El Cóndor (I): La estación de “Los Helechos”

El Cóndor (I): La estación de “Los Helechos”

Él se despidió de mí cuando florecían los cigofiláceos y arbóreos guayacanes en la estación de “Los Helechos” y desde allí, desde los doce metros de altura en que su beso, de sabores duros, dejó el grosor de su persistente sentimiento blanquiazul en el fruto capsular de mi conciencia, quedó mi carne apretada en la distancia. Y sé que volveré a verle regresar con su trigueña piel tostada por el sol de los rubiáceos cafetales de Pereira y empapada por las perlas acuíferas del Urubamba.

También sé, y esto nunca me lo podrá arrancar el viento doliente de las punas, que llegó –a manera de marinero de La Guaira- como cacique caraqueño bruñido en el crisol de los ancestrales tacariguas… mas, sin embargo, hay en él algo que “me habla” de niños jugando a las conquistas, porfiando por colonizar no sé qué espacios de cordillera…

– ¿Puedes decirme, linda bolivariana, dónde encontrar el misterios de las “chullpas”?.
– Tendrás que viajar muchas lunas hacia el sur…
– ¿Siempre hacia el sur?.
– Siempre. Y sin dejar de caminar por las montañas…
– ¿Hasta cuándo, hasta dónde, hasta qué lugar de las fronteras llamadas horizontes?.
– Muy al sur, siguiendo siempre la Cordillera, llegará un momento en que tu cansancio topará con los altiplanos de Arequipa…
– Gracias, mujer.

Y me miró co sus verdes ojos, de clorofíceas algalias, pigmentando los enmascarados misterios de este Guaranda donde siempre suè que él llegaría un día para no quedarse nunca más. ¿O sí?.

– ¿Estás cansado, verdad?.
– Un poco…

Sacó su pipa de color castaño que guarda siempre en el bolsillo superior izquierdo de la guayabera (guardesa de un corazón que le delata como paramero de búsquedas infinitas) y acarició, por un instante, aquella cazoleta de color rojizo que a mí me estaba inundando de pólvora los sueños… mientras él la rellenaba de un tabaco que, según lamarca de aquel paquete, procedía de la isla de Tobago.

– Quizás quieras demorar un día tu partida…

Fue la excusa apropiada para que no desapareciera de mí. Yo sabía que, a cada registro de semánticas palabras, ambos deberíamos descifrar el código de sus significados; mas él, posiblemente, nunca llegaría a saber que partir no significa alejarse de un lugar determinado… y al ponerse en camino al amanecer, probablemente, él nunca sabrá que partir también significa separar en trozos, repartir, distribuir… e ncluso dar parte de lo que uno tiene para compartir algo más que las cáscaras o los huesos de una despedida.

Pero él no decía nada. Solamente apretaba la boquilla con sus duros y bien perfilados labios, así que no era cuestión de horas ni de minutos, porque aquellos tiempos que estaban detenidos eran los frágiles y ligeros segundos de una inspiración.

– Si deseas almorzar, puedo prepararte un sabroso guisado de papas.
– No quisiera molestar tu condición de princesa angelicada.

No me sorprendió, más allá de lo inesperado, aquel piropo en forma de halago apistachado que me supo a beso clandestino rumoreado por el oleaje de su presencia marinera. Fue más bien la expresión de su serena forma de expresar los conceptos lo que produjo, en mí, aquella sensación de desasosegada complacencia que hizo encender el rubor de mis mejillas más allá del carmesí de las amapolas…

– Me parece que he sido imprudente.
– De ninguna de las maneras. No te sientas perdido entre las dudas de lo puramente formal, porque lo que expresaste jamás ofende de lo hermoso que es. ¿En qué lugar de tus remotos mundos aprendiste a decir tan lindas palabras?.

Y él entonces sonrió con una expresión de niño vagabundo que acaba de ser descubierto mientras rondaba por el manantial de las alegrías…

– ¿Guisado de papas dijiste?…
– Así es. En esta región de Bolívar, donde todos sabemos de salinas y mercurio, también conocemos el arte de guisar un estofado de maíz blando con patatas al que añadimos carne, especias y otros ingredientes…
– Debe ser un manjar hecho por diosas para congratular a los humanos.
– No lo dudes. Nuestros más remotos antepasados aprendieron a guisar locro en base a siete clases diferentes de maíz y que correspondían, cad auno de ellos, al nombre de siete príncipes que quedaron encantados…

Entonces fue cuando él se sentó sobre la sedimentaria roca que perennizaba junto a la silla de abeto y espadaña donde yo serenaba los momentos de mis esperanzas… y pidió –con la ávida propuesta de los anhelantes imaginistas- que transfiriese, a su mente de poeta escuchador, la impresión directa de mis sentidos a través del color y el ritmo del relato…

(Continuará)

“Los Helechos”.- Pequeña finca de la provincia ecuatoriana de Bolívar. Produce café y caña de azúcar.

Pereira.- Ciudad de Colombia, capital del departamento de Risaralda. Con mercado cafetalero.

Urubamba.- Río de América del Sur, que nace en Brasil con el nombre de Pelotas y desemboca en el Rio de la Plata. Marca fronteras entre Brasil, Argentina y Uruguay.

La Guaira.- Ciudad de Venezuela , capital del estado e Vargas. Con puerto en el Caribe exportador de café y maderas.

Guaranda.- Ciudad de Ecuador, capital de la provincia de Bolívar. Centro agrícola (sobre todo maíz y patatas), y minero (mercurio y salinas).

Tobago.-Unido a Trinidad es un estado de las Pequeñas Antillas, situado frente a las costas de Venezuela.

Bolívar.- Cantón de Ecuador. Su capital es Manabí. Produce cacao, caña de azúcar, café y maderas.

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