El teclado

Escribir en el portátil se había convertido en parte de su rutina diaria. El sonido inconfundible de los dedos martilleando hora tras hora el teclado a una velocidad de vértigo le acompañaba en las diversas transcripciones que tenía pendientes durante su jornada laboral. Algunas veces ese sonido quedaba amortiguado por la música de fondo, pero inconscientemente sus dedos tecleaban con más fuerza para conseguir sobresalir sobre ella.

Sólo el silencio de la noche daba tregua al repiqueteo constante diurno. Aun realizando otras tareas, ese sonido había conseguido colarse en el ambiente, y estando apagado el portátil, había momentos en que casi le parecía oírlo desde algún lugar lejano de la casa, fuera del alcance de sus dedos.

Aquella noche dormía profundamente y el sonido del teclado la despertó, al principio creyó que era parte del sueño pero abrió los ojos de par en par y el silencio de la noche le devolvió esa cantinela inconfundible. Se incorporó y lo busco con la mirada, recordó haberlo dejado en el salón y se asomó con sigilo desde el marco de la puerta.

El portátil parecía haber cobrado vida mientras el teclado incansable no cesaba de escribir, en una sinfonía perfectamente orquestada por unos dedos invisibles. Inconscientemente sus pies la fueron acercando y sus ojos se clavaron en la pantalla donde las palabras se agolpaban frenéticamente y el teclado cada vez con más fuerza repetía…

-…escribirás lo que yo te diga y aun cuando creas que eres tú quien dirige tus dedos no olvides nunca que la batuta de este teclado la llevo yo.

Se sentó frente a el y poso sus dedos suavemente sobre las letras. A partir de ese momento sintió como el disco duro buscaba formatear su cerebro.

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