Blanca, Nieves y el enanito Gruñón (II)

Capítulo Segundo: De cómo Blanca y Nieves comenzaron a liberarse…

Cuando todo era silencio en el bosque de Spessart Rhon excepto los enormes ronquidos que salían de la Casa de los Siete Tíos, Blanca y Nieves se dirigieron, sigilosamente de puntillas, a la habitación de Gruñón. Entraron muy despacio y viendo que éste había dejado el pequeño cofre sobre el velador, sin hacer ninguna clase de ruido lo tomaron rápidamente y, de nuevo de puntillas, salieron al pasillo. Después, sin perder tiempo en remordimientos de conciencia alguno, salieron de la casa a la plena luz de la luna…

– Blanca…
– – Si, Nieves…
– La suerte está echada. Ya no podemos volvernos atrás…
– Efectivamente, hermanita. Vamos hacia delante…

Corrieron decididamente hacia la frontera del bosque. La luna iluminaba su camino. Siguieron corriendo durante dos largas horas hasta llegar al camino de arena y ya no detuvieron la carrera hasta encontrarse, nuevamente, con la autopista. Todavía aquellos monstruos de hacer que corrían a más de 180 kilómetros por hora les hacía temblar de pavor. Pero poco a poco se fueron acostumbrando a verlos pasar. Llevaban unos nombres grabados que eran muy extraños para ellas: Opel, Ford, Mercedes, Volvo, Renault… ¿qué serían todos aquellos extraños nombres?.

– Pues no es tan aburrido ver a estos monstruos correr…
– Es cierto. Hasta resulta un poco divertido…
– ¿Y qué hacemos ahora, Blanca?.
– Cruzar al otro lado por encima de ese puente.

El puente al que se refería Blanca era un paso elevado para peatones. Lo cruzaron con mucho miedo. Pero lo cruzaron. Y se pusieron a caminar por el arcén en dirección a Hanau. Hasta que, de pronto, se quedaron sobrecogidas al escuchar un estrepitoso ruido de llantas junto a ellas. Era un Peugeot que frenó ante ellas. Lo conducía un joven disfrazado de gigante y a su lado iba otro joven disfrazado de lo mismo…

– ¡Hola, preciosas!. ¿Habéis sufrido un accidente? – les preguntó el copiloto.
– No. Sólo vamos a Hanau – dijo Blanca.
– ¿Andando?.
– No tenemos otro medio – intervino Nieves.
– Pero andando llegaréis demasiado tarde al Carnaval.
– ¿Al Carnaval?.
– ¿No vais vosotras al Carnaval?.
– ¡Por supuesto que sí! – volvió a mentir Nieves.
– Son las dos de la madrugada. Si queréis llegar a tiempo para la fiesta os podemos llevar en el Peugeot.

Las dos hermanas pensaron que eso de Peugeot les sonaba a Pegaso y como no quisieron dar la apariencia de antiguas decidieron subir a los asientos traseros. Era un Peugeot que pronto reanudó su veloz camino.

– ¿Cómo os llamáis? – inquirió el copiloto que era quien llevaba la voz cantan te en el dúo de jóvenes automovilistas.
– Yo soy la Princesa Blanca .
– Y yo la Princesa Nieves.

Los dos jóvenes automovilistas soltaron una gran carcajada.

– ¡Qué buen disfraz!. ¡Parecéis princesas de verdad!. – dijo el copiloto.
– Somos princesas de verdad… – protestó Blanca.
– De acuerdo, de acuerdo, no os enfadéis. Yo soy Pantagruel y mi compañero es Gargantúa.
– ¿Pantagruel?. ¿Gargantúa?. ¿Sois acaso franceses?.
– Somos franceses y con muchas ganas de divertirnos en el Carnaval de Hanau.
– ¿Es bueno el Carnaval de Hanau?.
– Como todos los de Europa…
– Si nos damos prisa llegaremos pronto al Hotel Mercure
– ¿Y qué hay en el Hotel Mercure?.
– Una fiesta de Carnaval de verdadero órdago.

