Ha llovido durante la noche en Las Torres. Las calles están mojadas. Se prolonga la frescura del aire durante toda la línea viajera que me conduce al bar “Doña Parranda” (lugar de reunión de los bohemios de la barriada). Por el trayecto voy correlacionando las situaciones de los procesos sentimentales y el tiempo siempre irrepetible de nuestro transitar… mientras enciendo un “Pall Mall”. Me encuentro con “El Padrino” y hablamos un rato sobre el hecho de considerarse o no considerarse secuencia humana.
Atiendo atentamente las incordancias de su pensamiento. Tiene algunos pensamientos erróneos a pesar de su avanzada edad este “Padrino” de la barriada. La perenne cuestión del tiempo es saber si vamos hacia dentro o vamos hacia fuera (curiosa teoría de los que solemos hablar de la vida). Me acompaña hacia “Doña Parranda” y decide invitarme a un café con leche. Hay un profundo sentimiento de soledad y futuro doloroso en “El Padrino”. Yo le escucho. Después le hablo y dejo que me vaya respondiendo. El futuro siempre es un análisis que realizamos desde el presente voluntario a través de nuestros sentimientos. Me comprende. Sonríe. Se siente atrapado en un pasado de juventud que me cuenta bajo la nostalgia del tiempo perdido en el pecado.
¿Pecado?. ¿Qué pecado puede tener un despertar sufriente del pasado?. Le digo que no estoy de acuerdo con ese sentido amargo que siempre se ve en los ojos y la mirada de “El Padrino”. Le digo que cualquier infidelidad conyugal es sólo un sentido de complejo de inferioridad (es un tema del que podriamos hablar en alguna ocasión aquí). Y le digo que lo autobiográfico de un ser humano debe consistir siempre en una utilización razonable de nuestros sentimientos internos, sin engaños ni caretas ocultadoras, para poder ser coherente de cara hacia el futuro y que si no deja de mortificarse por su grave error cometido en la época juvenil nunca podrá tener la suficiente entereza para enfrentar su mañana. Que deje de reprocharse continuamente y supere la sensación de eterna culpabilidad. El motivo principal del contraste entre el hombre y el animal es una materia psicológica que poseen los hombres y de la cual carecen los animales.
Terminamos el café. He visto lucidez en los ojos de “El Padrino” y me parece que me ha comprendido. Espero que él, ahora, deje de ser ya una fugacidad inexpresable y se transforme en una proyección atemporal. Creo en la utilidad de la comunicación interpersonal para hacer que cada día seamos más inteligentes.
Fin del diálogo. Yo le invito a una copa de anís. Pero es hora de despedirme pues debo seguir mi camino…
– Escucha “Diesel”… eres el único hombre de toda la barriada que no tiene ningún miedo en hablar conmigo mirándome a los ojos.
– Verás “Padrino”. Eres mucho más viejo que yo… pero no estás caminando bien…
– ¿Porque dices eso, Diesel?.
– Porque no eres amigo del mundo.
– Yo odio a las gentes menos a quienes son como tú.
– Te equivocas. Yo también soy parte de las gentes. Te repito que lo que debes hacer es dejar de sentirte orgulloso de ser “El Padrino”, llevarte bien con el mundo y ser simplemente Tomás.
– Jamás nadie me había hablado así…
– Porque produces miedo en las gentes. Ese es tu error…
– ¿Cómo puedo cambiar si ya soy demasiado viejo para hacerlo?.
– Nunca se es demasiado viejo. Puedes cambiar haciendo algo muy importante. Dejar de hablar tú siempre y procurar escuchar a los demás.
Fin del diálogo. Espero que “El Padrino” me haya comprendido. Él al menos me ha dicho que sí. Que lo ha entendido y lo va a llevar a la práctica.
Yo reanudo mi camino hacia El Goumi que es el cibercafé desde dónde os estoy escribiendo esta página de mi Diario. Todos los días hay momentos para hablar y hay momentos para escuchar. Es la doble vertiente de la extraordinaria comunicación interpersonal.
Bueno. Que os envío un cordial saludo recordando lo que dejó escrito Giacomo Leopardi, (que es el último poeta que estoy leyendo estos últimos días). Dijo lo siguiente: “Yo aquí vagando en torno a la puerta, en vano invoco a la borrasca para que en mi morada la retenga”. No estoy en nada de acuerdo con Leopardi en esta ocasión. Nada de morar en torno a la puerta y nada de desear que nos anegue la tormenta. Lo que es necesario hacer es abrir la puerta y entrar y desalojar toda la inmundicia del fango de nuestras vidas y despertar…
Buenos días, amigos y amigas, feliz sábado…
Mia abuela matrerna: ¿Llovió durante toda la noche, Jóse?
Durante toda la noche, abuelita.
Mi abuela materna: ¡Jajaja! Observo que eres todo un especialista en las noches con lluvia.
No es la primera vez que me ocurre, abuelita.
Buena tarde, abuela. El silencio del envidioso está lleno de ruidos. Lo dijo mi amigo Khalil Gibran y es verdad.
Mi abuela materna: Yo también sé decir frases ingeniosas como, por ejemplo, las coces de los burros dan al aire como piruetas de saltimbanquis. ¡Jejeje!
Pues ahora que lo leo otra vez me doy cuenta de que llevas mucha razón abuelita. Los burros dan coces y eso es muy evidente. Lo de las cabriolas me suena a canción de Marisol Lo que de verdad asusta es, como digo en el texto, los que nos son amigos del mundo porque producen miedo en las gentes. Algo así como burros desatados creando confusión en el pueblo. Un beso, abuelita.
Mi abuela materna: eres el único hombre de toda la barriada que no tiene ningún miedo en hablar. Si lo escribes tú es que es verdad. Por lo menos “El Padrino” se ha quedado callado.
Jejeje. Será quizás porque se peina y se repeina demasiado allá por donde el cementerio. ¿Lo recuerdas?
Mi abuela materna: Veredes dices que quiere decir que dices verdades.
Pues con tantas verdades siguen las edades… (esto no es un refrán pero pudiera serlo).
Mi abuela materna: Pues sí que sí.
Pues vale, abuelita. Otro día seguimos la cháchara. Si es que sí es que sí. Que lo tengo dicho muchas veces.