El Reflejo de los sueños en lunas rotas (II parte) -Novela-

Brillaba el suelo mojado y de los adoquines renqueaba una nebulosa que lo envolvía todo, creando una atmósfera surrealista que le recordaba el ambiente de las películas de Ridley Scott, en especial Blade Runner. Un futuro de lluvia ácida, superpoblación y alquileres en el espacio, con automóviles surcando la estratosfera. Sin bien ni mal… Alegato de replicantes con necesidades terrenales, buscando el milagro de la vida que sus propios creadores les privaban. La lluvia es una huida de la polvorienta secta existencial. Da sensación de libertad, de caminos sin rayas de horizonte, con puertas abiertas a lejanas tierras donde nadie es conocido.

Vamos a ver esa mano, ummm, una buena quemadura… ¡vale!, ya está. Te daré una pomada que va muy bien, te pones un poco por la mañana y un poco por la noche y lo cubres con una gasa, ¿de acuerdo? Acariciaba a su acompañante. ¿Cómo se llama?, preguntó con interés.
Andy Ló… aah, Jazz. Creí que me lo preguntaba a mi.
¿Jack?
No, Jazz. Igual que la música, se lo puse porque es negro y toca el saxofón.
El dependiente de la farmacia esbozó una sonrisa acompañada de una carcajada. El dependiente Jorge Venereo, resultó ser un melómano, un ávido lector, cinéfilo, historiador y tal como hablaba de la mujer, misógino. Obrero aburrido dando gracias a la esclavitud del trabajo, la vida… Después de llenarle el coco de “Duke” Ellington, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Benny Goodman, Billie Holiday, Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane, Charlie Mingus y Ray Charles, con sus diferentes estilos desde los principios folklóricos de los negros estadounidenses traídos como esclavos, le contó sobre el poder negro, los espirituales, el blues… Cuando Andy decidió irse, Venereo todavía hablaba, gesticulaba y reía apasionadamente, contento de haber encontrado una persona que le escuchara tan atentamente. No le cobró la pomada y le regaló el libro “Niebla” de Unamuno. Se despidieron con un afectuoso apretón de manos.
Jorge Venereo charlaba por los codos, pero sabía lo que decía y Andy simpatizó con él, admirado de sus conocimientos y de sus mismos gustos. Disfrutó participando en la conversación y prometió acudir a las tertulias que daban los jueves en el bar de las Artes.
Acompaña el vaivén de la puerta de cristal de la farmacia. Por un instante piensa que hay demasiadas puertas en sus vivencias, que se alzan muros infranqueables. Conclusión, derrumbar barreras. A partir de ahora, él limitaría sus pasos al infinito.
Como proyectiles lanzados por arma de fuego, continuaron hasta llegar al Parque de los lagos. El único en Cosmopolitano. Antiguamente era una fábrica que cerró, pasaron los años y continuaba en desuso, desalojada, con la ayuda de abandono y las firmas de los vecinos, consiguieron tener unos bonitos y necesarios jardines con sus fuentes, sus juegos infantiles, bancos donde sentarse los ancianos que dialogaban al sol sobre historias de otros mundos. Las parejas de adolescentes besaban la mejilla de la ilusión en cualquier rincón. En un gran patio se jugaba a la pelota, patinaban o circulaban en bicicleta; también construyeron un frontón y en todo el parque se hallaban plantados un centenar de árboles autóctonos. Los perros trotaban por el césped artificial.
Andy fuma unos cigarrillos y observa el entorno “Maqueta del Edén”, cansado de tirarle palos para que se los devuelva. Jazz es autodidacta, prefiere ir a su rollo, además no le encuentra el sentido a lo del palo, él era un perro libre, sujeto a su amo por cariño recíproco. No nos equivoquemos, a otro perro con ese hueso.
¡Jazz!, por hoy ya tienes bastante. Vámonos a casa, venga, ven aquí Jazz… Lógicamente Jazz no tenía ninguna prisa, se hubiera quedado un rato más. Pero había que obedecer al amito, que estaba pasando por un percance de lo más desagradable.
