Tenía la mirada siempre perdida en algún punto de algún lugar de algún recóndito misterio. Nunca se sabía si llegaba o estaba preparándose para partir a algún extraño destino y su nombre me era tan desconocido como éste aunque, pensándolo bien, no parecía tener ningún destino concreto; si acaso, alguna indefinida pasajera sensación de que pensaba en llegar a algún punto de algún lugar de algún recóndito misterio.
Si tuviera que describirte a este tan inédito personaje, te doy mi palabra de hombre que no podría… ni tampoco, por respeto a su identidad, me atrevería a romper su silencio para preguntarle… porque, solamente mirando su siempre perdida mirada, uno se daba cuenta, enseguida, de que aquel personaje no tenía ninguna descripción definitoria.
Sin embargo, a pesar de las múltiples formas con que podrían representarse los significados de sus escasas palabras, se notaba claramente que no era tan extraño al lugar. En realidad, yo afirmaría que era parte intrínseca y referencia fundamental de aquel entorno en que me había introducido buscando, igualmente, algún punto de algún lugar de algún recóndito misterio.
Así que, en definitiva, resultaba que aquel desconocido venía a ser
-!extraña paradoja de los paralelistas caminares!- mi propio yo renacido y escapado de mi interna sensación. ¿Sería verdad que aquel incógnito personaje tenía tanto que ver conmigo que podría confundirse con mi propia persona?. ¿Tiene usted la hora?. Son las doce.
Sonaron las doce campanadas de la medianoche en el reloj de la torre de la cercana catedral. Tomé la maleta y comencé a caminar dejándole allí, sentado en el andén de la estación, con su mirada siempre perdida en algún punto de algún lugar de algún recóndito misterio.