“¿Para qué vivir? ¿Cuál debe ser la razón de nuestro entusiasmo vital? Hay que buscar alguna nueva meta para justificar una vida apasionada. Pues bien, sólo hay una razón por la que enfervorizarse: la humanidad, es decir: el amor a los semejantes, el intento de enriquecer al ser humano (<
No aporto doctrina; rehúso dar consejos y en una discusión me bato en retirada de inmediato. Pero sé que hoy algunos buscan a tientas y no saben, a la postre de quién fiarse; a ésos vengo en decirles: creed a los que buscan la verdad y desconfiad de quienes la encuentran […] Yo soy un ser de diálogo y, en absoluto, de afirmación.”
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Tacto
En la tibia penumbra de la estancia hospitalaria en la que convalece, el anciano poeta laureado aprovecha el rato de soledad, que le dejan quienes le creen adormilado, para garrapatear con su mano vacilante un mensaje, el que cree que será su último poema. Con ya noventa años, hace tiempo que no escribe versos, colmando este hueco sensitivo de los últimos años con una metódica y apasionada dedicación al jardín hogareño, en el que no teme arrodillarse para escuchar mejor, a ras de suelo, la incesante melodía de los grillos, que entonan el aria familiar de lo que él reconoce como la música de la vida: