Esta novela de Oscar Wilde (llevada al menos dos veces al cine) es una comedia de enredos. El título es un juego de palabras que se produce con la idéntica pronunciación de Ernest (Ernesto) con earnest (enérgico). El título puede traducirse igualmente, atendiendo a la fonética, como La importancia de ser enérgico.
La importancia (el tema me lo ha sugerido un comentario de Diesel) de las cosas siempre es muy relativa. Es, salvo en asuntos realmente trascendentales, aquella que uno o unos quieran buenamente atribuirles. La importancia de las personas únicamente es aquella que los demás les quieran conceder; la que uno se atribuye a sí mismo no vale para nada. Hay personas “importantes” en un momento dado que en el siguiente quedan relevadas de toda importancia. Como estoy convencida de que no hay nadie insustituible desde el punto de vista político, ni laboral, ni empresarial, ni industrial, ni en ningún otro, creo que la única importancia verdadera es la que nuestros allegados nos atribuyan, que no deja de estar condicionada por su afecto.
En cuanto a la importancia que nosotros nos atribuimos a nosotros mismos, si no podemos digerir que podemos ser como mucho necesarios y ello dependiendo del lugar, del momento y de la ocasión, entonces sí estaremos muy convencidos de nuestra propia importancia. Si, por el contrario, nos damos cuenta de que estamos aquí y ahora solamente de paso, que somos meros depositarios de nuestros bienes, que nuestras más profundas convicciones y previsiones pueden o no ser continuadas por nuestros descendientes, entonces la importancia que uno se atribuye a sí mismo queda reducida a la nada, lo que nos lleva a la humildad. Esto no es fácil, porque para empezar todos nos creemos eternos. Tuve una amiga hace años que era bastante mayor que yo y, cuando hablábamos de temas que ella conocía bien por haber pasado ya por la experiencia, en un primer momento yo no creía en sus conclusiones aunque al cabo de unos años veía cómo paso a paso tenía que acabar dándole la razón. Por ejemplo, en lo relativo a cómo condiciona en lo laboral el tener hijos, cómo paraliza las iniciativas que cualquier mujer pueda tener para promocionarse.
Mi creencia es que debemos comparar a los que nos rodean y a nosotros mismos como los intérpretes de una melodía, teniendo cada uno asignado un instrumento. En una gran orquesta, hasta la menor intervención del más humilde de los instrumentos tiene su importancia: tiene que saber dar la nota exacta en el momento exacto. Si no, la melodía no suena bien. Por muchos adornos, florituras y frivolidades que uno quiera buscar para tapar el problema.
Totalmente de acuerdo en todo lo que has expuesto con gran nitidez y claridad. Las “importancias” siempre son relativas y es desde ahí, desde la humildad de sentir que podemos ser pasajeramente “importantes” para alguien, donde radica la verdadera función de la humildad. Huyamos siempre de lo absoluto en esto de considerarse alguien totalmente imprescindible. Recuerdo una anécdota de chuiquillo. Jugábamos al fútbol en un equipo de juveniles llamado Esparta Y en nuestras filas había una “superestrella” (él se denominaba “superestrella” a sí mismo) que formaba parte de los juveniles del Atlético de Madrid. Comenzó la temporada y el egoismo y la absoluta prpotencia de aquel muchacho (llamésmole por ejemplo Rodo aunque su apellido era otro) nos guiaba indefectiblemente al desastre. Los tres primeros partidos fueron tres derrotas. Era el canalizador de todo el equipo, el insustituible, el absoluto dueño y señor del equipo y el equipo se hundía… hasta que el entrenador (un hombre muy inteligente) se dio cuenta y lo apartó del equipo dejándole en la suplencia. !Cómo reaccionó el Esparta!. Rodo no volvió a jugar en el equipo durante toda la temporada porque era soberbio y su soberbia le impedía aceptar la suplencia con humildad. Comenzamos a ganar partido tras partido. Todo el equipo funcionaba como tú has dicho: como una perfecta orquesta armonizada en todos y cada uno de sus elementos. Y triunfamos. Fuimos campeones aquel año. Pero Rodo no aceptó que todos somos relativamente “importantes” y jamás quiso volver a formar parte del Esparta. En el Atlético de Madrid tampoco hizo carrera y terminó por abandonar la práctica del fútbol.