Antes del ocaso

– ¿Y entonces, qué le dijiste?
– Nada, comprendí que tenian muchas cosas en común y que yo salia sobrando entre ellos. Nada podía hacer.
– Pero, ¿y tú?
– No tengo porque sentirme. Los sentimientos son sólo una respuesta a lo que a uno le concierne. Lo de ellos no me preocupa en absoluto.
– Te creo, más no suenas feliz.
– Admito que me dolió, que lloré en muchas ocasiones, quisiera que las cosas hubiesen sido diferentes. Juntos, hubiese sido otra cosa. Pero, nada.
– Quisiera que sonrieras.
– ¿No me has visto hacerlo hoy, cuando lo de la fogata? ¿Crees que fue falso? Has visto cómo sonrío, ¿crees que eso puede fingirse?

– …
– …
– Entonces, ¿te vas?
– Eso estaba decidido desde antes y no puedo cambiar de parecer.
– Yo seré quien más lamente tu partida. Sin ti estaré muy triste. Justo ahora, en mi vida no hay una sóla cosa que valga la pena.
– Eso es un eufemismo para “quiero suicidarme”.
– Tal vez…
– Entonces, también tú me malinterpretas. No nací para hacer infeliz a otros. No he intentado otra cosa en mi vida que ayudar a otros y darles motivos de alegría. Pasa contigo lo mismo que con ellos.
– Tienes razón, estamos tan mal.
– No quiero que pienses eso. Al último, sólo he venido aquí para complicar las cosas entre todos. Aunque también, lo hice por aprender, por vivir de otro modo, junto a ustedes, sencillos y humildes, sin pretensiones.
– Yo sólo quiero que te quedes conmigo.
– … Sí, podría hacerlo. No es difícil, sólo tengo que sentarme a tu puerta y esperar a que mueran mis nostalgias.
– (debo cortar aquí, una emergencia, después será)

Un comentario sobre “Antes del ocaso”

Deja una respuesta