Caótica siempre Lidia

-Lidia, ¿estás borracha?-
Pregunta lanzada al aire con ese tono agudo de tu voz. Agudo, tan agudo que me obliga a apartar la cara y mirar hacia otro lado, ofreciéndote otra perspectiva angular de mi cara. Pienso, que desde tu posición, debo parecerte un triángulo obtuso mal formulado.

-Tú nunca bebes, nunca has bebido. ¿Lo has hecho hoy?-
-¿Hacer qué?- Atino a vomitar.

Palabras. Desaforadas poesías van torturando mi garganta en recorrido doloroso y ascendente, manchando de pareados y códigos mi falda y tu espalda.
Atinas a escuchar con las vértebras quebradas.

He encontrado un bucle, Raquel, Julia, Belén, esperpéntica mujer de hojalata; he encontrado un ciclo en mi cuerpo, que me hace voltear y voltear una y otra vez la vida y la cara. No es que esté huyendo: es que esto es una enfermedad.
Estoy borracha de cuerpo entero.

Estoy no física ni tóxicamente embriagada, sino borracha de verdad. Emocionalmente borracha. Ninguna sustancia profana mi sistema vascular, pero todas las esencias de todas las sustancias del mundo contaminan mi cerebro. Impulsos electromagnéticos los llaman aquellos que nunca supieron escuchar. Estoy borracha de sentimientos. De emoción. No todos los psicólogos saben comprender esto. Los psiquiatras me quieren estudiar.
No es que esté huyendo. Es que encontré algo llamativo y luminoso lejos de este lugar; pero todavía no sé qué es.
No es que esté corriendo, es que estoy siendo consecuente con mis sueños e irresponsable con mis actos y me estoy dejando llevar.
Es que no quiero verte. Es que me molesta tu cuerpo junto a mi cuerpo cuando no paras de hablar.
¿Ves ese ruido que flota nublado delante de nuestras caras? Se llama conversación. Y me está aburriendo, y me está torturando demasiado.
No, deja, no quiero comer. Mi cuerpo está demasiado acostumbrado a ser autoritario conmigo; pretendo que no me vuelva a obligar. Y que no me torturen sus quebrantos. Pide demasiado.
Yo quise ser tu Lidia, su Lidia, mi Lidia. Y no había Lidias para todos. Y me tuve que aguantar.
Por eso ahora ya no lloro, por eso mi mirada es condescendiente y patética llena de amor y odio.
Es que sé que tú también has sido como un pez pegado a un cristal que no sabe que existe. Yo volqué mi pecera y creí que era la euforia del suelo o el océano lo que no me dejaba respirar. Pero no lo tenía muy claro.
Tuvo que venir el gato que me dejó vivir un instante en su saliva: y creí que era adictiva y peligrosamente vital porque era suya; y no fui consciente de que realmente, tan sólo era saliva: una saliva cualquiera, cualquiera era lo que me hacía realmente falta. No era el gato, ni el océano ni la felicidad: era mi cuerpo de pez con branquias que querían líquido y aguamarina para respirar.
Podría no haber volcado el acuario…
Pero llegó un punto en el que la irresponsabilidad, los días largos, el “yo quiero tiempo para mí”, el libertinaje y la guerra, me hicieron cambiar.
Ahora he cambiado. Y no soy una persona: soy alguien que no sabe quién es ahora, pero se conforma con haber sido algo. Con saber lo que ya no es. Con poder alardear de que es libre y no saber explicar qué es la libertad.
Porque me agobio, minuto a minuto entre el silencio y el hastío natural de odiarme y sentir que no amaré lo odiado. El pasado, me aferra, me persigue, me desnuda, me lasciva, me violentea, me pisa, me destruye. Cada día yo lloraba por lo desagradable que resulta de vez en cuando ser víctima cruel de este proceso diario. Pero todos los vasos medio vacíos acaban alguna vez por vaciarse; cuando un cuerpo ya no puede llorar más pasa a ser una momia hermosa con ojeras y olor a esencia de trementina. Pasamos todos a otro bando. A decir no quiero verte y dejar simplemente de mirar; a extender las manos ante el miedo de tocar un cuerpo a oscuras y vencidos aún así por la curiosidad.
Rendidos ante el estrés enfermizo y la enfermedad del no tengo tiempo.
Que no puedo pensar. Que no quiero tener tiempo para pensar y lleno mi agenda de palabras que significan citas y huracanes programados.
Que no tengo tiempo para luchar contra mi pasado, con mi presente, para mi futuro que es ya y ahora también ha dejado de ser.
Pretendía comerme los jeroglíficos y escupir un nuevo diccionario.
Que odio las princesas y los relojes de pulsera.
Que tengo las orejas pequeñas y el corazón en volumen alto.
Que no me dejo gritar, que no me dejas girar, que no nos dejan mirarnos, que no nos dejamos de besar.

Y pasan tantas cosas que pensé que huir detendría el tiempo en vez de malgastarlo.
Que tu deseo, hacia mi persona, es mi deseo de huir hacia otro lado.
Que una caricia en lo alto de una montaña no se ve desde el pueblo más cercano. Que una lengua vírica y bífida no enredan poemas, sino que los toma de mis labios.
Que tengo el corazón rebelde y el bocadillo mordido a mi lado.
Que al final, he cedido, y he almorzado, para que mi cuerpo me dejase pensar y seguir vomitando.
Que no eres, he comprendido y he terminado por aceptarlo: ni mujer ni hombre, ni fantasma ni mano en mi pezón para calentarlo. Que no eres nada en este mismo momento de soledad, de Lidias para todos y para vosotros, y de Lidias que quieren mataros.
Que no hay nada verde en mis ojos rojos. Ni nada azul a tu lado. Ni nada mojado en mi pantalón, ni lazos, ni cadenas, ni abrazos.
Que lo malo, si malo, dos veces bueno por aquello que no has dejado que fuera cuando pudo haber sido, como por ejemplo: un beso. Dos veces beso. Siete veces siete labios besados.
Las matemáticas y las cifras me están lacerando. Porque el amor es entonces un error en la ecuación: es un problema modulado. La realidad puede ser una fórmula y la verdad es, ni mala ni buena, es y en eso estamos todos de acuerdo y filosofeando.
Palabras.
No valen nada. Ni los hechos tampoco.
Es el tiempo lo que no tengo, para ser Lidia en todos lados.

Y me pesa el cuerpo, las manos, los párpados, me pesa el sueño, el amor, los secretos, el miedo, las sonrisas, los besos, el peso, mis huesos, tus músculos, mi sangre, tus venas, mis labios, me pesan, tus canciones, mis oídos, mi maldad, el temblor del suelo y el peligro de caer hacia uno u otro lado.

Estoy ebria. Sobria. Cansada, maltratada, feliz, con altibajos. Vomitando. Sola, vomitando.

Fdo: Lidia sin nombre.

19.11.09 Lady Oscura

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