Acercándome a la decisión (por Olavi Skola y José Orero)

OLAVI SKOLA:

Era justo el 5 de febrero de 1972. Ese día todo transcurría por los mismos derroteros de siempre. Por la mañana me agencié unos tranquilizantes, o sea, el día había empezado bien.

Cuando cuento las cosas que sucedieron esa noche tan fría, tengo que contaros lo que otros me han dicho que sucedió porque yo mismo no lo recuerdo. El pastor decidió asistir a la reunión de jóvenes para compartir con ellos la oración y los testimonios de sus vidas transformadas.

El termómetro marcaba 25 grados bajo cero. Al entrar el pastor en el patio de la iglesia observó a un hombre joven en posición semisentado apoyado en la pared, sin guantes y la cabeza sin cubrir. Esto llamó la atención del predicador. Al acercarse se dio cuenta que sus hombros se movían, estaba llorando. Así fue mi primer encuentro con este hombre de Dios. Nada idílico, triste como la vida misma. Habíamos llegado al mismo lugar desde muy lejos y de diferentes sitios.

En mi estado inconsciente y entumecido por el frío, no pude entender que una mano salvadora me había socorrido, pero era la mano de Dios. ¿Qué me había hecho ir al patio de la Iglesia Evangélica?. Estaba seguro, las palabras de la diaconisa. Dios, asu forma, hizo que esas palabras subieran a mi mente drogada y dirigieran mis pasos.

Este pastor no fue como el conocido sacerdote y Levita de la Biblia que viendo a un hombre medio muerto tirado en el camino siguieron de largo. No, este pastor fue como el despreciado samaritano de la historia que se lo llevó con él.

Me llevó al sótano de la Iglesia donde los jóvenes estaban reunidos. A través de mi nublada visión pude observar a un grupo de jóvenes limpios, sobrios, amables, con calor humano. diferentes a los de mi mundo. No entendía nada de lo que oía, pero sentía, y eso me impactó de tal forma, que la siguiente noche volví pero ya no tan borracho.

La siguiente noche la pasé en “una de mis cuevas” y el domingo esperando a que llegara la noche para asistir a ese ogtro ambiente donde había probado una pizca de aquello que anhelaba. Esa noche llegué a la Iglesia cuando la reunión ya había acabado ¿qué iba yo a saber sobre horarios de reuniones?. Las miradas se fijaron en mi aspecto poco eclesial, por suerte, sí por suerte, no estaba del todo despejado, porque de lo contrario, no hubiera aguantado que me miraran.

Un chico se me acercó y pronto tuve a todo el grupo de jóvenes a mi alrededor. Comenzó el bombardeo: “desde ayer hemos estado orando por ti” “Jesús te puede salvar” “el Espíritu Santo te dará fuerzas para levantarte del pecado” “¿es que no te das cuenta que te vas al infierno?. Yo no entendía nada de nada.

Hemos orado… !Jesús salva… Espíritu Santo… pecado… infierno… Qué lenguaje es éste!. No entendía nada de lo que hablaban, pero sentía el ambiente. Hablaban de forma que mi alma sí lo comprnedía.

JOSÉ ORERO:

Hay cosas de aquel infierno donde estaba viviendo las mañanas de los últimos meses dentro de él, que no recuerdo pero aún siento su presencia nada idílica cerca de mí. No recuerdo exactamente muchos detalles. Sólo sé que había un hombre caminando de lado a lado de la calle que veñiamos desde la ventana sin saber qué dirección seguir. Las brujas se burlaban de él. Recuerdo que más allá de lo que dijeron de él yo sabía que aquel hombre no estaba loco sino sólo buscando o esperando algo.

Y es que más allá de aquel laberinto infernal en que estaba viviendo por las mañanas, excepto los sábados y los domingos en que no tenía que ir allí, había todo un mundo heterogéneo de personas buscando salidas a sus inquietudes. Así que me enfrenté a las brujas y les hice callar sus bocas: “¿Qué decís insensatas?. ¿No véis que es sólo un hombre nada más?. ¿Por qué murmuráis de todo aquello que desconocéis?. !Vosotras sólo decís necedades!”.

Aquello sirvió para que, por fin, calasen sus bocas y me dejaran vivir libremente mi futuro en aquel laberinto. Había conseguido una nueva victoria. Había conseguido que los rivales empezasen a saber, ya definitivamente, que a pesar de mis caìdas muy pronto saldría definitivamente de allí y que sus insultos lo único que hacían era acelerar ese proceso. Decidieron entonces cambiar de táctica. Hacerse pasar por amigos míos… pero yo sabía que seguían siendo falsos y sólo lo hacían por interés personal y egoista. Entonces fue cuando en mi máquina de escribir les mandé el siguiente mensaje: “El compañerismo se busca, la amistad se encuentra y el amor nos sorprende… pero ninguna de estas tres cosas se deben mendigar”.

Y es que, a pesar de todas su trampas, envidias y celos, yo siempre había sido compañero sincero de todos ellos y ellas, un amigo verdadero de mis amigos y el amor hacía años que me había sorprendido. Buscaron entonces desmoralizarme con un absoluto silencio porque aplicaban la vieja ley de “no hay mayor desprecio que no hacer caso”. No me importó lo más mínimo. Seguía sonriendo y viviendo libremente a partir de las tres de la tarde. Seguía soportando el ritmo infernal de aquellas máquinas con la´s que querían alienar mi mente. Cada vez con mas sofisticadas maldades me hicieron el vacío absoluto. Tampoco me importó. Fue mucho mejor para mí… porque aquella soledad me sirvió para crecer como hombre más rápido todavía. Mientras duró aquella estratagema yo combatía a la soledad saliendo, en los minutos de descanso que nos daban, a pasear en silencio por el Retiro donde siempre me encontraba con la estatua de Don Pío Baroja… y las luces de la bohemia seguían iluminando mis solitarios paseos…

Un comentario sobre “Acercándome a la decisión (por Olavi Skola y José Orero)”

  1. Me reconoces que no todos los que son evangelistas son personas buenas y llenas de humanidad sana, tambien existe la envidia y le hipocresia, que te hizo con tu intelecto hacerte tan evangelista. Y perdoname la pregunta pero te considero mi amigo y tengo interes en plan sano por ti.

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