I
Ya no cabía duda ni lugar a especulaciones, de que él no la deseaba. Ella llevaba años en silencio y justificando su desgana con cualquier tipo de excusa, que, aunque ninguna de ellas evidenciaran una razón para tan desmedida desidia , al menos, le servían para conseguir conciliar el sueño y no darle más vueltas al asunto.
Una noche no pudo más y se lo dijo entre sollozo y sollozo: ” ¿por qué no me deseas?, “¿has dejado de quererme”?, “¿qué pasa, no te resulto atractiva?”, “¿o es que tienes a otra?”, “llevas años sin tocarme…”.
La cara de él no mostro ni sorpresa, ni indignación, ni dolor ante el llanto de su mujer, tan solo dijo con la voz calmada, pausada y neutra: “¿desearte?, por favor, careces por completo de imaginación…, me aburre follar contigo, me resultas ínsipida, nunca me sorprendes…. Al principio… no eras así, así que deja de lamentarte y dejemos el tema en paz”.
Durante varias semanas, las frases que escuchó aquella noche estuvieron clavadas como púas envenenadas en todos y cada unos de los rincones y recovecos de su alma y de su feminidad. Pasaba horas mirándose en el espejo escudriñando cada pedacito de su cuerpo, llorando, volviendose a mirar y volviendo a llorar.
Pasaban los días y las noches y fue olvidando las palabras más hirientes y heladoras que había escuchado jamás. Todas, menos una: “imaginación”.
II
Imaginación.¿Era ella la que debía de tener imaginación?, si era así… la tendría.
Entró en el baño mientras él, ya en la cama del dormitorio, terminaba de repasar su agenda. Ni pensó ni calculó nada, solamente llevaba en la mano la cajita de pinturas de cera de sus hijos.
Se recogió el pelo con una pinza plateada y brillantes de fantasía incrustados en ella, se puso los zapatos de tacón de corte salón, y comenzó a calentar con un encendedor un poquito las ceras. Dejó que su mano fluyera por entre las barras de pintura y las dejaba discurrir tintando su cuerpo sin mas complicidad y colaboración que su propia sonrisa; rojo geranio en los pezones , círculos naranjas redondeándolos y un fino trazo color amario recorriendo cada pecho mezclandose a su vez con el naranja; azul cobalto en el ombligo; azul celeste huracanando el vientre, distintos movimientos de la barra de pintura simulaban remolinos de aire y viento ;y verde esmeralda entremetiendose en su pubis . En los gúteos, una leyenda escrita en negro: “fóllame, mi amor”.
Ya no se miró al espejo. Y sin dejar de sonreír irrumpió junto a su cama. Su marido tardó tiempo en ser consiciente de la presencia de ella en el cuarto, pero cuando alzó la vista para mirarla su boca se abrío apunto de exclamar que lo nunca exclamó. Con los ojos clavados en ella y sin poder apartarlos, fue notando como su excitación crecía vertiginosmente, mientras ella, se giraba sobre sí misma; le mostraba la espalda, la sonrisa, los pechos, el vientre, bailaba, se contoneaba, reía… Hacía mucho que él no sentía tan excitado y saltó de la cama en solo movimiento; soltó la agenda, se quitó las gafas y se plantó frente a ella, que, mientras continuába ofreciendole aquella danza sensual le entregó la boca esperando que él se la comiera.Pero su excitación tomó repentimanete otro rumbo; “¿desde cuando eres una puta?”, “miraté pareces una zorra loca”, “ahora sí que me das asco”…
Antes de que consiguiera entender lo que él decía, caía al suelo desplomada y rota de varios golpes; uno en la mándibula, otro el la cabeza y un último en el abdomen.
III
Esta vez pasó mucho más tiempo. Primero, y con la ayuda de él, se fue recuperando poco a poco de las lesiones. Luego volvió a llorar a escondidas todas las noches y a ratitos durante el día. Y después volvió a martillear su mente otra vez la misma palabra: imaginación.
Primero repasó lenta y concienzudamente las costumbres y rituales diarios de su marido, luego se dicidió por lo que ella consideró la mejor opción; los sábados él siempre se duchaba más tarde, a las once de la mañana, y a esas horas los niños ya estaban con sus abuelos paternos, que pasaban a recogerlos sobre las diez para llevarles al campo y verles jugar al fútbol.
Su marido repetía cada sábado sistemáticamente los mismos movimientos sincronizados sin permitir que el mas nimio de los detalles escapara a su control. Para ella sólo había una pequeñez que solucionar, y que después de medir y calcular, -la altura de él y la distancia existente desde dónde solía colocar sus pies mientras se duchaba, hasta el grifo de la bañera-, vió con claridad la manera de solucionarlo.
