El Caballero de Púrpura bajó de su caballo, lo amarró con la soga al poste del porche y, dando un fuerte empellón a la dobe hoja de madera del saloon, entró como un huracán desbordado.
– !!Que sala ese rufián que ha insultado a mi bella esposa o disparo a mansalva hasta que no quede ni una sola rata viva en este asqueroso lugar!!.
El pelirrojo Mariano Helguer Berzoneti, un sanguijuela de orígenes oscuros e italianos, se puso a gritar desesperado.
– !!Por favor!!. !!Por favor, como me llamo Mariano Helguer Berzoneti, le juro que yo no he insultado jamás ni a su esposa ni a ninguna mujer de nacionalidad latina.
El Caballero de Púrpura arrojó una de sus pistolas al suelo.
– !!Si eres hombre capaz de insultar a mujeres, también debes ser hombre para coger una pistola!!.
– !!Pero si le estoy jurando que yo no fuí… seguro que ha sido Joe Parfeitto!.
El aludido saltó de un brinco y se enfrentó al pelirrojo.
– !!Cómo eres tan sinvergüenza que te atreves a decir que yo he insultado alguna vez a alguna dama!!. !!Además de sinvergüenza eres cobarde!!. !!Si es verdad que eres inocente coge la pistola y enfréntate a la mía!!.
– Jamás -exclamó serenamente El Caballero de Púrpura- !!Jamás consentiré que un extraño luche por el honor de mi esposa y de las mujeres latinas!!. !!Esto es un asunto entre Mariano Helguer Berzoneti y yo!!.
– No, yo puedo dar fe de que soy capaz de batirme con este sinvergüenza y cobarde que tanto nos deshonra a todos por defender el honor de cualquier mujer.
– Calma Joe Parfeitto… calma… que es cuestión de que cada hombre defienda su propio honor.
Después se impuso un profundo silencio que cortó, nervioso, el otro Joe.
– Impongo una tregua para parlamentar el suceso -dijo Joe Louis Magronetti- y así apaciguar el asunto.
El Hombre de Púrpura ni le dirigió la mirada al farsante y falso Joe Magronetti, conocido en toda la región de Ciudad Juárez y alrededores como el mayor ladrón de caballos, estraperlista y explotador del trato de blancas; mientras que el grupo formado por Florenciano Carnicello, Ferdinando Morinetti Spinoza y Alphonse Péret Gineta, éste último un francés de la mafia de Marsella; que dirigían, a escondidas, todos los negocios de Joe Louis Magronetti, intentaron ocultarse detrás de las faldas de las coristas que, viéndose acosadas, comenzaron a repartir tortazos a diestro y siniestro.
– ¿Qué ocurre con esos dos chiquilicuatres sicilanos y ese sansculotte franchute? -siguió hablando, cada vez más calmado, El Hombre de Púrpura -¿Acaso creéis que tengo miedo a enfrentarme a tres o cuatro o cinco verdaderos pistoleros a la vez?.
– Pero nosotros… caballero… no somos pistoleros… como ve… somos hombres de paz… -le temblaba la voz a Alphonse Péret Gineta que, si ya de por sí la tenía bastante afectada, ahora parecía salida de la garganta de una de aquellas cupleteras que, de vez en cuando, pasaban por el local.
– !Dejemonos ya de vainas, que vengo de la ciudad de El Paso no para reirme de pantomimas de payasos sino a saber quién se atreve ahora a hablar mal de mi esposa, de alguna mujer latina o de mí mismo -y se le quedó mirando fijamente a los ojos a Péret- ¿eres tú capaz de tomar esa pistola y defender tus ideas con ella?.
Un silencio sepulcral se apoderó de todo el salón mientras el reloj de pared hacia sonar las diez de la noche y los que estaban afanados en el juego del póker habían dejado sus apuestas de póker para apostar a hora a ver si alguien de aquellos cinco facinerosos era capaz de enfrentarse cuerpo a cuerpo, cara a cara, pistola contra pistola. con aquel inesperado Caballero de Púrpura del cual se decía que tenía por esposa a la mujer más bella de toda la frontera mexicano-norteamericana.
– ¿Alguno quiere tomar la pistola o deséais hacerlo los cinco a la vez?. Por mí no hay problema. Hay entre todos estos hombres aquí reunidos el suficiente número de pistoleros como para cederos algunas de las suyas.
– !!Yo cedo la mía!! -exclamó valientemene Mikey Angelo Arrives, uno de los pistoleros más famosos del Oeste de Texas, lanzando su pistola al suelo.