Guau, guauu, guauuu se despidió de los de su raza, que respondieron y a su vez, dieronle un ceremonioso hasta luego con un coro de ladridos, aullidos y un intenso tirón de correas. Los dueños hacían verdaderos esfuerzos por dominar la situación y mantener la calma. Gritaban que callaran y estuvieran quietos. Esto no era justo, primero les daban confianzas y al terminar de leer el periódico, dialogar con sus semejantes y presumir de chucho, ¡hala!, para casa, ¿tanta prisa había?, ellos estaban encerrados entre esas paredes que llamaban pisos, casi todo el día. Necesitaban explayarse y recrearse con los de su raza. Jazz le tenía echado el ojo a una linda Alsaciana de casta como él. Pero a saber si la volvería a ver en otra ocasión con más tiempo.
¡Baaaah!, estos adultos no nos entienden. ¡Qué vida más perra…!
“Angie, las nubes negras te acompañan”, decían los Rollings desde un diminuto aparato que escuchaban unos rockeros, tendidos en la hierba, pasándose un “peta” de maria. Andy tenía treinta y nueve años y había prescindido de las drogas, mas no del psiquiatra que le recetaba sucedáneos permisivos legalmente, para que pudiera conllevar el pasado ayer y el presente hoy, con el futuro de un mañana orgánico.
Pensaba en el colgado de su psicoanalista. ¿Necesitaría también terapia?
Iban a cruzar una calle “frecuentemente intransitable”. Avanzaron cuatro pasos, Jazz notó el peligro cerca. Por la izquierda y en contra dirección, un vehículo deportivo venía derecho hacia ellos, a una velocidad extrema, acción inusual siendo un carril peatonal con garantía de ocio. Sin duda el auto criminoso les embestiría si no actuaba deprisa, ya que Andy no se había dado cuenta. Estiró de la correa con todas sus fuerzas, agitándose y ladrando, dio la alarma empujando de un formidable salto al dueño distraído, en el mismísimo instante en que el coche pasó como un rayo. Hombre y can cayeron en unos matorrales, saliendo con arañazos y sin número de matrícula.
Los transeúntes le preguntaban si estaba bien, si quería que le acompañaran al dispensario de “Cuatro Calles”, que estaba allí al lado. Maldecían a gritos al temerario conductor.
Andy agradeció el vivo interés de la acrisolada congregación y marchó después de examinar minuciosamente a su lobo salvador. Bueno, por suerte no había pasado de un fuerte susto repentino e inesperado, aunque temió que guardara en el peor de los casos, relación con la casualidad premeditada. En adelante “por si las moscas”, tomaría precauciones y vigilaría de no dar la espalda a la gente malintencionada.
Leyó su supuesto nombre, Edgar García, en el buzón, junto al de su hipotética compañera de reparto, Marta Rubens. Letras en relieve, mayúsculas y plastificadas. Bastante gastadas, lo que demostraba que no era reciente el cartelito. Sólo propaganda, nada de correspondencia. Subió las escaleras llave en mano, entró en el piso, encendió las luces sin titubeos, conocía el recibidor a pesar de no deducir claramente la situación. ¿Cómo se entiende que viviera sin respirar?
Agudizó el esfuerzo de concentración por cerciorarse de algún paso no realizado, ¿cometió un error de cálculo? Rechazó las voluntades involuntarias que desmenuzaban los fundamentos creenciales para justificar el raciocinio de este aparente fenómeno… ¿paranormal?
En el estuco del comedor, dos copias regateadas del cubismo sintético de Juan Gris. Cuadros que él mismo había comprado un domingo en el mercadillo artesanal “Buscando tres pies al gato”, puestos ambulantes de venta al por menor que bordeaban el malecón del muelle “Olas de pena en playa seca”. ¿Significaba que llevaba una doble vida?, ¡qué estupidez! Con todo, fusionaba con las dos, empero no recordaba bien una ni otra. Circulaba por alturas espinadas, en un velocípedo tándem, con una existencia en cada sillín, pedaleando con las cicatrices de nacimiento a piñón fijo, manillar sin manos, rodaba la corona dentada en el engranaje que la cadena grasienta retenía en mordedura de campanas de borrados y tachados telares de infancia. Llagas abiertas a un siniestro conjuro catapultado al fracaso, aislado de multitudes de días tal vez memorables echados al ahogo de aguas turbias, bajo el puente inagotable de piedras cronológicas.
