El Reflejo de los sueños en lunas rotas(Perdido en la eterna oportunidad) 8

Las calles olían a orines. Estrechos canales de basura y desperdicios. Excelente lugar, favorable para que el índice de la delincuencia creciera en un extremo alarmante. Peligroso, en las oscuras noches portuarias, atascadas de tabernas, siempre llenas de hombres y mujeres con un chupito en la mano.
El aroma a vino peleón, empapelaba las paredes y los suelos, hasta los topes de colillas aprovechadas, semejaban la vida y novelas de Dickens. Condenados a las penurias y al desahucio. El humo era lo único que calentaba a los clientes mutantes de toses asmáticas.
Cada noche atravesaba por distinta calle, que era igual que todas. Iba pensando, escribiendo en la mente el fracaso de su mano. La soledad es pensó , la pálida luz de mi sombra.

Abundaban los “camellos”, traficantes que no dudaban en ofrecer descaradamente al público su mercancía, producto de calidad dudosa.
En tu sonrisa, una raya. ¡Deprisa!, toma la dosis de éxtasis.
Cada noche caminaba en su imaginación, por una insinuosa e ilusionaria calle. Creyendo que la fantasía sería real, simple representación de una inofensiva cabeza de turco al servicio de los demás. Propósito de desfigurar la esquizofrenia gráfica de la marginación visual. Pues al término, las huellas eran del mismo pie y de igual longitud que los del lunático y pretencioso escritor de novelas y relatos impopulares que alucina en cada esquina, creyendo haber encontrado un filón literario, reconociendo que los de “arriba” no bajarían del pedestal si no interesaba a las multinacionales… O no pertenecía a una familia de vividores “famosillos” de la prensa del corazón. Fantasmas condenados a la suerte de su condición, sin más talento que la absoluta sordidez de una sociedad que no sólo perdona a ladrones y asesinos si tienen dinero, sino que luego les da un cargo de presidente en un banco de Suiza, alcalde de una población estatal, presentador de un programa basura de televisión, o contertulio en varios. Puede que también saquen un disco que como mínimo será platino, o interprete un papel en una película para darle más “renombre”. Joder, cómo somos de retorcidos, morbosos y gilipollas…
Luces de neón, barrio de continua farándula. Graffitis obscenos en las paredes, pintadas de sexo, religión, cruces gamadas, hoces y martillos y una frase que reproduce la que se encuentra en un rellano de las escaleras del edificio Tacheles, la última factoría contracultural de Berlín: “Tras la muerte de la espiritualidad, el hombre reclamará su alma”. Graffitis de esperanzas, corazonadas e inquietudes. Bolsas de basura atravesadas por la espina que los gatos, hambrientos, relamían. Zapatillas baratas, sin marca, sin suela, sin fortuna, rotas por el uso continuo del día a día, tropezaban con cuerpos tirados al azar de las reyertas y bacanales al son de un réquiem, no de Mozart, tampoco de Brahms, ni siquiera litúrgico, tenebroso sí. Jadeos y manos prietas, sobre el buitre que vuela en un cielo rojo que sólo se divisa en este callejón. Planea el pájaro carroñero y observa entre los pisos bajos, las pieles de colores, los abanicos de calor y las sillas afuera en las aceras de arenas ardientes. El viejo cíclope, apunta con el parche y dispara un antiguo pistolón de su abuelo, el pirata contrabandista… cuando la Independencia… cree. Sin errar, lanza con destreza a la ira, mojada en pólvora ya quemada, derribando el blanco, mientras el negro, mestizo o prieto sigue su andadura, mezclándose con los vampiros de la noche.
Nada más verle el Sargento fue a su encuentro. Con el rostro encendido, se acercó, irónico y burlón.
Hombre… Eh, chicos, mirad quién llega a la fiesta. Nuestro pensador y gran filósofo, miembro de la Real Academia Española. El Dostoiewski del barrio, o prefieres Shakespeare o Cervantes, que si no me equivoco estos dos murieron el mismo día y año, ¿qué te parece?, me gusta estar cultivado, ya ves chico… y las necrologías son lo mío.
El lenguaje cínico no le inmutó, pues ya lo conocía. Lo que más le molestó, fue la mención de Dostoiewski, la cual enlazó de inmediato con el crimen actual y paralelamente con la famosa novela, su castigo psicológico.
Lo aborrecible de este mundo, es que la gente se siente aliviada al oir tu tragedia. Los hay que están peor que yo piensan egoístamente. Les gusta que les cuentes desgracias…, les devuelve la sonrisa por un rato.
