Cuando, como en estos días pasados, vivimos unas pre-elecciones, sé de antemano lo que va a ocurrir si sale el tema (que yo procuro eludir casi siempre sin éxito): los varones sesudos de la familia o los amigos que piensan de forma distinta a la mía se ponen en plan paternalista e intentan explicarme la cuestión de la política en tono indulgente y aparentemente cargado de paciencia. Sé que se trata de que yo siempre he rehuido hablar tanto de política como de religión a no ser que mi interlocutor/a sea de mi misma cuerda. Si no, como no ambiciono convencer a nadie y ¡por supuesto! lo que es seguro es que nadie me va a convencer a mí, me parece una solemne tontería perder el tiempo en tratar cuestiones que pueden separarnos, cuando lo que busco a toda costa es la armonía y la coincidencia en cosas fundamentales como son la amistad, la solidaridad, la comprensión y apoyo en los pesares que pueden afligirlos…