– !!Ya hay para dos!! -siguió elevando la voz El Caballero de Púrpura -¿alguien más desea ofrecer sus pistolas a estos cinco cobardes que sólo se atreven a insultar mujeres y chismear por las espaldas de los hombres de verdad?.
Dos nuevos pistoleros, Jules Medien López y Mariano García De las Tapias, el primero de ellos de padre norteamericano y madre mexicana y el segundo de ellos mexicano completo, lanzaron también sus pistolas al suelo. El reflejo de la lámpara de gas, que colgaba del techo del saloon, hacía brillar a las armas mientras las caras de los cinco aludidos se volvían de color cerúleo. Ningún otro pistolero quiso arrojar ninguna pistola más. Todavía había la oportunidad de que no se tuviesen que enfrentar directamente al Caballero de Púrpura.
En esos moomentos, cuando la tensión había llegado al máximo del límite humano, saltó desde el otro lado de la barra la puertorriqueña Minnie; de la cual nadie sabía absolutamente nada más que se la conocía con el apodo de Minnie, con su propia pistola en mano.
– No va a ser El Caballero de Púrpura quien lave la afrenta cometida contra las mujeres latinas y contra los verdaderos hombres el que hará justicia esta noche sino yo misma. Yo misma soy capaz de enfrentarme a estos cinco descastados.
– !Jamás lo permitiré, Minnie! -se le opuso El Caballero de Púrpura -!Mientras yo tenga un pleito que resolver por mí mismo jamás permitiré que una mujer se ponga en peligro por mi culpa!.
– Pero ocurre que tú no eres el culpable sino ellos y ese es mi punto de vista… así que, por lo menos, seremos dos contra cinco, si es que alguien quiere ofrecer una pistola más, porque no te dejaré sólo ante el peligro como ocurrió con Gary Scooper según cuentan las leyendas.
– Esta noche también va a pasar a la leyenda -murmuró Joe Parfeitto mientras arrojaba su pistola al suelo.
La luz de la lámpara de gas las hacía relucir cada vez con mayor intensidad. Era tan tenso el silencio que se escuchaban los pasos de los gatos andando por el tejado. Afuera, en medio de la brumosa noche, la luna menguante adornaba la escena de las calles desiertas. Una carreta pasó en dirección hacia El Paso. Dentro de ella Melody Primrose y su dama de compañía Estefanía De La Fuente, enteradas de lo que estaba sucediendo allí, se habían juramentado extender toda la noticia por los lejanos pueblos del Oeste americano. Hasta el indio Huasqui, un sioux amigo de los blancos, experto en manejar el puñal como si del mismísimo Buffalo Bill se tratase, no se perdía ni un solo detalle de las escena.
Los cinco mafiosos sinvergüenzas no movían ni un músculo de su cara. Estaban más petrificados que el propio rostro de aquel Huasqui que parecía tenerlo de duro pedernal.
– ¿Ninguno quiere coger alguna pistola? -dijo con toda calma El Caballero de Púrpura.
– !Así son de hombres estos puros gallinas! -se envalentonó Minnie.
Entonce fue cuando el Caballero de Púrpura disparó sin tregua descargando todas sus balas. El ruido hizo estremecer a la misma noche. Un búho chilló fúnebremente. La muerte estaba allí, en el mismísimo saloon de Ciudad Juárez… pero no… El Caballero de Púrpura no disparó contra ningún ser humano; pero con una punteria total y absoluta había impactado todas sus balas en las cinco pistolas que brillaban bajo la bombillas de gas. Las cinco pistolas quedaron marcadas como signo inequívoco de la cobardía de Mariano Helguer Berzoneti, Joe Louis Magronetti, Florenciano Carnicello, Ferdinando Morinetti Spinoza y Alphonse Péret Gineta.
– Pues yo os doy mi palabra de hembra que esto no quedará así. Estas cinco pistolas marcadas se quedarán siempre no sólo grabadas en la memoria de todos los aquí presentes sino que las expondré en la vitrina del saloon que pienso comprar para tal motivo y os juro que daréis cuenta a las autoridades de vuestros atropellos cometidos vilmente contra las mujeres con las que manejáis la trata de blancas, contra el estraperlo de sustancias prohibidas que pasáis a través de la frontera y contra y contra la gran cantidad de caballos que habéis estado robando continuamente.
Y las cino pìstolas marcadas adornan, desde entonces, la gran virtina de madera de caoba que existe en el Saloon Arístides Vargas de la hermosa Ciudad Juárez. ciudad hemana de El Paso.