Los diarios de Lem
DOCTOR PARACELSO Carlos Montuenga
Ha pasado ya algún tiempo desde que perdí el contacto con los demás. Tengo que encontrarles como sea. A veces, lo ocurrido me parece un mal sueño del que voy a despertar en cualquier momento.
Recuerdo los tejados de París recortándose contra el cielo sereno de la tarde. En la lejanía, las campanas de Notre Dame elevaban su voz severa sobre el bullicio de calles y plazas. Yo paseaba despreocupado, observando las travesuras de unos pilluelos que corrían entre la gente. Sigue Leyendo...
NEWTON EL MAGO
Carlos Montuenga
Llueve en París. La lluvia, menuda y fría, extiende su velo turbio sobre la ciudad. Al sur del río, las calles angostas que ascienden hacia la colina Saint Genevive, están convertidas en lodazales inmundos por los que ruedan con lentitud los carruajes. Gentes miserables, envueltas en harapos, van de un lado a otro arrastrando los pies por el fango, o se agrupan frente a pequeñas hogueras, en las que arden los objetos más dispares. Sigue Leyendo...
Carlos Montuenga
-Bueno, no me digáis que no os gusta el hotel, un antiguo palacio renacentista situado a dos pasos de la Piazza Venezia. Sí, de acuerdo, las habitaciones son pequeñas y las camas tienen somieres metálicos de esos que ya no se llevan por el mundo, pero ¿habéis subido ya a la terraza que hay sobre el último piso?
El panorama que se contempla desde allí es extraordinario: al frente, tras dos pequeñas cúpulas barrocas , casi adosadas al viejo caserón del hotel, surge majestuoso el monumento en mármol blanco de Víctor Manuel II, coronado por dos cuádrigas que conducen ángeles; a la izquierda, se extiende el perfil boscoso del Palatino, con el Coliseo asomando entre los pinos. Y al volver la vista en sentido opuesto, aparece a los lejos la cúpula de San Pedro, dominando un mar de tejados rojos, torrecillas y campanarios de innumerables iglesias. Sigue Leyendo...
VIDA, CREACIÓN, TIEMPO
Carlos Montuenga
Puede parecer una gran paradoja, pero pocas cosas definen mejor la realidad humana como el hecho de que sólo existimos propiamente en el fluir efímero del pensamiento. Nuestra naturaleza no responde, como la del mundo material que nos rodea, a un “ser” sino más bien, a un” imaginar”. Al volver la mirada hacia la actividad diaria de nuestra mente, caemos en la cuenta de que de cada momento es un trampolín desde el que nos lanzamos sin cesar hacia el futuro, imaginando lo que vamos a hacer o dejar de hacer en la hora que sigue, deseando poder lograr esto o liberarnos de aquello, soñándonos en una u otra circunstancia venidera. Sigue Leyendo...
Ciencia y filosofía en al-Andalus
Por Carlos Montuenga
No me canso de contemplar esta ciudad, que se eleva con gallardía sobre ásperas peñas ceñidas por el abrazo del Tajo. Me gusta sentarme entre las jaras de la orilla, junto al puente de San Martín, sentir el temblor de la brisa entre las ramas, recorrer con la mirada las murallas de Toledo, tras las que se vislumbran las bellas formas góticas de San Juan de los Reyes, circundadas por jardines, torres almenadas y campanarios mudéjares. Las aguas impetuosas del Tajo, en su viaje hacia poniente, rodean la ciudad por este lado formando un profundo foso, que fue decisiva defensa natural para sus antiguos moradores . Entorno los ojos; el rumor sordo del río sobre el lecho rocoso y el sonido lejano de alguna campana, que araña el cristal puro del aire en esta tarde fría de otoño, se mezclan con el bullicio de los pájaros en la arboleda de las orillas. Parece como si todos nuestros afanes e inquietudes quedaran en suspenso, mientras la niebla de la llanura asciende por las murallas alcanzando las almenas; una atmósfera incierta, en la que los contornos se diluyen, lo va envolviendo todo. Sigue Leyendo...
Los confines del mundo
Carlos Montuenga
doctor en ciencias
Esta noche he vuelto a soñar que estaba en tierras de Valladolid. Paseaba por un pinar próximo a Olmedo con mi padre, quien se lamentaba por la mala situación de sus negocios. Era un día radiante, colmado de promesas primaverales, pero sin saber cómo, se desataba un viento helado, el sol se oscurecía y sobre la negrura del firmamento comenzaban a brillar las estrellas.
Quedaba yo mudo ante aquel prodigio, pero mi padre continuaba hablando y hablando de sus asuntos, sin prestar ninguna atención a la extraña mudanza que sufría el mundo. Luego, su voz perdía poco a poco el timbre humano para ir convirtiéndose en una especie de lamento monótono , cada más agudo, mientras la tierra se llenaba de resplandores que proyectaban sombras fantásticas entre el ramaje de los pinos. En este punto me desperté con sobresalto y caí en la cuenta de estar oyendo el canto lastimero de una de esas aves con penacho rojo y plumas multicolores que anidan en los enormes árboles de la isla. Sigue Leyendo...
Lunes 22
El avión de Austrian Airlines ha salido de Madrid en plena madrugada y lleva más de dos horas volando por encima de un oscuro mar de nubes sobre el que brillan las estrellas. Al iniciar la maniobra de descenso para aproximarse al aeropuerto de Budapest, penetramos en una atmósfera opaca que nos aisla del exterior. No consigo ver nada, pero poco después el avión vira hacia nuestro lado y, allá abajo, la oscuridad aparece taladrada por una miríada de puntos luminosos, que dibujan en la oscuridad de la noche las avenidas y los puentes del Danubio, tendidos como senderos de plata entre las orillas de Buda y Pest. La ciudad duerme sin ocultar su belleza, y es ella misma un sueño en esta hora que precede al amanecer. Sigue Leyendo...