Descartó este aliño de conjeturas por inexistenciales, falta de exactitud y pruebas contundentes. Continuaría buscando la panacea Universal.
Pese a sentirse raramente familiarizado con la casa, pues reconocía sus habitáculos, siempre existía un pero… aquel no era su hogar y allí no estaba roto el cristal de la ventana, no chirriaba el sillón, ni siquiera era de muelles.
Empezaba a hartarse de aquel juego y su cruel partida y aún más cuando se apagaron todas las luces.
Sacó dos velas de un cajón y prendió una cerilla encendiendo la torcida de algodón, iluminando al acto el lugar con la difuminada claridad de los parches oscuros de sombras cimbreantes. El ambiente era idóneo para la intimidad de una pareja, una cena fría, para una velada entre amigos con música de fondo, para teorizar temas místicos, bailar con las emociones, para llorar con sentimiento, para una noche bohemia y poética. Pero para nada en su estado de desconocimiento, de inseguridad, aunque… ¿cómo había adivinado que las velas se encontraban en el cajón elegido? Fue directo a él, completamente convencido de hallarlas. No había duda de que la casa estaba impregnada de huellas suyas. Caprichos del destino.
Un soplo de aire helado apagó las minúsculas llamas, se proponía rascar otra cerilla; antes quedó mudo, estáte quieto , prometióse mismamente. Se oía una voz tenebrosa, el viento gemía, caían candelabros, figuras de porcelana, las hojas de los árboles revoloteaban entre el vendaval de tallos cortados. Andy López sentado en un banco de piedra, abrochó la cremallera de su cazadora de cuero viejo; al lado, su padre borracho bebía de una botella envuelta en papel mojado.
¡Padre, que haces tú aquí!, le espetó con dureza.
Eh, amigo, déjeme en paz. Yo a usted no lo conozco, lárguese y no me sermonee, coño, todo el mundo se cree con derecho a meterse en mi vida. ¿Sabe lo que le digo?, que se vaya a la…, ya no se oyó más, el indigente se mezcló con las notas de piano que sonaban ahora, justo cuando las campanas marcaban las horas de los difuntos. Allegro, minueto, presto. No pasaba ningún vehículo, espera, sí, por ahí viene uno. Corrió por el desierto con los brazos levantados, señalizando para que se detuviera. Pudo ver con absoluta nitidez al conductor, ¡era Andy!, pero él era Edgar. Dos disparos sonaron, dos impactos al corazón. El coche le golpeó haciéndole saltar por los aires, desde el alto trampolín se zambulló en las aguas refrescantes de la piscina del hotel Caribeño, estaba en su punto… ¡qué bueno! Subió la escalerilla, se secó con una toalla y se estiró cuan largo era en la hamaca de telas terapéuticas. A su izquierda un hombre tomaba el sol, lo miró dos veces para no equivocarse, le conocía, esa barriga era inconfundible. Aún así quiso asegurarse, le pidió fuego, el hombre se giró y le dio lo que pedía. Andy encendió el cigarro con el fuego de un mechero dorado que le ofreció… ¡El Hombre Orquesta!, ¡vivo!, con las tripas dentro, tomando un aperitivo con una chica joven en top lés. Quiso decir algo, lo intentó, el hombre no le hizo caso. Parecía que el único sorprendido era Andy.
Por favor, estamos ocupados. Traiga un martini con limón a la señorita, dijo mientras la besaba tranquilamente. Tenía gracia, le había confundido con el camarero. Alguien le hacía señas desde el bar, cuyo rótulo rezaba: “Para más I.N.R.I.”. El dueño sería católico y probablemente judío, nada que objetar. Cada cual ponía el nombre que le daba la gana a su bar y era libre de creer o no creer en la iglesia, o de ser un bromista y poner un letrero rebuscado…
Hilarión, atiende la mesa cinco y cobra a los señores de la siete, que ya se van.
