De la fuente gorgorita al tren de Arganda.

No me acordaba de nada. No recordaba tan siquiera mi nombre. Sólo una extraña sensación de que estaba todavía vivo. Cuando me di cuenta de ello, la noche cruzaba su camino con mis pensamientos. Y me pilló desprevenido…

– Recuerda… una fuente gorgorita y un pavo real en la copa de un árbol. No recuerdo qué clase de árbol era.

Tuve entonces la sensación de volver a ser un niño recogiendo caramelos que lanzaba el padrino de una boda ajena. Recogiendo descaradamente caramelos. El pavo real seguía, mientras tanto, abriendo su penacho de plumas una vez bajado al suelo…

– ¿Me llamo José?. Sí. Tal vez. No lo sé. Pero me rebota en la cabeza el poema: “Una tarde parda y fria de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales”.

Y allí está don Vicente haciéndome entender las letras del pentagrama; don Miguel explicándome las operaciones quirúrgicas de los número quebrados; don Virgilio insistiendo en que entone debidamente la recitación del trabalenguas; don Florencio explicándome, una vez tras otra, que Játiva es pueblo de Valencia y algo sobre lo que significa ser carpetovetónico…

– José… José… tus brazos se extienden llenos de sorpresas. Sobre la blanca extensión de la almohada se abe ahora una inmensa verdad. ¿Qué verdad es esa?. ¿Qué verdad debo enfrentar, confrontar y descifrar si me es posible?.

Por la calzada de abajo, por las aceras de la ciudad, un eclipse total de lunas ahogaba los sueños en una atmósfera cuajada de materias. ¿Dolor, venganza, frustración?. No. Nada de eso. Sólo una imagen de las últimas gotas caídas que han dejado sus huellas emblemáticas en la estética del mundo…

– Ya no existe nadie en aquel jardín; ni en aquel colegio; ni tan siquiera en aquel cine donde acudía a comir pipas de girasol mientras el puente volaba por los aires y sonaba estrepitosamente el cañón.

Mucha dificultad para comprenderlo todo… mucha dificultad para entender lo que debo identificar como realidad vivida y hacerla intervenir en mis implícitas ideas. Encrucijada oscura en esta nocturna sensación…

– José… ¿estás seguro de que pasó por aquí el tiempo?.

Y me veo, nuevamente, subiendo al vagón del tren de Arganda… sólo que es un vagón en el taller de las reparaciones…

– Bueno… estoy seguro de que tengo ideas en mi corazón. ¿Ideas en mi corazón?. ¿No son las ideas productos siempre del cerebro?. No. Hay muchas ideas que sólo se producen en el corazón.

Sé que pronto me entrará el sueño y mañana volveré nuevamente a ser transformado en un anónimo transéunte que camina por el big-bang de las avenidas que explotan bajo el sol; argumentando razones específicas para intentar convencerme de que la fuente gorgorita, el pavo real, la tarde parda y fría, don Vicente, don Miguel, don Virgilio, don Florencio y el tren de Arganda han dejado ya de existir, ¿O quizás nunca existieron?. No. No es cierto. Todos siguen existiendo y sé que volverán muchas otras noches a inundarme de misterios.

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De la fuente gorgorita al tren de Arganda

No me acordaba de nada. No recordaba tan siquiera cuál era mi nombre. Sólo una extraña sensación de que todavía estaba vivo. Cuando me dí cuenta de ello, la noche cruzaba sus caminos con mis pensamientos.

– Recuerdo… una fuente gorgorita y un pavo real sobre la copa de un árbol. No recuerdo qué clase de árbol era…

Tuve entonces la sensación de volver a ser un niño recogiendo caramelos que lanzaba el padrino de una boda ajena. Recogiendo descaradamente caramelos y monedas de cinco céntimos. El pavo real seguía, mientras tanto, abriendo su penacho de pluams una vez bajado al suelo.

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