Una luna menguante, colgada en el firmamento en el mismo punto por el que sale el sol cada mañana, parece que me quiere decir lo que tengo que hacer. Los árboles me susurran que no le haga caso. Al fondo, las notas, casi apagadas por el ruido del escaso tráfico, de una música desconocida interpretada por un instrumento que no puedo distinguir: quizá sea un saxofón. Nunca me ha gustado la música de saxo.
Un cigarrillo aquí y ahora, cuando no molesto a nadie, cuando nadie se aleja de mi con un respingo cuando vas a encenderlo al aire libre. Estoy en mi casa y puedo fumar sin que nadie me haga sentir con su mirada que estoy destruyendo el Planeta.
La tarde, calurosa, ha estado bien. La película buena, luego el pequeño paseo por esas calles entrañables que rodean la parte antigua para ir a los grandes almacenes. Mucha gente ociosa por esas calles, lo hemos comentado, adivino un problema de fondo, de gente desocupada por la crisis de la construcción. Puede que sean figuraciones mías.
El Centro lleno a rebosar, como casi siempre. Una cola enorme en una librería, no sé si para comprar libros de texto (quizá hagan descuento) o para que algún escritor famoso les firme un libro recién salido a la venta. Lo primero me parece más lógico.
Hay que ir con cien ojos por si acaso algún amigo de lo ajeno se fija en nosotros. Es uno de los puntos álgidos de la ciudad y lo sé desde que me empezaron a salir los dientes. Con eso y con los coches he tenido que tener cuidado desde bien pequeña. En cuanto dejaba la seguridad del portal, una vez que dejaba atrás la imponente y solitaria escalera de la casa en que nací (que acaba de cumplir tres siglos), sabía que entraba en territorio peligroso. Me gustaba la sensación de estar en el mismo centro de la ciudad. Todavía es mi ciudad, aunque cada vez me siento menos identificada con ella. Pero al menos las calles y los edificios siguen estando ahí. He crecido a la sombra del edificio que fue una vez el más alto de la ciudad y me son conocidos todos los alrededores, los atajos, las calles sombreadas en verano y aquellas menos azotadas por el viento de la Sierra en el invierno. Aún recuerdo mis primeras salidas sola y la sensación embriagadora de sentirme mayor y responsable de mí misma.
Vuelvo a mi barrio actual, aquí y ahora. Me siento más segura, no me gustaría volver a vivir en mi casa adorada, en mis barrios entrañables, demasiado ruido y demasiada gente. Me gusta pasearlos, recordar cómo eran antes, aunque reciba cada vez la puñalada de ver cómo desaparece un antiguo comercio frecuentado o no por mí en los últimos tiempos. Los adoro… de lejos.
Fue una tarde estupenda y la película, fabulosa.
Es cierto que el Centro estaba lleno a rebosar. Me ha gustado el texto, que resume una tarde muy agradable.
Besos.
Yo vivo en un pueblo y es una gozada , odio las grandes ciudades , nadie se conoce y son un caos..
un abrazo
No añoro Madrid para nada, si acaso Moratalaz, el barrio donde viví mi infancia, y el Parque del Retiro, y la Fuente del Berro.
Me distorsiona mucho andar por Madrid, ya sea en coche o andando, intento entrar al centro lo menos posible.
Un beso.
Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Resulta que si vives en Madrid, por ejemplo, tienes una gran oferta cultural a tu alcance, cada día, y casi siempre gratis. Con lo cual no echas en falta el tener que a distraerte en Internet. Porque te diré un secreto: la vida no está en la pantalla solamente. Es broma, naturalmente, Wersemei.
Pero lo que sí es cierto es que si, como yo, has nacido aquí y tus antepasados también (sólo los que has conocido), estás entrenada. Aunque, como digo en el texto, me alegro mucho de no vivir en el Centro, del que acabo de volver de ver “Los girasoles (o griasoles, según Diesel) ciegos”.
No creas, no lo pasamos mal del todo, sobre todo porque estamos, como antes digo, entrenados. Yo el campo lo aguanto quince días como mucho.
Un beso.
Pero porque tú lo que añoras de verdad son tus tierras gallegas. Yo en cambio añoro los barrios en los que me crié y por los que paseaba con mi abuelo y con mis padres, mis tíos, mis primas.
Madrid por la mañana es diferente, mucho más humano y sin tanta prisa. Por la tarde no me gusta tanto, como no sea que vaya al cine o tenga una cena.
Un abrazo.