Una tarde calurosa de verano en Madrid. Al entrar en el museo Thyssen Bornemisza, el alboroto callejero queda atrás, envuelto en el aire denso y cargado de luz, incapaz de atravesar los recios muros del edificio. Me envuelve una atmósfera de calma que invita al recogimiento y a la contemplación, mientras atravieso el amplio corredor que conduce a la sala de exposiciones temporales , dedicada en esta ocasión a la primera muestra restrospectiva de Jean Baptiste Camille Corot que se exhibe en Madrid.
Aires de ilustración en las laderas de Peñalara
Hace unas semanas, con motivo de una excursión por la sierra de Guadarrama, recordé un día pasado hace ya muchos años en esos mismos parajes. Había ido a finales de mayo al palacio de la Granja de San Ildefonso, que se levanta en la vertiente norte de la sierra, a poca distancia de Segovia. Los jardines que rodean el palacio mostraban en todo su esplendor la plenitud de la primavera. Tilos, olmos, castaños y secuoyas enmarcaban amplias avenidas rodeadas de macizos geométricos de flores bellísimas, formando un espacio delicioso por su orden y variedad, en el que las escenas mitológicas de numerosas fuentes ponían una nota melancólica y un poco teatral, muy al gusto francés e italiano de la época . Todo en aquel ambiente invitaba a dejarse invadir por una íntima sensación de sosiego, y me hacía evocar el espíritu de esencial confianza en el progreso que caracterizó a la ciencia y al pensamiento europeos allá por 1721, cuando se inició la construcción de este palacio por orden de Felipe V, en un rincón apartado de la corte, pensado para el recreo y descanso de la familia real entre las montañas que cierran por el norte la planicie de Madrid. Sigue Leyendo...
La vida sólo precisa de la conciencia de ser vivida para constituir la más peligrosa y fantástica aventura que pueda pensarse ( María Zambrano)
Mi afición a los viajes parece venir de muy atrás; mi infancia fue un continuo deambular por territorios situados en la frontera entre la realidad y la ensoñación, hacia los que me deslizaba sin la menor cautela, con solo abrir los libros de aventuras que se apilaban junto a mi cama. Imposible olvidar las horas imaginadas bajo el mar junto a los tripulantes del Nautilus, las peripecias de la familia de náufragos abandonada a su suerte en los mares del Sur o las hazañas de los caballeros del Rey Arturo ¿Y qué podría decir de aquellos álbumes de cromos, que como una linterna mágica, sugerían a través de mil reflejos la diversidad inagotable del mundo? Sigue Leyendo...
Un paseo imaginario por la universidad medieval
A veces, cuando el sol enrojece los tejados de París en las tardes luminosas
que anuncian el final del invierno, una leve brisa recorre las esquinas de la Île de la Cité, mece suavemente los toldos de los cafés y tiembla entre las hojas de las revistas expuestas, junto con los libros de ocasión, a la curiosidad de los que distraen su ocio junto a las riberas del Sena. Es la hora en la que la Tour Saint Jaques se muestra altiva y soñadora, como si todavía se oyeran en torno a sus piedras ennegrecidas por el tiempo, las plegarias de los peregrinos que se congregaban junto a ella antes de iniciar su marcha hacia la remota Compostela. Sigue Leyendo...
Carlos Montuenga
Doctor en ciencias
El otro día acababa de salir del metro para dirigirme a mi trabajo. Aún no eran las ocho de la mañana y las calles, todavía iluminadas, estaban transitadas ya por un buen número de personas que iniciaban sus obligaciones diarias, aunque la mayoría de los comercios permanecían cerrados. Los focos del alumbrado dejaban amplias zonas de la calle sumidas en una penumbra opaca, de la que emergían las siluetas borrosas de los viandantes. Iba yo a cruzar la calle, cuando atrajo mi atención algo que brincaba por el suelo, unos pasos por delante; al acercarme un poco más, pude ver que se trataba de un pájaro negro, esbelto y de pico amarillo, un mirlo creo, dando saltitos y girando la cabeza de un lado a otro con aire asustado. Sigue Leyendo...
El otoño ya está avanzado en Madrid y los árboles del paseo del Prado aparecen envueltos en la neblina . Me he acercado con mi hijo al Museo Thyssen para ver la exposición sobre Gauguin y los orígenes del simbolismo. Según he leído unos días antes, se trata de una muestra que reúne cerca de doscientos cuadros de Gauguin y otros artistas de su tiempo: van Gogh, Cezanne, Bonnard, Degas, Pisarro, Bernard…
“ La ciencia nos proporciona bienestar y placer mediante sus aplicaciones a la comodidad de nuestra existencia, pero esta filosofía nos daría el gozo”
(Henri Bergson)
Recuerdo que cuando yo estudiaba sexto de Bachillerato (curso que por entonces señalaba el final de la enseñanza secundaria) teníamos la clase de filosofía a las tres de la tarde, es decir con el último bocado de la comida a punto de rendir cuentas a los jugos gástricos.
Hay noches serenas en las que todo invita a levantar la vista hacia el firmamento y dejarse hechizar por la belleza de la bóveda celeste. Cierto que, casi al tiempo de sumergirnos en su contemplación, empezamos a buscar respuestas sobre la realidad de lo que se muestra en ese fantástico escenario.
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