Se miró, sin dar crédito, aquello era una enorme nube tormentosa que arrasaría estrepitosamente, alud de nieve sepultando injurias y muñones de batallas contemporáneas, dejando un rastro de estalactitas y estalagmitas a modo de Sodoma y Gomorra, Adnia y Seboyim. Castigo contranatura.
Se miró de pies a cabeza, vestía de uniforme, no le agradaban los uniformes, despersonificaban la escasa personalidad que quedaba, masificando caracteres. Se desprendió del chaleco, la única prenda que poseía la indumentaria sin que nadie se escandalizase por su ausencia. Lo plegó y lo dejó sobre la barra del chiringuito.
Señor Pérez, me despido, búsquese a otro que aguante su látigo.
Vete, vete, ingrato, después vendrás a pedirme que te deje volver. Ya te lo digo ahora y muy en serio: ni se te ocurra, no quiero verte por aquí.
Hecho un ovillo desencajado, Edgar, Andy o Hilarión, subió en el Cadillac de un cliente al que guardaba las llaves; como un autómata lo puso en marcha y pisó el acelerador convirtiéndose en fugitivo “fuera de la ley”. Atrás quedaban los dueños con el puño en alto y María Callas en el hilo musical.
Condujo durante horas por una carretera rodeada de paisaje desértico, cuyas dunas se arremolinaban y creaban vientos de arena en polvo que le hacían cerrar constantemente los ojos, lo que le dificultaba la conducción. A cada azote, el viento rugía de forma espectacular, con un estridente siseo de estremecimiento. Esperaba en cualquier momento ver resquebrajarse la tierra y emprender una caída infernal en picado. No conocía el sitio, parecía una de aquellas largas carreteras californianas que recorrían Dennis Hooper y Peter Fonda en “Easy Rider”, de vastas y áridas extensiones, encontrando en esta “Road Movie”, su destino. Un film generacional que marcó toda una época. Magistral la melopea de Jack Nicholson fumando su primer porro y su posterior discurso verborragico sobre marcianos. Importante la música de Jimi Hendrix, Stepenwolf…
Pare aquí mismo, exclamó.
El taxista le devolvió el cambio y se perdió en una densa niebla de pequeñas callejuelas de barrio.
Andy reflexionó, hizo cábalas, meditó, consideró, estudió, supuso, reprodujo, analizó, interpretó, confeccionó, construyó, examinó…
¡Eeeh!, hola Andy, ¿qué haces colega?, te veo muy pensativo…
Era Andreas, vecino y amigo de la infancia.
Pues ya ves tío… por aquí…
Ya me enteré de la movida, joder qué pasada ¿no?, qué chungo, ¿has leído los periódicos…?
No… bueno, algo me han contado…
Tranqui, yo te lo cuento. Pues mira, el tío en cuestión, sí, el muerto, resultó ser un cabrón. Había estado en el “meco” por varias violaciones a menores. Le denunció su propia mujer por vejaciones y malos tratos, se ve que no todo acababa ahí, también abusaba de sus dos hijas de diez y doce años. ¿Te das cuenta amigo?, unas niñas que quedarán marcadas, traumatizadas para el resto de sus días. Tendrían que habérselo cargado mucho antes, se lo merecía el hijoputa. Para mí, y te lo digo en serio, el asesino es un héroe… y ya me conoces, sabes que soy pacifista. Pero este no es un caso de violencia gratuita…
No, ya… pero, bueno si todo eso es verdad, tendrías razón. Y la persona que se haya tomado la justicia por su mano… merece un premio ¿no?…
Cierto, colega. Te noto afectado, es lógico… oye, ahora que pienso, esta noche hacemos una pequeña fiesta en un local que hemos alquilado para ensayar…
¿A sí?, ¿ya no estáis en el de la esquina?