Órdago era una palabra desconocida para Blanca y nieves pero les sonó a fiesta y alegría y decidieron guardar silencio ante su ignorancia.

– Vamos a ver…- cortó el silencio Pantagruel – ¿vais a Hanau con ganas de divertiros?.
– ¡Por supuesto que si! – respondió Nieves.
– Entonces vamos al Hotel Mercure. No os preocupéis por la entrada. Nosotros os invitamos. Para eso tenemos nuestras excelentes tarjetas de crédito. La única condición que os ponemos es la de, como dicen los españoles, pasarlo guay del Paraguay.
– – Qué es el Paraguay? – preguntó Blanca.
– ¿No sabes lo que es el Paraguay?.
– ¡Pues lo mismo que el Uruguay! – intervino Gargantúa.
– ¿Y qué es el Ururguay? – pregunto ahora Nieves.
– ¿No sabéis qué es el Uriuguay?. ¿De dónde vivís vosotras?.
– Nacimos en Wurzburg pero desde hace muchos años estamos viviendo en el bosque Spessart Rhon.
– ¿En el bosque Spessart Rhon?. ¿Y dónde está eso?.
– Muy cerca de aquí.
– ¿Y con quién vivís en ese bosque?.
– Con siete tíos… – respondió Blanca.
– ¿Con siete tíos a la vez? – se asustó Pantagruel.
– Si, somos una gran familia.

Los dos amigos se miraron perplejos. Estas chicas debían ser algo así como dos hippies extremistas de la posmodernidad.

– ¿Con siete tíos a la vez? – volvió a preguntar Pantagruel.
– Sí, con siete tíos a la vez… ¿por qué?.
– No. Por nada. Pero siete tíos a la vez me parecen demasiados.
– Dínoslo a nosotras… – respondió Nieves.

Llegaron entonces a Hanau. La ciudad aparecía espléndida en medio de la noche. Las calles estaban alegremente iluminadas y se veía a toda la gente disfrazada mientras bailaban y cantaban. Blanca y Nieves estaban maravilladas.

– ¡Qué emocionante y divertido!.
– Esto no es nada. Nos han dicho que la fiesta del Mercure es lo máximo – comentó Pantagruel.
– – Conocemos el Carnaval – explicaba Blanca – pero siempre lo habíamos vivido en el castillo de papá.
– ¿Es que vivíais en un castillo antes de iros al bosque?.
– Sí. En el Castillo de Wurzburg.
– ¡Vaya fantasía la vuestrta! – intervino Gargantúa.
– No es fantasía… – protestó Nieves.

Blanca y Pantagruel ya habían congeniado mutuamente. Nieves y Gargantúa empezaban ahora a hacerlo…

– Nada de enfados hoy. Es cierto. Vivíais en un Castillo. Yo, por jejemplo, se siento verdaderamente Gargantúa.
– – ¿Es que no eres verdaderamente Gargantúa?.
– ¡Por supuesto que sí!. ¡Soy Gargantúa y mi compañero es Pantagruel!.

En la puerta del Mercure les salió un hombre vestido de lacayo del XIX que les abrió la puerta y les invitó a entrar. Blanca y Nieves quedaron deslumbradas por el lujoso hall. Había una araña de cristal que iluminaba desde el techo. Blanca llevaba el cofre entre sus manos. Los dos amigos se dieron cuenta ahora de ello.

– ¿Qué lleváis ahí?.
– Oro.
– ¿De verdad?.
– De verdad.
– Entonces es mejor que lo guardéis en la caja fuerte.
– ¿Hay caja fuerte aquí?.
– Todos los hoteles tienen caja fuerte.

Pantagruel acompañó a blanca hacia la recepción para pedir que le guardaran el cofre en la caja fuerte y pagar la entrada a la fiesta. Después los cuatro bajaron al Salón donde se estaba celebrando el Carnaval. El espectáculo era maravilloso para Blanca y Nieves. Nunca habían visto nada igual en sus largas vidas. Todos cantaban y bailaban mientras las botellas de champán se descorchaban ininterrumpidamente, ¡Allí se encontraban centenares de personajes históricos reunidos en un mismo baile!. ¡Cleopatra, La Reina de Saba, Napoleón, El Rey Arturo, Juana de Arco, Gengis Khan, El pirata Drake, Cristóbal Colón, varios chimpancés y un hombre araña del cual no sabían absolutamente nada!.

