El flautista de Emilín.

Tarde de merienda. Recuerdo a mi Princesa sentada, a mi lado, con la pequeña familia: papá, mamá, tía María (me parece que no estaba tío Cruz) y Don Benito que está frente a Ella intentando descubrir su naturaleza, su lugar de origen, sus señas de identidad a lo policía secreta y buscando quizás que se arroje a sus brazos. Yo observo despacio y lentamente. Estoy a punto de hacer como que duermo porque el calor de la estufa encendida produce sopores extraños. Me parece que hasta estaba “Chester” buscando algo por las callejuelas pero todos callamos porque todos sabemos lo que busca “Chester” por las callejuelas y me entra la sonrisa pensando en mi fiel perro setter color canela fina.

Resulta que este Don Benito ni se acuerda de que soy del servicio de información ya que tengo el título de comunicador social, que para conseguirlo hay que terminar la carrera universitaria, y él está haciendo la labor del servicio de información del espionaje y el contra espionaje, que para eso hasta vale ser casi analfabeto del todo o casi del todo. Efectivamente, yo estoy recogiendo información para mis leyendas literarias; entiéndanse cuentos de molineras, pastores, barrenderos y otros oficios varios que se me ocurren de vez en cuando para matar el tiempo libre y ocuparme de cosas interesantes porque no siempre estoy mirando a las chavalas jóvenes y guapas como está haciendo Don Benito con mi Princesa.

Mi padre tamborilea con los dedos sobre la mesa (vieja costumbre que tiene para pasarme contraseñas de que esté atento a lo que veo) y yo disimulo haciendo como que veo la tele pero no me interesa para nada lo que sale en la tele porque estoy atento a los ojillos de verderón, semicerrados y semiabiertos a la vez, de este Don Benito; una especie de flautista de Emilín que se cree hipnotizador de chavalas guapas y que todas, aunque ésta sea mi verdadera novia, caen rendidas a sus brazos como buen picador que me anda diciendo que es desde que yo tengo uso de razón. El tamborileo de los dedos de mi padre comienzan a interpretar toda una orquestación de mensajes a lo Mozart que voy anotando en mi memoria sin que este Don Benito, del servicio de espionaje y contraespionaje, siga sin enterarse de que yo soy del servicio de información; o sea, periodista titulado mientras él, y que me perdonen los demás pero no tengo culpa alguna porque no deseo ofender al Josele y al resto de los molineros, es sólo un hortelano metido ya a barrendero. Espero que ni el Josele ni el resto de los molineros se enfaden por ello.

También espero que el flautista de Emilín se haya largado con el viento fresco de la Serranía de Cuenca a zonas de España algo más calientes porque aquella tarde bien caliente que estaba… hasta que se dio cuenta de que quizás el tamborileo de los dedos de mi padre sobre la mesa, la mirada inquisidora de mamá y el siempre silencio de la tía María, estaban presagiando una tormenta veraniega de esas de aquí te espero. Quiero decir que se dio cuenta de que estaba muy caliente pero yo podía templarle un poco. Así que todo acabó con Don Benito agarrando su boina con pitorro incluído, saliendo más de prisa que un torpedo submarino echando leches de allí y despidiéndose con alguna frase que ahora no me acuerdo y por eso no la puedo escribir textualmente como la dijo pero debió de ser algo así como ¡hostias, hostias, hostias!. La María, por fin, pudo hablar y sólo dijo “Pero odo” y nada más pasó aquella gloriosa tarde en que pillé al analfabeto del servicio del espionaje y del contraespionaje con la mirada intentando descubrir algo interesante que contarle, en tertulias de viejos compinches, a Emilín. Fin.

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El flautista de Emilín.

Tarde de merienda. Recuerdo a mi Princesa sentada, a mi lado, con la pequeña familia: papá, mamá, tía María (me parece que no estaba tío Cruz) y Don Benito que está frente a Ella intentando descubrir su naturaleza, su lugar de origen, sus señas de identidad a lo policía secreta y buscando quizás que se arroje a sus brazos. Yo observo despacio y lentamente. Estoy a punto de hacer como que duermo porque el calor de la estufa encendida produce sopores extraños. Me parece que hasta estaba “Chester” buscando algo por las callejuelas pero todos callamos porque todos sabemos lo que busca “Chester” por las callejuelas y me entra la sonrisa pensando en mi fiel perro setter color canela fina.

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