Qué va, lo dejamos la semana pasada, no, la anterior, era demasiado cutre, este no deja de ser un antro, pero más ganso y mejor insonorizado. Hoy lo inauguramos y nos gustaría tener un poco de público. Ahora sonamos mucho mejor, ¡ostras!, ¿cuánto hace que no nos escuchas?, ¿medio año?, ¡más de seis meses!, estamos muy desconectados últimamente. Ahora esto va en serio, somos profesionales, quién lo iba a decir ¿eh? Además tienes que venir obligado, tocaremos una de tus letras, sí hombre aquella del “Loco del sueño”, va, te esperamos. Les darás una sorpresa a los chicos, se alegrarán de verte, con lo del tío que ha palmado, sales cada día en nuestras conversaciones. Bueno, te voy a dar las señas, es en la calle “de la sangre” esquina con la de “cuchillo afilado”, en el número veinticinco. ¿Tienes un papel?, ¿no?, espera yo tengo.
Escribió la dirección en un papel de fumar verde y se despidieron varias veces.
Venga, hasta luego. Procuraré ir a veros tocar, me hace ilusión y supongo que me irá bien ver a la gente, se guardó la dirección en el bolsillo.
Claro que te irá bien, joder, es lo que necesitas, cambiar de aires aunque sólo sea por unas horas, ¡ah! y vendrán unas tías muy legales que conocimos cuando tocamos en Cadaqués… a ver si te enrollas… que la soledad no es buena compañera…
Yo creo que si la buscas, la soledad es la inspiración de una poesía, la armonía del pensamiento, respirar con el alma un paisaje… pero, cuando no la anhelas, la soledad es desespero, es un puñetazo anímico, un sigilo sin sentido que acaba en el vacío, voces de silencio en el espacio de la sinrazón… la locura más oscura y sin salida, prisionero del ansia…
Vale, vale, para el carro, jo, no veas como te comes el “tarro” ¿no?, tienes que ser positivo, ver las cosas del lado bueno. creo que era Goya el que pintó un hombre dormitando sobre la mesa y bestias en el entorno, “El sueño de la razón produce monstruos”, así se titula el cuadro. Tú te pasas el día pensando, engendrando situaciones límite y eso no es nada saludable; recrea la mente con agua fresca, llénala de detalles representativos de valores esenciales en la vida, sentimientos que valgan la pena, sé óptimo, ya sé que no es fácil pero hay una palabra que es la cumbre del equilibrio, con la cual es más hermosa la existencia y te hace amar lo sencillo y comprender maneras de ser, esa simple palabra es “ilusión”, búscala compañero. Te conozco hace muchos años y te sigo apreciando cantidad y un consejo es que intentes ser más sociable y disfruta de tu instinto más salvaje, el primitivo desenfreno, la bacanal de la comedia y la risa es necesaria…
No veas si tienes labia, Andreas Papas Rodríguez, luego dices de mí. Vaya filosofada… te lo agradezco y tienes toda la razón del mundo. Por cierto ¿no pertenecerás a alguna secta?, sonrió amigablemente.
Rieron un rato y recordaron momentos de su pasado común. Volvían a la niñez, a la infancia, a la adolescencia por un breve pero intenso instante.
Oye y ese vendaje de la mano…
El Sargento Martini me quemó con el puro.
¿Qué? Un día se lo meteré por el culo. Seguro que iba bolinga, ¿verdad?, claro, qué tipejo más impresentable… bueno amigo, voy a ensayar los últimos acordes para la noche. A partir de las once estaremos en el local ¿vale? Venga, hasta luego… y recuerda, alegría y a luchar… tú y yo somos supervivientes, ¡hasta la noche!
