Carpe diem III

“Dos días en la vida… cuando escuché esa frase pensé de inmediato –casi automáticamente- cuántas cosas puede hacer una persona en dos días /cuarenta y ocho horas. Y la respuesta que de mi fantasía emergió fue: mucho. En primer lugar y, justamente como más importante –las emociones o sentimientos- ¿qué quiero decir con esto? En dos días puedo enamorarme, puedo odiar, llorar, gritar, cantar… Entonces, conforme a mis emociones puedo hacer todo lo que hago diariamente en la módica suma de cuarenta y ocho horas. Y siguiendo con las conclusiones, hay gente que asegura que “la vida no le alcanza”, que “no tiene tiempo”; de ahí ¿qué significa no tener tiempo? Partamos de la base de que el tiempo siempre está, siempre estuvo y estará por y para siempre. Entonces el asunto no es ese, nuestra existencia representa tan sólo una milésima parte del universo que nos contiene, que nos circunda en tiempo y espacio. Pasamos por la vida como pequeñas ráfagas suicidas que no terminan de aparecer cuando ya perecen.

Por eso existieron almas importantes –espíritus colmados de ingenio- que dejaron huellas en este seno materno que es la tierra y la corporalidad. Figuras que gracias a sus palabras –además de sus actos- (el lenguaje por encima) logran mantenerse latentes hasta nuestros días y muy probablemente por el resto de los venideros. Claro está que a esas almas hay que aclamarlas por ser el fruto del pasado y el espíritu del presente. Entonces, volviendo a los “dos días” pienso, cuánto haría yo si ahora mismo un sabio me afirmara: -en dos días vas a morir. Y no puedo dejar de imaginarme situaciones, lugares, personas, texturas y colores que me gustaría disfrutar antes de que dicha profecía suceda. De ahí la gran interrogante del ser humano: -¿por qué haríamos tantas cosas en dos días sólo si estamos seguros que moriremos en breve?, y -¿por qué no haríamos exactamente lo mismo si la predicción fuera que viviremos 30, 40, o 50 años más? Inexorablemente, es esta una verdad absoluta. ¿Qué es, realmente, lo que nos frena? De hecho, aquí residen varios factores influyentes, uno podría ser el miedo –un temor personal, que algunos llamarían vergüenza, que nos inhibe en determinadas ocasiones frente al resto de la sociedad- cercano a esto se ubica la cobardía -¿somos cobardes?- es interesante considerar, como seres racionales que somos, que la cobardía no es más que el mismo miedo que se apodera de nosotros, es decir, el hecho de sentirnos cobardes sucede luego de un episodio u antes del mismo, o sea, somos cobardes porque no hicimos algo, o por el contrario, porque sí lo hicimos y le tememos a las consecuencias que de ello puedan desatarse. Entonces, inhibidos neciamente por una apática y absurda cobardía, no estaríamos viviendo nuestro presente en su totalidad –es decir abarcando todas las sensaciones y emociones posibles-, porque nuestro raciocinio conjugado con el factor emocional nos juega en contra, colocándonos trabas, y por tanto, entorpeciendo nuestro camino, nuestro andar. Nos encontramos pensando –casi traumados- por una posible culpa que, de hecho, es otro de los factores que limita y castiga la actitud del ser humano. Tomando en cuenta a la culpa como otro de los sentimientos negativos, cabe destacar que no siempre nos vemos castigados por el mismo tipo de culpa, se podría dividir, por ejemplo, en la culpa leve, como una pseudo culpa; no nos sentimos del todo culpables y por ende no nos arrepentimos de nuestros actos, algo así como una culpa que disfrazamos de culpa porque nuestro entorno considera que así debe ser, pero nosotros no. Es más, quizá ni la sentimos, o no somos merecedores de la misma. También una persona puede sentir culpa en mayor profundidad, sucede cuando se reconoce un error y da lugar muchas veces al arrepentimiento –es decir la aceptación del acto erróneo, su correspondiente sentimiento de culpabilidad y luego el remordimiento y/o arrepentimiento. Es posible, además, sentir la culpa ciega o empecinada, en esta circunstancia el individuo pasa por un estado emocional indefinible, entonces debido a esta inestabilidad, éste no es capaz de dilucidar cuán grave fue el error cometido para llegar a merecer tal culpa o castigo, y simplemente se cierra en sí mismo. Cabe mencionar que cuando la culpa se convierte en un sentimiento del todo profundo, el sujeto puede llegar a sentir conmoción, o quizá una cierta turbación que podría tener carácter de trastorno o posible desquicio. Otro de los factores que interviene e interfiere en el proceso mental-emocional del individuo es la duda, más específicamente el sentimiento de duda /indecisión /vacilo, puesto que el individuo atraviesa –ineludiblemente- el riesgo de dudar de sí mismo tanto como de su entorno. En tal caso, la duda ubica al sujeto en una posición crítica, puesto que cuando se atraviesa un período de transición –vicisitudes y transformaciones- ya sea en el momento de tomar decisiones, vacilamos, de hecho, acerca de nosotros mismos y de nuestro pensamientos, porque estos emergen de nosotros mismos. Pero ¿por qué dudar de algo que nace de mi interior? Aquí se denota, justamente, la complejidad del ser humano. Por tanto, encadenados extensos sentimientos, muchas veces de carácter negativo, podemos llegar a vernos afligidos completamente por una oscuridad turbia que nos mantiene en un trance personal del cual debemos encontrar el camino justo para continuar. Atravesamos –y muy posiblemente nos haya tocado vivir a cada uno de nosotros alguna vez- algo así como un “túnel oscuro” del cuál nos parece no poder escapar jamás. Es posible que suene novelesco, hasta fantasioso, pero en realidad, la oscuridad de ese túnel –como ya lo mencionó Dante- intenta entorpecernos el paso, nos enceguece y muchas veces logra que perdamos nuestro camino recto, es de esta manera que nos vemos atrapados en dichos túneles sarcásticos, es algo universal. Es entonces cuando el individuo necesita de su superación personal, convirtiendo a la oscuridad en claridad y a los miedos y prejuicios en acciones positivas y alentadoras, pero, inevitablemente, no es tan sencillo. Corresponde mencionar que muchas veces la equidad entre la reflexión y el uso correcto de nuestro raciocinio puede ser la clave. También el instinto juega un papel trascendental, puesto que a manera que el individuo actúa regido por su instinto, muchas veces deja de lado la razón, cosa que no está vista del todo mal, puesto que en esta vida nada puede ser del todo blanco ni del todo negro. Todas las cosas necesitan mantener la equidad, el justo balance, una especie de complementación para que todo se mantenga en armonía.”

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