El centinela de las memorias.

Mi nombre es Pedro Calderón.
Tengo treinta y cinco años, de profesión periodista. Vivo asomado a mis propias sombras y llevo una vida solitaria, escrita y signada por el aislamiento y la fascinación de las palabras.
Tragadas por una agobiante infelicidad, llevo marcadas en mis retinas mi nacimiento y resurrección.
Escribo y leo sólo los sábados, y en este último día encontré mi primer intento con las letras. Tenía por entonces catorce o quince años, y me sorprendí al hojearlo.

¿Cómo pude haber escrito eso a tan corta edad? -me pregunté mientras leía su titulo, “El centinela” ¿En qué habría estado pensando?
Comencé a leer con curiosidad mientras intentaba reconocerme en ese texto que decía:

“El destino arrastra las voces hacia el poniente.
Son fantasmas mudos y olvidados.
Hundo la daga en mi frente.
y desangro los nombres ignorados
nacen las sombras dolientes
¡Qué traigan el cáliz dorado!
Hoy beberé de esa fuente,
fundiendo pasado y presente”

El timbre sonó cuando apenas había leído la primera hoja. Era el día de pago del diario.
Las noticias se llevaron mi atención y pensé en terminar de leer lo que había escrito, en otro momento, tal vez en alguno de mis monótonos viajes en subte. Guardé mi libreta de notas en el bolsillo del saco.
Llegó el tan odiado lunes. El andén me recibió abarrotado de gente, sería mejor esperar el próximo. A mi izquierda, casi al finalizar el túnel, un hombre andrajoso hablaba en voz alta.
Me acerqué para oír mejor sin tener otra cosa que hacer.
Estaba hablando en un claro inglés. Me aproximé un poco más y sonriendo dijo:
-¿Me compra un ejemplar? Algo delataba que su ofrecimiento no era desde la necesidad. Dejé el dinero en la mano rugosa, y dijo:
-Gracias, ellos se lo agradecen.
-¿Quiénes son ellos?
-Disculpe, tengo que irme, -dijo precipitadamente.
Llegó mi subte, recorrí con la vista la portada. Estaba en blanco, no tenía titulo, y empecé a leer al azar. Me sorprendió su manera de expresar las ideas, a veces crudamente, a veces con metáforas de alto vuelo, pero todas las palabras me remitían a escritos que yo conocía.
¿Quién sería ese sujeto? busqué al final del libro y sólo leí:
“El Ojo Clónico”.
Mi vida había sido complicada al tener que estudiar y trabajar para terminar la carrera y recibirme de periodista. Mis intentos por trabajar para un diario, acaso publicar un libro, terminaron en los cajones de los jefes de redacción. Llevado por la necesidad, encontré trabajo en una revista especializada en espectáculos.
Meditaba con nostalgia que antes de la existencia de la informática, existieron escritores que sólo usaron el instrumento más importante de todos: La imaginación, la tinta y el papel.
El director me llamó para decirme que debía poner más empeño en mi trabajo porque mis notas tenían poco interés, y sólo eran publicadas cuando debían llenar páginas.
Tibiamente alegué que los espectáculos eran muy deficientes en esta época del año.
Me miró. -¿Sería capaz de mejorar? -Necesitamos algo nuevo, original.
Percibí un profundo desagrado en su voz.
-Tenemos que hacer un recorte de personal -dijo en tono amenazante. – No estamos vendiendo ni siquiera para pagar su sueldo.
Cuando terminó el día, seguía pensando en aquel sujeto. Tal vez consiguiera una nota de interés, si conseguía rescatar aquel escritor que había sido alguien en el pasado, o quizás un farsante que vivía haciendo un personaje en las calles. Daba igual.