Diez pasos, luego giráis y disparáis… ya sabéis quién gana… uno, dos, tres. Andreas había sido su mejor amigo en cierta etapa de la contradictoria pubertad. Habían recorrido juntos el serpenteante túnel del tiempo y con un hambre voraz destaparon “cajas chinas”, probaron sin digerir los frutos prohibidos de la civilización. Le llegaban a la mente las inacabables noches de tertulia y borrachera, los viajes “a dedo”, la aventura cosmológica y las calles mojadas de entonces. En muchas ocasiones se infiltraba, perdiéndose en aquellos días de psicodélia, espiando, escarbando secretos bajo el techo de nostalgia y añoranza, rememorando los sentidos iba hojeando con piel de gallina, cuadernos de fotografías muy mal hechas, mal enfocadas, algunas ni se distinguía de lo borrosas, pero daba igual, eso no importaba, eran fiel testimonio y prueba de una esencia que se mantendría siempre intacta, con un valor sentimental y una pureza endiabladamente espiritual y emotiva de unos niños que crecen atónitos y son sorprendidos por un mundo hipnótico, destruido por la sorna inhóspita, hostil, cruel y vil de unos en detrimento de los demás y viceversa.
Las víctimas son siempre los indefensos enanitos del bosque y la dulce Blancanieves.
Como una estatua, sentado “In Albis”, apoyado en la barra petrificada del café “Odisea espacial”, navegaba en el ambiente Underground Futurista. Mezcla Factoría Warhol con marcada tendencia y culto a Kubric. El camaleónico Bowie duque blanco, toca al saxo una desgarradora pieza de Funki Jazz Rock. En las paredes hay imágenes históricas del primer paso en la Luna, Graffitis del metro y calles de Nueva York, Otis Redding, el rey del Soul, micrófono en mano, cantaba a dúo con la Dama de los espirituales, Aretha Franklin, la voz más negra del Universo, una canción “A capella” desgañitada, tensa, con unos coros increíbles que desde luego llegaban al Soul (Alma). Por otro lado, enganchados con chinchetas estaban Lou Reed, Nico y John Cale, formación de la legendaria Velvet Underground. Un póster muestra a “Divine” lamiéndole la ésta, a una Drack Queen acariciándose las tetas. Este café musical (ahora sonaba Edith Piaff), era un mausoleo de arte contemporáneo, lleno a rebosar de carteleras con películas destacadas en la historia del Séptimo Arte.
Andy tomaba su “leche enriquecida”, entretenido en un minucioso repaso del meteórico formato artístico. Fotografías en color, beige y blanco y negro mostraban la sinopsis de los siglos transcurridos y embotellados para algo más que decoración. Un verdadero reportaje institucional de progreso y retroceso, uso y abuso. Un extenso elenco cultural preso de antesdeayeres y pasadomañanas. El “Odisea” era un macro bar museo empapelado por los chantajes del tiempo. Copito de nieve se reía de la historia, Einstein le sacaba la lengua, Hitler saludaba en el discurso de los Juegos Olímpicos de Berlín. Serigrafías de sopas y hongos atómicos, el Pop Art se codeaba con Mao, Carlitos y Snoopy, Ghandi o la Madre Teresa de Calcuta. Roy Lichtenstein dedicaba su visión estática hacia un Picasso azul cubista, a un Dalí psicótico delirante hiperlúcido, a un enfermizo Modigliani negro… a un cartelista circense y cabaretero Toulouse Lautrec. Músicos con pincel, pintores con clarinete. Escrito entre líneas a doble espacio. De los amplificadores “Que largo y curvo camino” del doble disco blanco de los Beatles. Gestos inmortalizados de presidentes, papas, emperadores, Peter Pan y El País de Nunca Jamás. Esculturas florentinas, una biblioteca de clásicos y comics, pensadores y metafísicos alemanes. Una cámara de los hermanos Lumière, más inventores, más películas, directores de cine, asesinos en serie en rincones oscuros, niebla y luces fundidas, truenos, fuegos, efectos especiales, pescadores de imágenes. ¿Qué no había en el “Odisea”? Andy López dio un respiro a las pupilas, cansadas de ver y leer los pequeños “pie de letra” de cada recuadro aspirado por pipa de agua. El Mundo está aterrizando en el “Odisea”, abrochense los cinturones. Encendió un “pito” y exhaló con ganas la primera bocanada, se atragantó con el humo de la chimenea, la tos bronquítica asmática le hizo jurar dejar de fumar, tenía los pulmones demasiado cargados . Ya a los once años intentaba por todos los medios dejarlo, sin éxito… fracaso precoz.