Lo mejor y más prudente sería no salir de la cáscara, pero si decides manifestarte y sí lo harás, por curiosidad obligada, cuando te halles solo y nazcan las vicisitudes, no cuentes tu dolor, que no te descubran, sino te perseguirán, presionarán, rebajarán, pisarán, ultrajarán y te arrinconarán en el borde de precipicios carecientes de manos amigas. Se convertirán en bestias ebrias de excitación, violentados por la masa descontrolada. Sin poder dar marcha atrás a sus instintos más primitivos, sin escrúpulos, te acorralarán hasta el abismo de un fondo de enajenación. Cuando su fiebre y agitación te hayan abatido, empujarán tus despojos por el acantilado. La caída nunca terminará, siempre te la ceden los continuos acontecimientos de un pueblo suicida que necesita víctimas y para ello, te proporcionan generosamente los ingredientes: angustia, depresión, una bala y un adiós sensacionalista en la prensa de la mañana siguiente.
Andy López no disimuló una mueca de desprecio.
¿Porque no se va a dormirla?, Sargento Martini…
Eh, eh, eh, chico, vas demasiado rápido. Doble insulto a la autoridad, ¿sabes que podría detenerte ahora mismo si quisiera?
No estaba muy convencido, pero seguro que era más sensato cambiar el hilo de la conversación y seguirle la corriente.
Disculpe si le he ofendido, no pretendía… no era mi propósito casi le imploró, sin el casi . Estoy agotado, no sé bien lo que me digo, de verdad que lo siento… Necesitaría descansar… por favor Sargento, vengo de comisaría, ya he contado todo lo que sé…
Los oídos le silbaban. Verificó el asco que sentía por aquel hombrecillo y le abofeteó su aliento acarajillado.
Lo sé, lo sé, muchacho, me lo han notificado… además tienes suerte de que los vecinos corroboran tu relato, joder, si no fuera así, tendrías problemas serios. Ya me entiendes…, sospechoso en primer grado, ficha abierta, investigación y por supuesto unos días entre rejas, abogado de oficio, vigilancia y una serie de interrogaciones… sí chico, es molesto, pero es así, siempre la misma rutina. Claro, así son las cosas, es un caso grave, jo… has tenido suerte de que ha ocurrido de puertas afuera y se escucharan los golpes y gritos en la escalera… se acarició el mentón con ademán pensativo . Así es fácil demostrar la inocencia, claro… pero aún así es un agobio, sí… tantas explicaciones y lo que conlleva.
Le guiñó el ojo derecho, sin que entendiera… daba igual.
El Sargento cambió el tono de voz, creyéndose Marlon Brando en El Padrino de Coppola. Desde luego, nada que ver.
En fin, pasaré por alto tus impertinencias por esta vez. En lo sucesivo tendrás que mostrar un respeto o te caerá un buen puro, ¿has entendido? Andy asintió con un gesto de cabeza, mirando al suelo, aburrido, dando patadas a una lata de foie gras vacía.
El Sargento le tendió la mano. Vaya, que amabilidad, no se lo esperaba, tanto protocolo en una persona tan falta de diplomacia. Titubeó, pero al fin cedió la condición humana a continuar su actuación de falsa amistad. Más tarde tendría tiempo de arrepentirse. Todo pasó muy rápido, sin darle un intermedio para reaccionar. Andy alargó la mano confiado, esperando un sudoroso apretón y el Sargento Martínez la sujetó con fuerza, le estrechó cordialmente y después la agarró con extraña tenacidad, como poseído, los ojos enrojecidos por “l’esperit de vi”. Andy creyó que le iba a esposar, ¿dónde estaban las manillas de hierro?
El Sargento, salido de sus casillas, aplastó su asqueroso cigarro en la palma de la mano, apagándolo con brutalidad, con la rabia de la bestia. Miraba amenazante a los lados.
Recuerda, a esto me refería con lo de un buen puro…
La serpiente le había mordido, dejándole el veneno dentro.
Contuvo un grito de estupefacción, uauuu, le ardieron hasta los huesos.
El muy hijoputa abusaba de su cargo, ¡qué cabronazo!
Se quedó allí, de pie, maldiciendo. Mirando como el hundido cerebro del Sargento de hierro se alejaba, contorsionando su hundido y gordo trasero, desnivelando el asiento del coche patrulla al que había subido. En procesión se largaron, chirriando y destrozando el asfalto a modo de despedida con el ritmo de Chavela Vargas y su “Cruz de Olvido”.
La calle prosiguió con su ajetreo acostumbrado.

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