– ¿Dónde están los Príncipes? – preguntó Blanca
– ¿Los Príncipes?. ¡Ah, si, los príncipes!. ¡Alguno habrá por ahí!.
– Nos referimos a los príncipes de verdad… – musitó Nieves.
– ¿Los príncipes de verdad?. Los príncipes de verdad estarán ahora esquiando en Saint Moritz, jugando miles de euros en Mónaco o pasándolo pipa en Marbella –respondió Gargantúa.
– ¿Saint Moritz?. ¿Mónaco?. ¿Marbella?. ¿Dónde se encuentra todo eso?.
– ¡Vamos, vamos!. ¡Está bien que juguemos un poco para divertirnos pero no nos toméis por tontos!.
– No te enfades, Gargantúa… es que nos interesan los príncipes de verdad…
– Eso es picar muy alto, Nieves. Dale tiempo al tiempo si quieres soñar… pero ahora lo importante es divertirnos en este momento.

Comenzaba en ese momento un Concurso de Vals. Blanca y Nieves bailaban el vals como verdaderos ángeles. Lo hacían maravillosamente bien desde su más tierna infancia en el Castillo de Wurzburg. Además de eso eran dos mujeres de tan extraordinaria belleza que cautivaron la admiración de todos los presentes. Y ganaron el Primer Premio: toda la fiesta gratis y pasar la noche y el día siguiente por completo en el hotel, igualmente gratis. Gargantúa y Pantagruel quedaron entusiasmados…

– ¡Estupendo! – gritó Pantaguel – ¡Hemos ganado el primer premio!.

Todo fue fiesta y alegría sin final. Blanca y Nieves jamás se habían divertido tanto. El champán empezó a hacerles efecto en sus inocentes mentes y pronto sintieron los brazos de sus jóvenes acompañantes en torno a sus adorables cuerpos. No imaginaron lo que diría Tío Gruñópn de ahaberse enterado que estaban siendo abrazadas por los gigantes de Rabelais. Ellas sólo sentáin por primera vez una sensación de enorme placer. Y llegaron los besos de la pasión. Era la primera vez que las dos hermanas gemelas sentían aquella profunda y emocionante sensación de verse besadas en la boca. Ellas también besaron con la misma efusión. ¡Qué deliciosa experiencia para Blanca y Nieves!. Después llegó el turno a la invitación de dormir juntos… pero era demasiado pronto… aún no estaban preparadas para ello… y negaron la oferta prometiendo, a cambio de ello, que en otra próxima ocasión sucedería así.

Blanca y Nieves se fueron a las seis de la madrugada a sus habitaciones. Sentían una sensación muy extraña, a la vez que agradable, en su interior..

– Blanca…
– Díme, Nieves…
– Noto algo extraño…
– Yo también, hermanita. Como si la vida empezase nuevamente a surgir dentro de mí.

Efectivamente. El reloj biológico del tiempo había comenzado –como ya les había advertido el Tío Gruñón- a funcionar en sus vida. Comenzaba a pasar el tiempo otra vez por ellas. Y se sintieron liberadas de la pesada carga de la eternidad…

– Mañana mismo, si las cosas siguen así, me atreveré a tener relaciones sexuales con Gargantúa.
– Y yo con Pantagruel,…
– Si. Porque los Príncipes Valientes están demasiado lejos…

El tiempo biológico también corría ahora por ellas en sus deseos de amor…

Un comentario sobre “Blanca, Nieves y el enanito Gruñón (II)”

  1. PAsarlo Guay.. del Paraguay.. jajaja. de donde lo sacas.. muy bueno,
    la liberación femenina reflejada en la ficción litararia, buena opción para reflejar de manera jocosa pero acertada, una realidad latente. excelente. Diavolo.

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