El único bicho viviente que desentonaba en la Naturaleza, piensas bien, era el humano. Quizá por lo de civilizado llevado a extremos. En demasía, se volvía en contra renaciendo un “pura sangre” salvaje y traidor a los principios del pensamiento correcto y la obra del buen juicio. Andy admiraba y detestaba a ese ser de raza mezquina, ultrajante, dominante y manipuladora, sentenciado a retornar libertades y espíritus benignos sin acercarse siquiera a sí mismo.
Callejeó un rato en solitario. Anduvo sombrío por las brasas de fuegos apagados. Todavía percibía el olor a tanto. Hoy cabía esperar que hubiera desaparecido el silencio, guardado en el armario, junto al vacío y melancolía de una percha. El Alma empotrada en la calma de una caja de zapatos y un amuleto sin atributos.
¿Porqué no duermes niño, tienes miedo a soñar? Anclada la infancia en ceniza de azares. Condición y estampida de consecuencias. Sentado en el suelo de los avatares de la vida, quisiera acabar la página. ¿Por favor… el futuro…? Perdón, soy nuevo aquí, pregunte en la tienda de al lado. Collar de piedras, símbolo de desencanto, mirando en el espejo el responso aislado en quieto reflejo de esperpento.
Pancartas en la calle “Manifestación”… Tú no entiendes lo que yo no me explico… qué escondes, qué sabes… sólo imagino, qué sé, qué oculto, porqué pregunto si no respondo.
¿Qué te atormenta?
Envejecer, me atormenta obsesivamente sólo el pensarlo, no me sé ver con la edad deteriorada y el físico… la mente. Vegetar y que no pueda valerme por mí mismo… estoy a favor de la Eutanasia ¿vale?
¿Algo más?
¿Algo más? Bufff, sería más fácil decidir las cosas que no me obsesionan. Hemos dicho que envejecer… ummm, no podría, ¡si ya me siento viejo!, quisiera morir relativamente joven y de forma noble. También me aterraría perder la inspiración, me siento fatal ante la hoja en blanco y que Imaginación me gane la partida quedándome en su ausencia. Suena trágico y para muchos insustancial, pero si mi mano no escribe ¡cortádmela!, sin musas me mataría, moriría de pena, como los enamorados del ramo del romanticismo.
¿Hay alguna cosa más?, insiste.
Cuando contaba con diez, once años, dormía con Poe. Supongo que de esas noches proviene la enfermiza mortificación por ser enterrado vivo, igual que aquella enfermedad llamada, creo, catalepsia, ¿no?, que antiguamente ocurría con demasiada cotidianidad, dado por muerto, enterrado bajo tierra y despertar dentro de la caja fúnebre, ¡Dios, qué agobio! He leído que se han encontrado infinidad de ataudes, una vez abiertos, arañados hasta la saciedad, con las manos y rostros agarrotados y el horror dibujado en la falta de oxígeno. Ya me he preocupado de que no me ocurra, di mi cuerpo a la ciencia, a ver si por lo menos muerto sirvo de algo. Y para no aburrir terminaré diciendo que me da pánico la propia vida, la enajenación de los demás y un adiós con la estela de risas enlatadas…
¿Un deseo?
Vivir sintiéndome vivo y… borrar todos mis tormentos.
Una fuerza emanaba del centro del Globo terráqueo, como magnetita pura, imantada con el poder de un tornado y él se encontraba en su interior, eclipsado sin remisión. Un extraño fenómeno se produjo: las agujas del reloj de pulsera iniciaron una regresión cronológica, girando a velocidad inminentemente vertiginosa, giraron las manecillas, sí, en sentido inverso y en un tiempo micromilésimo. Tinta blanca, agua de noche, dame coherencia o clávame la oscuridad de la media luna con su estrella, compañera inseparable. Cambió la intensidad de la luz del día.
El reloj neumático se detuvo a las tres de la madrugada. Bueno, por lo menos ya habían dejado de ser las cuatro. Andreas Papas Rodríguez decía que pensara positivamente.
