalon, en Shambala, en todas esas tierras misteriosas ocultas en algún confín del planeta. En el espejo, mi reflejo parece caer a mis pies como si el cristal me expulsara de su interior sin vida, y después de mí, olas rugientes que traen más cuerpos sin vida hasta mi habitación, extendidos en el suelo con los ojos abiertos. Parece que la vida, aún ronde sus corazones. La música suena, la luz se rasga, mi sangre corre con fuerza, en el aire algo queda del perfume de S… parece el principio de algo bueno, eso me da valor.

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