De Cánticos a la Tierra

Salpica el ritmo que a la tierra mece,
que a la montaña acaricia,
que al hombre adormece.
Salpica el salto del danzante ébrio de luna.
Conjuro de la selva entre la sombra y la herida
de una hierba mora maldita en su textura.
Salpica el tiempo que se ahoga y grita.
Los santos mártires de aquellos árboles talados,
y da vueltas y vueltas la loca danza de los muertos.

Tú, desconocido afán de selva y matorral,
árbol enigmático y oculto…salpica el son del tambor
sobre la acacia rompiente de la vida.
Tú, danzante de color de cobra y con olor a azmilcle:
¡Ya! Resuena sobre el bosque el paso que pisa la pista
de baile.
¡Tú! ¿A dónde vas? Desmayado y ausente de tu propia estirpe,
raza que fue de los deleites de la piedra y el cuchillo de obsidiana.
¡Zás! Litoral, rompiente, rompeolas de roto olor a son que
quema sobre el corazón la llama de la danza y sube,
subem, sube en estrépito hasta arriba donde gira el compás
y dice que no llama, que no expresa…¡Zás!

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