Una puerta se abre y entra una sombra a contraluz, produciendo una niebla celeste. La misma puerta se cierra y la habitación queda completamente a oscuras, ¡pero está al aire libre!, no existen paredes, es un gran descampado sembrado de cruces. Las tumbas del Camposanto le rodeaban como plantas de enredadera que desearan abrazarle, quizá ahogarle. Sus pies estaban descalzos, cayó al suelo arrodillado frente a una lápida, se persignó por vez primera en treinta años. Los ojos le parpadeaban nerviosamente, pedía perdón. Por caridad, sin represalias, suplicaba oscilando el cuerpo a punto de perder el equilibrio. Comprendió que no podía seguir así por más tiempo, que no solucionaría nada con esta actitud. Adelantaría el programa de rebobinaje de su ¿destino? En cualquier caso, sintióse “Humillado y Ofendido”, se levantó con esfuerzo, le dolían las rodillas. Encendió un cigarrillo y expulsó el humo que se unía a la densa niebla y al aliento que sin fumar, del frío, brotaba al respirar.
Dos focos iluminaron el valle, apagándose brevemente. Después, de nuevo se encendieron y otra vez se… era como las lucecitas que adornan el árbol de Navidad, ¿era la contradicción?, ¿un mensaje revelador de máxima relevancia del que él no llegaba a captar el intríngulis (intención solapada)?, ¿no venía marcado con un asterisco y la explicación al final de página? Lo inmediato era escabullirse de aquel lugar. Las sombras de los cipreses esparcían la agitación. Las sombras pisaban al hombre. Gigantes quebrantahuesos planeaban bajo, asustados por las turbulencias, rozando a una presa aterrorizada que escapó de sus garras por los pelos, adentrándose en el interior de una cueva. Creyó estar a salvo hasta que oyó a su espalda un rugido felino, ¿qué era aquello, un león, un tigre… la autopsia de un espejismo? Prefirió no quedarse para averiguarlo, abandonando al minino que volvía a “maullar”. Por todas partes se escuchaban metalizadas, a través de un quedo altavoz , voces escogidas de la ultratumba. Maquinal entierro de llantos, lluvia de lamentosos meteoritos. Ráfagas de metralla en el pecho, caída mortal; yace un hombre bocabajo. Andy, solidario, se acerca y le da la vuelta, ¡es su Padre!, ese saco de plomo es su Padre que quiere abrir la boca y lo hace con dificultad, soltando un chorro de sangre que cae por las comisuras de los labios, débilmente los mueve. Pide un último trago. Andy no puede dejar de mirarle, sin oir hélices ni valquirias, ¡es su Padre!, la mano tienta y encuentra la botella de vino, la descorcha y levantándole la cabeza, le da de beber.
Hijo… lo siento… me avergüenza tener que pedírtelo, tienes que hacerme un favor, bueno son dos… dime que lo harás…
¡Oh sí!, claro Padre… pide lo que quieras, prometo cumplirlo… Padre…

Un comentario sobre “El Reflejo de los sueños en lunas rotas (II parte) -Novela-”

  1. Andy López “on the road”, en el camino de esta delirante bildungsroman. Estoy siguiéndole, pero me cuesta seguir el ritmo.

    Un saludo, sigo con ello, pero mejor pido un taxi ¡Siga a ese perro! (je je)

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El Reflejo de los sueños en lunas rotas (II parte) -Novela-

Una sincronización en la mirada agónica, intensa, le dio el suficiente entendimiento para saber lo que tenía que hacer.
Claro, Padre, entiendo, lo haré, no te preocupes…
Con ojos empañados desabrochó los botones del pantalón del moribundo y extrajo un miembro medio erecto. Andy bajó la cabeza hasta él. Poseyó el único resquicio de vida que le quedaba al pobre viejo, un hilo pasional que acariciaba el primer y último contacto en sus vidas.
Bien, hijo… ahora busca en mi bolsillo, balbuceó indicando la chaqueta que le cubría. Andy registró deprisa. Encontró tabaco, cristales rotos, un antiguo reloj de bolsillo del Abuelo, el Contrabandista , unas cerillas sueltas, una gorra plegada de algodón y… ¡Dios, esto no…!

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