Llegué a la estación y esperé hasta que se despejara la visión por la cantidad de personas que circulaban.
El no estaba, y después de varios minutos, abandoné la idea de esperarlo.
Me hundí en el sillón de casa y al terminar el extraño libro, tenía lágrimas en los ojos. Allí se resumían estilos de escritores que ya conocía pero los textos me resultaban familiarmente desconocidos.
– ¿Cómo es posible? pensé, ¿Quién era esta persona? ¿Y si ese hombre había sido alguien importante en el pasado? Sería la noticia del año, pensé con cierta expectativa antes de dormirme.
Al día siguiente, mientras esperaba el subte, escuché un susurro detrás de mí.
Su cara había cambiado. Había otra expresión en sus rasgos y en su manera de hablar. Le pregunté si quería tomar un café, pero negó con la cabeza. Entonces lo tenté con una cerveza. Aceptó y dijo:
-A veces me tomo una. Pero con una condición:
-¿Cuál?
-Qué me compre un libro.
-Es que ya tengo uno, el que compré ayer. ¿Se acuerda?
-¡Ah sí! Usted me salvó el día, me acuerdo. – Claro, dijo -pero este es uno nuevo.
-¿Cómo uno nuevo?
-¿Cuantos publicó?- le pregunté con verdadero asombro.
-Cientos. Cientos de miles.
-¿Cómo cientos de miles?
-Sí –respondió el vagabundo.
-¿Tiene algún tipo de educación o identificación?
-No, nací en las calles, allí aprendí todo lo que sé.
-¿Y dónde vive? ¿Dónde es su casa?
-Está parado sobre ella. –dijo.
-¿Cuál es su nombre? –pregunté.
-Bueno, eso es difícil de responder.
-Algunos me dicen Ray, o Roberto, al día siguiente me llaman Osvaldo o Williams, depende- dijo sonriendo.
-Parecen nombres de escritores que ya han muerto, dije.
-A veces creo que lo estoy –dijo riéndose.
-Venga más tarde y le presentaré a algunos de mis amigos –dijo con una gran sonrisa.
-Es imposible, el subte va a estar cerrado –comenté.
-No se preocupe. Yo me encargo de eso. Lo espero alrededor de las once.
Percibía mi miedo. Pensé si mi vida correría peligro. Todo era muy extraño.
¿Y si me asaltaba? ¿Cómo es qué ese hombre tenía acceso al subte y podía entrar y salir sin horarios?
La curiosidad pudo más. Me acerqué a enorme reja cerrada, y estaba por irme cuando oí un sonido metálico. La reja estaba entreabierta, y sin pensarlo más, bajé por las escaleras guiado por la luz amarillenta.
Allí no había nadie. Caminé bordeando el andén hasta al final y allí pude distinguir su silueta.
-¡Venga! No tenga miedo, estamos solos –dijo extendiendo el brazo. En su mano sostenía un cáliz labrado en plata y bronce que parecía muy antiguo.
-¿Quiere?
Tomé del cáliz y el sabor de un extraño y exquisito vino, inundó mi paladar.
Gracias -dije devolviéndoselo.
Me quedé en silencio un momento. Finalmente me animé a decirle:
-Quisiera hacerle una nota sobre su historia si me lo permite, sería de gran ayuda para mi trabajo.
-No creo – respondió con tristeza-. Hoy es mi último día.
– ¿Su último día? –pregunté.
-¿Quiere que le recite algún cuento o poesía? – me preguntó.
Un ruido desde las rejas interrumpió nuestro diálogo, mientras se oían voces. Era el personal de seguridad con sus linternas en la mano, que se acercaban rápidamente hacia donde estábamos. Dirigieron sus linternas hacia nuestros rostros.
-No se preocupe – dijo el mendigo-. No pueden vernos.
-Nada, debe ser ese vagabundo que vive en los túneles – dijo el oficial, con un tono sin matices.
-Sí, Debe ser –respondió su compañero.
Levantó un libro del piso. –Carajo, siempre encuentro esto en el mismo lugar.
-¿Y de qué es?–.
-Está en blanco, siempre está en blanco –dijo molesto.
