Cuando se alcanza ese momento en el que los jóvenes universitarios asumen su “derecho” a ir o no a clase, la vida académica se reduce a las presencias en los exámenes, el fotocopiado de apuntes, el pequeño esfuerzo para sacar el mínimo…y poco más. Estudiar se ha convertido en una “salida” para unos años. Luego…pues la vida es tan plural que podemos aparecer en el pináculo de una iglesia contando huevos de cigüeña. ¡No lo sé! La calidad y el compromiso con el conocimiento se disuelve en muchos sectores de la universidad. No se puede obligar a las familias a financiar un “crucero de calle en calle, de bar en bar y de cenas por compromiso” porque se está en la “edad del estudiante”. Es un tópico como otro cualquiera. No se desea estudiar porque no gusta, porque la inteligencia se queda ahí, en ese espacio reservado al descanso en el sofá y la musiquita en los oídos, como dos conexiones con el más allá del efecto placebo.
Es doloroso no poder sentir que el conocimiento es la aportación urgente de todos en favor de todos. No se estudia para acabar derrumbando cinco años a fuerza de malos apuntos y el “enorme sacrificio de no dormir un par de dias”. Esos exámenes son ficticios, no saban a nada, son respuestas típicas y tópicas. Y la desesperación no cuenta cuando se exige que se dé una respuesta personal y de estudio porque es un deber. ¡¡¡Eso ya es harina de otro costal!!! Yo estoy aquí casi por accidente…(es una desconcertante respuesta). De todas formas no generalizo; me detengo para reflexionar sobre el “colectivo de los del sofá y el finde, el apuntito en rojo y naranjita y el móvil para quedar después…”