Crónica de la Aldea Dormida (III)

Hoy me he independizado del resto de la familia y amigos. Cuando he oído el sonar de las esquilas de las cabras de Manolo he pedido permiso a Liliana para pasar una jornada entera por el monte, acompañando a este sencillo pero sabio pastor que se ha alegrado una enormidad al saber que tendría compañía. Y con el talego del almuerzo a la espalda, he salido de la aldea que se ha ido achicando, poco a poco, cada vez más diminuta, a medida que hemos ido caminando por los oteros colindantes de la vieja montaña. Un zumbido de abejas a nuestro alrededor y los chorlitos compañeros de viaje, abrevando en el estrecho riachuelo de la quebrada…

Manolo no habla mucho mientras camina pero, una vez llegado el descanso, mientras las cabras triscan vigiladas estrechamente por Caimán (un viejo perro pastor belga que azuza las orejas cuando se le llama) Manolo se ha vuelto dicharachero. Encendemos un par de cigarrillos negros y yo le escucho sus relatos acerca de las profundidades de la naturaleza. La hojarasca de los zarzales acompañan el silabeo de Manolo cuando narra historias de su vida de “marinero en tierra”. Él quiso ser tripulante de navío en su Cartagena natal pero no hubo ni oportunidad, ni tiempo, ni ocasión. Sus padres fueron campesinos de la huerta de Molina del Segura y él, escaso de medios y de posibilidades, se metió a pastor…

Cuando se entera de que estuve años en América Latina, en la tierra de los incas y los aztecas, me pregunta por las llamas, esas “grandes ovejas” de los Andes. Casualmente tengo una fotografía de “Pichincha”, la llama mascota del Colegio América Latina donde dí clases de Literatur por un tiempo. Y se la enseño. “Pichincha” está en posición de guardameta en una de las porterías del campo de fútbol del colegio. Manolo no sabe casi nada de fútbol. Recuerda levemente a Distéfano y Kubala. Cuando le digo que uno de los mejores futbolistas de la actualidad se llama Kaká se ríe ruidosamente porque cree que es un chiste. Pero no. Le hago saber que se escribe con K de Kalikatres el Sapientísimo y él entonces ríe mucho más abiertamente… hasta que le cuento que Kalikatres era un sabio “Manolo” de la Antigua Grecia.

Paso muchas horas escuchando las sabias consejas de Manolo y, cuando decidimos volver a la aldea, contemplamos el paso de una familia de jabalíes mientras Caimán reúne a las cabras y se pone al acecho. Volvemos contentos. Él charlando y yo escuchando. !Cuánto se aprende escuchando a los hombres nobles y sinceros del campo!. Y vemos la aldea pequeñita, pequeñita, con las luces de sus callejas encendidas, que aparece, dormida, entre la bruma del anochecer mientras pasan por nuestro lado un par de mujeres de edad madura. Manolo no tuvo nunca mujer. Habla de ellas como seres mitológicos pero las conoce profundamente…

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