Al alba y oliendo a tierra

En el dibujo de los colores de la luz trazados en el cielo. Aún oscuro el horizonte y la niebla frágil, como un corazón de algodón peinado. En ese comienzo del alba, se incia el más espectacular de los movimientos. Bañados en la luz los montes se alzan poderosos, siniestros castillos donde los ángeles bordean sus cúpulas con cánticos. Y la luna…esplendorosa y redonda, toda ella insinuante, como la matriz vigorosa de la eternidad perdurable. Al Alba…y oliendo a tierra, sin zapatos, sin zapatillas, con las plantas de los pies tocando tierra. De este modo se perciben las vibraciones del corazón férreo de la Esfera en que vivimos, y se vuelven zahoríes neustras manos y se nubla la conciencia para aprender a soñar en la libertad de los campos, de las serranías pobladas de jaras y brezos. Nada es comparable a este virtuosismo natural. Las arañas, convertidas en artífices de sus hilos de seda, las mariposas nocturnas deambulando entre las margaritas, los primeros lagartos que se lavan en el rocío matinal sus pieles verdes, como las algas de las que surgieron.
Y sólo dura un instante; el tiempo josto para que la noche se rompa por completo y alboree el día. Es el parto de la luz, el nacimiento de la claridad, la plenitud de lo que significa estar vivo. ¡Es la grandeza incomparable de lo que jamás dejará de ser la vida!

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