Estaba en bastante silencio, ultimando un poema sobre las cosas de la vida, algunas, las pequeñas y corrientes; y escribiendo cerca de la ventana casi a un palmo y medio, y mirando el cielo ahí delante; y dicen que es grande oscuro de noche, se engrandece cuando no lo vemos cuando a oscuras dormimos, la imaginación, la ciencia, lo hacen muy grande muchos y muchos pájaros tienen allí espacio; pues cerca de la ventana ahí delante, extendido ahí arriba como una idea fija una idea de varios lados, con su color característico según la noche el día el sol la nube.
De sus moléculas surgía la lluvia seca, el bochorno humedal en el cercano entorno; y entonces cuatro pájaros no palomas no, no gaviotas, tampoco; no buitres, no carroñeros, no; no cuervos ni urracas, no patos de estanque tampoco, no.
Avisté pues, tales seres voladores no identificados, y el poema se detuvo se contuvo, se aplazó, y me asomé, en pie, y no tenía un mirador que catase lejos no, y no acerté a finalizar tal poema acaso fluyera, ya no, pues absorto como una narradora imaginativa visualizando un acto de artesano arte puro.
Y lo dejé así, y las aves que no identifiqué no pude, marcharon, y quedó el poema como con la boca abierta a la espera, y entretanto las aves, el cielo las hizo, diminutas en dimensión pequeñez, en remoto desaparecer, dispar algún lugar, por allá a lo lejos.
Y tal vez en algún más allá de estos o de aquellos en lo bendito inexplicable.
Y ya nada advertí, nada, nada más.
Y el poema no protestó, fiel quedó.