Los cristales esparcidos reflejaban sus zapatos limpios, lustrosos. Al fondo una voz reclamaba su derecho a mirarse en el espejo, pero su presencia, enfatizándolo todo, lo impedía. Borges, aclamado por su oscuridad, había roto el único espejo de la casa con un martillo de partir nueces. La oscuridad era total. Los zapatos brillaban en el suelo. La voz clamaba en el pasillo, mientás él…no dejaba de preguntarse si Alef era la primera letra del alfabeto de su sopa.