Antes de que él entrara en la ducha – áquel último sábado de mes y coincidiendo con el día en que hacía seis meses había sido insultada y golpeada- ya había ella retirado el único champú que su marido usaba desde hacía años, sustituyéndolo por otro frasco idéntico, pero vacío.
Se sentó en el borde de la cama esperando oír caer el agua de la ducha. Comenzó a contar los minutos que él tardaría en llamarla con un grito grave para pedirle explicaciones sobre la falta de champú en el bote del mismo. Debajo de la cama tenía guardado el frasco de recién comprado y una barra de hierro que desatornilló del aparato de musculación en el que él hacía sus ejercicios tres días en semana, y que había forrado sin dejar que asomara el más mínimo resquicio de metal, con una toalla húmeda.
Cuatro minutos exactos y la voz de él resonó en toda la casa. Dos minutos estuvo ella esperando en el dormitorio simulando el tiempo que tardaría en tener que ir a buscar al armario de limpieza lo que él le pedía.
Entró en el baño con el bote de la mano y descorriendo ligeramente la cortina de la bañera metió su mano sujetando el champú, de tal manera que a él no le quedó otro remedio que dar un paso hacia delante para cogerlo, aún no se lo había arrancado cuando ella abrió con la otra mano la cortina por el lado opuesto; golpeó con todas sus fuerzas las rodillas de él por la parte de atrás, que en ese momento estaban semiflexionadas y relajadas. Tal y como ella lo había imaginado hasta la saciedad, cansancio y obstinación, el cuello y la cabeza del hombre se estrellaron en un golpe mudo contra el grifo.
IV
Hacía mucho frío aquella tarde y las noticias anunciaban nevadas en la zona en las próximas horas.
Con todo el cariño de una buena esposa que ama a su marido, le vistió, le puso su mejor abrigo y la bufanda de pura lana virgen que le habían relagado sus hijos en Nochebuena. Le dió al pedal de la silla de ruedas para poder moverla, y con voz cariñosa le dijo: “cariño, te voy a sacar a dar un paseíto para que te dé un poquito el aire, y puedas ver con tus ojitos dulces de hombre tierno, a todas las mujeres guapas que tanto te gustan, que se exhiben tres calles más alla, ya sabes dónde. Ellas, siempre están allí para tí, mi amor”.
Una lágrima que no terminaba de brotar y un hilillo de baba que surcaba el mentón del tetrapléjico, fue limpiado por ella con una de las esquinas de la bufanda que el hombre llevaba al cuello.
Dakota
Buuuf el final me ha dejado parado, no sé como definirlo pero me ha creado cierta sensación de alivio, muy explícito. Ya digo que es algo muy bueno pero impactante
Muy bien relatado, en parte me recuerda a Misery.
Lo que hace la imaginación eh Dakota!!!!!!!. Pero más que la imaginación yo diría que años de maltrato y vejación. o sé por qué esperan tanto para salir de esos infiernos. Y al final lo pagan con la misma moneda. La violencia. No puedo entenderlo. Hubiese sido mucho más fácil que al primer insulto, al primer palo lo hubiese mandado a tomar viento fresco. A veces que tonterias hacemos en nombre del amor. Aguantar a una persona que no te quiere. No puedo entenderlo.No hay que tener tanto miedo a la soledad. Un beso Morgana. Alaia
Hola dakota: sigues exprimiendo relatos jugosos con tu inestimable imaginación. la verdad es que el final es sorprendente y me gusta la forma en que has tratado el argumento. Más allá de la venganza me llamó la curiosidad la forma de tratarla. De acuerdo con Alaia en que una mujer no debe soportar tanto rechazo, pero la vida real demuestra casos verdaderamente espeluznantes. Un beso dakota.
Alaia, si al menos estas cosas se hicieran en nombre del AMOR, tal vez tuvieran una razón de ser. Pero no, no se hacen por amor. Se hacen como bien dices por miedo; miedo a la soledad, miedo a no ser amad@, miedo a no saber que hacer con tu vida, miedo a no tener a quien “cuidar” y de quien “depender”, miedo a la LIBERTAD. Y por supuesto, todo ello amparado en una idea irracional: la estúpida creencia de que podemos cambiar a alguien. Un beso a tod@s.
Dakota. Mis mas sonoros aplausos, me gusto mucho mucho,
Rápido, intrigante, duro y real.
Es fácil imaginar las escenas según se va leyendo y percibir el dolor de la protagonista.
Un besazo y adelante- Padua