Entonces era mañana y sus ojos llovían como pátina de otoño.
Era la imagen de un corazón oscuro, de una mañana sombría de luto. De una vida que iba mas lejos que él.
Entonces era el tiempo azul de perfecta transparencia, que desaparecía entre el tumulto de copiosa sal de sus ojos abrigados por un sueño compartido que nacía en soledad, pero resguardaba el mas fiel recuerdo hacia ella.
Era cuando el sol caía y salían a relucirse ensueños terrenales de un paraíso sin memoria.
La espera era así, tan iluminada por sonrisas de luna nueva, por el augurio de la hora violeta.
Y sus manos como cóncavas cuevas que traslucían esperanza. Y su cuerpo todo como la desesperanza del azar.
El tiempo pasaba, su memoria era de cristal. Sus ojos de vidrio envueltos en pétalos de dulzura mientras la cálida caricia de alguien lo esperaba.
Resguardándolo entre soles y penumbras, a media luz. Entre muelles de azúcar con la opaca cercanía de la deshora; con el sobrevuelo de un pájaro que en soledad atestiguaba sus días.
Y entonces así pasaban ellos, cuales azules ráfagas de pensamientos tristes. Sobre el desarraigo de desprenderse de lo que en realidad no quería ser y lo había atrapado. Tropezones de oscuridad entre perfumes cálidos de ternura escondida.
De mañana de libros y bicicletas; atardeceres de madera mojada, lunas tibias y copas vacías, de narices frías y corazones aplastados.
Estrellas que no imaginaban perderlos.
Noches que no duraban más que la causalidad del tiempo. Minutos que no existieron. Que nada impone entre azares de quererse con medida y sin quererlo. Y sin pensarlo.
Tan solo la imagen concretada en sus párpados, en sus luces que apagadas querían prenderse, deseando ser parte de aquello que sabía lo iba a querer. Pero ya no lo sabía.
Tan sólo lo efímero del momento, la belleza de un instante que caduca entre manos frías y el frío destello de su piel, al final, frío y tibio como aguas encontradas, como disímiles corrientes que se chocan en el ápice donde se une la ausencia y la presencia del ser.
Porque ni siquiera sucede una imagen real, sino lo real que en el momento muere. Y ese morirse siendo con el otro a su lado, siendo tan inmortal como la sombra de lo que mañana sería recuerdo, tan brillante como el reflejo dorado de un campo de luz, tan plateado como la luna estremeciéndose en el mar, tan verosímil como el existir entre instantes, entre etéreos paréntesis, como el resistir entre balas, como el abrazo que la sonrisa promete a granel. Como la cita de un libro y la página de un largo racconto del vuelo de solitarias aves.
Así nacemos cuando ya no somos nosotros, cuando no estamos solos, cuando vemos que existe la posibilidad de abarcar más allá de las coordenadas de nuestra latitud.
Ahí, donde alguien más nos siente.
Entonces era mañana y sus ojos llovían como pátina de otoño.
Me ha quedado el sabor de una imagen añeja y con bello recuerdo.
Saludos.