Paseó la linterna por el andén y se encaminaron a la reja.
– Bueno –dijo–. Vamos.
El mendigo continuó como si nada.
-¿Algo de literatura inglesa?
-Lo qué usted quiera -dije, casi sin aliento-. “Esto sí que es una
alucinación”. –pensé-. Acto seguido cerró los ojos y en perfecto inglés recitó un párrafo de Hamlet.
Atónito le pregunté cómo lo sabía.
-Mis amigos –interrumpió.
-¿Cuáles? –pregunté.
-Ellos están llegando –señaló sonriendo. -Desde el fondo del túnel.
Sentía que el corazón me estallaba.
¡Dios mío! -pensé incrédulo- deseando correr para esconderme. Oía los pasos con mayor nitidez.
-Me enseñaron todo lo que sé. Un dejo de amargura se percibió en su voz.
Lentamente, la oscuridad del túnel comenzó a dibujar las primeras sombras.
-Hoy es mi retiro. Ya estoy demasiado viejo para seguir cuidándolos. Su voz me llegó desde la noche de los tiempos.
-Estamos esperando el relevo de la guardia, el nuevo centinela.
-No entiendo –dije con una sonrisa nerviosa – ¿Nuevo centinela?
Las sombras eran cada vez más numerosas y mi temor iba en aumento.
-Es que alguien debe ocupar mi lugar para cuidarlos.
-¿Qué es lo que hay que cuidar? ¿Quiénes son ellos?
El comenzó a hablar con una infinita tristeza. – Sus memorias.
-Es necesario que alguien las cuide –dijo con ternura. Es muy importante. Las múltiples sombras se detuvieron frente a nosotros y el eco enmudeció.
-Ellos son los que ya no tienen voz.
-¿Y a quién esperan?
-A usted.
-Le pedimos que se quede con nosotros. -dijo alguien.
-No sé. – respondí confundido.
Alguien dijo:
-Todos somos escritores olvidados. Mi nombre es Oliverio Girondo. Otro se acercó con dificultad. Mi nombre es Borges. Friedrich, Walt, Walt Whitman… y el susurro de voces fue aumentando hasta convertirse en una manifestación de históricos nombres que se confundían entre sí, en una única voz.
El colosal murmullo me abatió.
Ellos aún siguen escribiendo en la oscuridad.- dijo el mendigo
-No los abandones
-No pienso hacerlo.
-¿Tenemos su palabra?
-La tienen.
Mis ojos recorrieron el extraño grupo, y sentí un alivio desconocido.
-¿Por qué no nos cuenta algo de su vida? –preguntó alguien.
-¿Cuál vida? No tuve una, señor…
-Ernesto Sábato- un placer –respondió la voz.
-O lo que quiera contar, dijo Machado.
-Es que no soy nadie, nunca tuve nada.
-Por favor, usted sabe mucho acerca de nosotros, pero nada sabemos de usted.
-Es que…no tengo nada interesante para contar, – sólo escribí mi diario, una pequeña libreta de notas, un diario que está vacío.
-No, usted sabe que ya no está vacío.
Seguía sin entender, pero alcancé a interceptar una mirada cómplice entre ellos y el hombre de los andrajos.
-No tiene escapatoria- me dijo divertido. Acéptelo.
Se produjo un silencio mientras las sombras se sentaban.
Recordé entonces lo que había encontrado en uno de mis cajones.
Tomé mi libreta de notas y asombrado comencé a leer.

“El destino arrastra las voces hacia el poniente.
Son fantasmas mudos y olvidados.
Hundo la daga en mi frente.
y desangro los nombres ignorados.
Nacen las sombras dolientes
¡Qué traigan el cáliz dorado!
Hoy beberé de esa fuente,
fundiendo pasado y presente”

Mi nombre es Pedro Calderón. Tengo treinta y cinco años, de profesión centinela.

5 comentarios sobre “El centinela de las memorias.”

  1. Pedro Calderón es un gran hombre… quien quiera que sea y su escritura a temprana edad revelo su fin en la vida. Me ha fascinado el cuento. Voy a curiosear más tus textos. Abrazo

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