Buscamos nombres para llenarlos de sustancia en forma de compañía expresando ecos humanos que se detentan como compañeros de nuestra continua autenticidad y en esos momentos es cuando nos preguntamos, en un instante de amplitud emocional, ¿qué tenemos para desprendernos de ello y ofrecerlo a los demás?. Entonces buscamos en el interior de nuestra conciencia hasta hallar algo de vida encaminada hacia lo nuevo; algo para compartir en este caminar de lo recién nacido al otro lado de un tazón de leche en la cocina o cuando descansamos fatigas bajo el roble inesperado de lo imaginario.
Podemos desprendernos, por ejemplo, de unas lágrimas que rieguen la tierra y hagan germinar la materia destellante del sufrimiento por lo ajeno; podemos desprendernos, igualmente, de un verbo alojado en nuestro corazón y que es paradigma de anhelo enroscado en el sentimiento humano. Podemos, también, desprendernos de una meditación que simplemente está ahí, surgida como hilo enhebrado en las reflexiones del alambique de la sinceridad; podemos hacer crecer una sonrisa para acompañar nuestro quehacer de mensajeros hacia alguna recóndita esperanza; o podemos convertirnos en filósofos adentrados en el zaguán de lo imprevaricado.
Buscamos nombres para elaborar un texto paralelo a la vivencia universal y, al final, nos convertimos en marismas de la ensoñación. Buscamos nombres y nos hacemos conciencia.
¡Una excelente llamada! Siento, en ocasiones, que nos siguen faltando referencias de diálogo. Siguiendo estos esquemas de “Yo y mi circunstancia”, son muychos los remios que dejan su texto y parecen auyentarse. ¡¡¡Excelente reflexión por la profundidad que tiene y por la verdad que presenta!