Mi madre me regaló un reloj de pared. Es un reloj clásico, bastante bonito, de esos que tienen su péndulo de lenteja y sus pesas, y al parecer también bastante bueno.
A mí me gustó mucho el reloj desde el primer momento, pero quien estaba verdaderamente entusiasmada con él era mi madre. En sus últimos años lo controlaba mucho y digamos que no estaba satisfecha si su funcionamiento no era totalmente preciso.
Mi madre murió, casi de repente, pues cogió un resfriado que se convirtió en neumonía y una semana después la enterrábamos. Era muy joven todavía.
Curiosamente, el reloj se paró por esas fechas. También se secó completamente una planta, un cocotero enano, que estaba en una mesita al lado de su sillón habitual. No fue por falta de riego ni de cuidados: un día estaba bien y al siguiente se había marchitado totalmente. Eran las navidades de 1990.
Llevé el reloj, cerca de casa, a un relojero que lo tuvo dos años y no pudo ponerlo en marcha de nuevo. Supuse entonces que el reloj no debería volver a funcionar, me lo traje y lo guardé en un armario dentro de una caja.
En las navidades de 2005, sentí que el reloj debía de volver a andar. Lo llevé a la misma relojería en que había estado la otra vez, y el relojero, que ya no era el mismo porque el anterior traspasó el negocio, lo puso enseguida en funcionamiento. Después de estar quince años parado…
Cuando por las noches, en algún rato de insomnio, escucho su suave tic-tac, (está colgado de la pared que da a mi habitación) me parece que es el corazón de mi madre, que me arrulla, y me quedo dormida.
En una aldea de la provincia de Cuenca vivía una de mis tias abuelas maternas que tenía en su hogar un reloj de pared. Tienen mucho enigma esos relojes para mí. Yo veía sus manecillas colgar como péndulos y me imaginaba historias y aveturas alrededor del reloj. Tu texto me lo ha hecho recordar. Un besote, Carlota.
Me encanta la magia del reloj.
El tiempo es algo inasible. Un artilugio que lo mida, como es el reloj, tiene sin duda algo de maravilloso.