Llevo veraneando en Galicia desde que tengo uso de razón. Como muchos otros emigrantes mis padres, por la “moriña”, aprovechaban cualquier oportunidad para volver a disfrutar de su tierra natal y con ellos arrastraban a toda la prole. Mis hermanos y yo, a pesar de haber nacido en Cataluña, crecimos en la cultura y el amor por todo lo gallego, así que con los años no es de extrañar que, como perfectos delegados de turismo, cantáramos las alabanzas de la tierra a quien quisiera escucharnos y que entre nuestro círculo de amistades consiguiéramos que muchos visitaran sus costas. De esta manera, y por bocazas, me atraparon este último puente de todos los santos tres amigas, Clara, Inés y Anabel. Pedían poco las peregrinas, total, que son mil doscientos kilómetros para cuatro mozas aventureras que desean hacer una escapada con el mejor combinado de mar y montaña.
Mi madre siempre decía que tenías que tener cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad y después de este fin de semana creo que por fin puedo dar fe de ello. Tanto han rogado por agua los gallegos este verano a causa de la sequía que por lo visto el de arriba al final les hizo caso, pero más adelante os explico sus consecuencias.
A pesar de la amenaza de lluvia todas estuvimos de acuerdo en que Galicia sin el “chiribiri” que ni moja ni deja de mojar y sin la niebla no sería lo mismo, queríamos disfrutar de la auténtica tierra de meigas, con el agua fluyendo a borbotones en cualquier rincón y la bruma marinera. Después de once interminables horas de coche, arribamos a “O Porriño” provincia de Pontevedra, el sábado a primera hora. Era un típico dia de otoño, bancales de niebla en las montañas que no te permitían ver ni un rayito de sol y el maravilloso olor a tierra mojada mezclado con el penetrante aroma de los enormes eucaliptos que nos rodeaban, ese olor almizclado y masculino despertaba nuestros pulmones urbanitas saturados de polución. Después de hacer varias inspiraciones y darnos palmaditas en la espalda por el acierto al escoger destino en el puente, como intrépidas exploradoras con la mochila a la espalda y el indispensable chubasquero, salimos a hacer turismo. Aquí es donde mis valientes amigas me pasaron el testigo del liderazgo y me nombraron su guía sin encomendarse a ningún santo, ilusas jeje… no sabían lo que hacían. Si que es cierto que mi extenso conocimiento de las zonas de interés, mi gallego chapurreado y mi extraordinario sentido de los cambios de tiempo me daban la seguridad que mis amigas iban a disfrutar de la visita. Y no, no tengo abuela por si alguien tenía dudas.
Nuestra primera parada fue el Parador Nacional de Baiona, esa pequeña península encierra una de las fortificaciones medievales mejor conservadas de la provincia. La muralla, el mar agitado golpeando los arrecifes, las gaviotas y un precioso arco iris, el paisaje era inenarrable igual de fantástico que el silencio de las tres cotorras que llevaba conmigo. La impresión les pasó rápido, casi tan rápido como sus estómagos empezaron a reclamar comida. Visto el plan y como en todo el viaje no tuve que escuchar la típica frase de “¿Cuándo llegamos? ¿falta mucho todavía?, decidí no castigarlas demasiado e incluso premiarlas con uno de los dones de esta tierra, su gastronomía. “ Piiiipppppp próxima estación Monasterio de Oia” como si fuéramos cansados guerreros después de una batalla nos plantamos ante una mesa con viandas tan exquisitas como vieras al horno, zamburiñas al ajillo, mejillones tigre, ostras vivas, centollo y el famoso pulpo con cachelos, valga decir que después de tamaña comilona regada con uno de los albariños de la zona, ni dios nos podía mover de la mesa. Tras una larga sobremesa y una pequeña caminata conseguimos bajar algo la comida, aun así tanto la amortiguación del coche como el consumo de gasoil se resintieron por la sobrecarga.
!!! Hay pobres parvas do carallo”¡¡¡ hasta el momento las meigas y nuestra señora del Carmen, patrona de los marineros, nos habían protegido en la ruta. Pero, siempre existe un pero y los hados como castigo por nuestro pecado de gula nos abandonaron a nuestra suerte. Último destino, el monte Santa Tecla, el segundo punto más visitado de Galicia tan solo superado por la Catedral de Santiago. Desde “A Guarda” una pequeña carretera serpentea hasta lo alto del monte desde el cual se divisa uno de los paisajes más impresionantes de la naturaleza. En un lado el atlántico de un azul oscuro golpea incansablemente las escarpadas costas gallegas, al otro y a modo de frontera, el “Miño” muere en brazos del océano, separando a dos tierras hermanas, Galicia y Portugal. En la ascensión una de las exploradoras se marea y nos obliga a parar cuando apenas nos quedan tres curvas, que le vamos a hacer somos de ciudad y poco acostumbradas a comer otra cosa que no sean sucedáneos. Apenas nos paramos cinco minutos. Je,je,je ¿Qué son cinco minutos? Nada, para nosotros apenas nada, pero las meigas, que como dicen los gallegos “haberlas hailas”, no tuvieron la misma opinión. Continuamos camino con cielo despejado mientras la guía, o sea yo, disfruta de lo lindo mostrando el paisaje a las anonadas viajeras. Para llegar al punto más alto hemos de dejar las cuatro ruedas y pasar al coche de San Fernando, un ratito a pie y otro “sudando” y así llegar al final del Via Crucis. Ya en lo alto del peñasco ,la guía, o sea yo, señalo hacia mi derecha para mostrar un faro que se divisa a lo lejos, cielo despejado sin nubes y mucho viento, la imagen es perfecta y la foto del tipo del National Geographic. Ahora señalo a mi izquierda para mostrar… agua, lo único que veíamos era agua y más agua. La tormenta en apenas cinco segundos, nos rodeo. Nos cogimos de las manos y como alumnos del parvulario caminamos una detrás de otra hasta la cafetería. El camarero de la barra no paraba de reír mientras nosotras comprobábamos que nuestros chubasqueros último modelo no habían servido para nada. El joven con la gracia típica de chicarrón del norte mientras nos servía cuatro cafés con leche calentitos, nos dijo:
– ¿no sabíais que se acercaba la cola del huracán Wilma?
A lo que nosotras contestamos muy educadamente, como graciosas jóvenes de ciudad:
– Si, sabíamos que pasaría Wilma, lo que no sabíamos es que se traería con ella también a todos los Picapiedra…..