En secreto

Un desván de vientos grecorromanos.
Huracanes entre dulces telas trenzas entrelazadas. Adornaban los sueños y las figuras en la pared; el espejo y el recuerdo.

Nadie podía pensar que sería verdad. Porque nadie podía imaginar que estaría en lo cierto. Así. Nadie debía levantar la polvareda que quedaba bajo los párpados escondidos en el silencio azul.
No podían escribir la historia.
La historia que a veces era fantasía, con ojos pensativos de -miradas-de no pensar que sin querer pensaban.
Que sin querer se acercaban.
Que sin querer querían más.
Que rotundamente nada era sin querer.

Ese momento terminaba en sí mismo y se escondía en su pliegue.
El pliegue sellaba el reloj aquel de las agujas de oro.
El reloj que interrumpía al tiempo, en el impaciente recorrido hacia sus ojos de navegante. Sus ojos dueños de todo él. De lo que entonces era. De lo que entre cuerpos nacía. Y aquella luna habitando en la historia. La luna, llena de sus labios. Llena luna de su ser.
De rojo a gris en un cielo que nunca amanecía.
De cigarros que marcaban la pausa en la que se querían más y diferente, porque se querían entre palabras y se escuchaban entre murmullos, atentos mientras el humo guardaba el secreto.
Mientras la ciudad que los había despedido los recibía de nuevo.
Mientras las palabras flotaban en el aire sobre sus sonrisas, que eran verdaderas. Porque la única mentira se fundaba en la verdad que comparten. Se funda en la caricia que atesoran.
En la madrugada que los descalza.

Entonces la verdad no era de mentira. Sino la escondida de un tropiezo que ninguno merecía.

El calor de un abrazo.
El dulce sabor de la batalla al quererse.
Ya no era una imagen fantástica sino un vívido cuadro de sombras sin identificar.
Y su piel como una caricia perfecta del mar, que rozaba el velero,
que rozaba la certeza de la noche. Sus cálidas aguas.
Y su contorno la isla perfecta para perderse sin ancla ni muelle.
Y las huellas doradas del sol en todo él, como esfumando una tibia acuarela. Entre marcos de bronce.

Y el mundo cerró los ojos
-para olvidarlos-

Mientras ellos juegan a quererse casi como olvidándose de lo que son.

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