Hace unos dias reibí una llamada. Jubilaban (y esto lo digo con toda conciencia de causa) a uno de los mejores catedráticos de Filosofía de nuestras universidad. Se lamentaba de que ahora “estaba pleno de facultades” porque, la vida, vista desde la madurez plena combina a la perfección con la sabiduría del bosque, siendo el resultado un hombre que “conoce, sabe y enseña”. Se nos va Don Alvaro, se aleja de su posición elevada sobre las mesas y sillas de los alumnos. Ahora no se escuchará aquella muletilla que tantas veces repetía: “y ustedes piensen en sí mismo, sean ese pensamiento y descubránse en los demás”. He quedado con él para disfrutar de una grata conversación. No es un hombre que se rinda ante las horas y los dias; sabe que la vida jamás es estéril porque su naturaleza implica seguir viviendo. No es de esas personas que se vuelven caracoles y navegan en toallas de playas del sur. Don Alvaro es un personaje delasiglo XIX, mitad profesor y mitad amigo de Aristóteles. Recuerdo que en sus clases se abandonaba a reflexiones modernas, le daba vueltas a toda noticia, encajaba cualquier arquitectura contemporánea con un….”nada nuevo bajo el Sol”.
El viejo profesor se mostró durante generaciones. Educó y se educó en la difícil tarea de hacer sabios a cuantos desearan, con generosidad, reconocer que no lo eran.
Un comentario sobre “El viejo profesor”
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Tu Don Alvaro me recuerda muchísimo a mi Don Florencio, otro viejo profesor que se jubiló y creo que ya murió a principios del siglo XXI. Educadores que dejan huellas profundas en sus alumnos… tan profundas que los convierten en hombres. !Me encantó el hecho de que hayas recordado con tanta admiración a Don Alvaro!. Fueron hombres que reconocieron no ser sabios auun cuando sus sabidurías desbordaron los límites de la indiferencia.