El viento sopla y las alas transportan (1) (por Olavi Skoda y José Orero).

OLAVI SKODA:

Actualmente se habla mucho de la influencia que tienen las raíces del pasado en la vida de las personas. Quizás los sabios hablan demasiado, pero una cosa sí que es verdad: “lo que de pequeño comes, de mayor lo vomitas”. Cuando nos mudamos del puerto a la ciudad me sentí como un niño dando pasos de adulto, dejé atrás la infancia pero el niño siguió en mí.

¿No se me habrá quedado tal vez a medias el vivir la niñez?. Bueno, eso sería buscar el porqué a esas preguntas que nunca tienen respuesta. La verdad es que el niño que había en mí me acompañó demasiado lejos.

Entonces, la realidad de la vida empezó a romper mi mundo de fantasía. No tenía fuerzas para reconocer que este mundo no era ese “puerto idílico”.

!Demasiado tiempo intenté vivir como vive un niño!-

¿No será éste un error que cometemos mucho los hombres?. Por lo menos muchos alcohólivcos sí. Mi padre era un niño más entre nosotros. Mi madre nos cuidaba a todos. Cuando vençia borracho como una cuba se apagaba y había que desvestirle como a los niños.

¿Es que no dejamos nosotros, los hombres, de ser niños de mamá?. ¿Será ésta la causs por la que nuestros padres no saben cómo ser padres ?. No hay duda alguna de que son hombres, con capacidad y ganas de hacer hijos, pero no les apetece llevar la responsabilidad que le corresponde a un padre. A lo largo de esgta cuesta abajo he conocido a muchos con mi misma experiencia, mimados por la madre, abandonados por el padre.

Un carro no puede ir recto si le falta una de las riendas.
En la ciudad vivíamos en la calle del parque, igualmente un sitio idílico; viejas casonas de madera, misteriosas callejuelas unidas unas a otras. Un sitio fantástico para desarrollar la ya hiperinquieta imaginación.

El puerto le dio a la imaginación alas y la calle del parque aire para planear. Muchas veces jugando a policías y ladrones nos dejábamos arrastrar por el viento olvidándonos que era simplemente un juego.

Los estudios pasaron a ser una actividad secundaria, porque al llegar del colegio a casa nadie me recordaba qué era lo importante. Una casa desiertas, unas paredes vacías no inspiran a nadie a hacer los deberes. !!!La mochila a un rincón y a la calle!!!.

El viento soplaba sobre alas que nos transportaban fuera del tiempo y fuera del lugar. Entonces, todavía con las alas de la imaginación limpias. Más adelante, ya hacía falta algo más. La búsqueda había comenzado.
Este fue el punto de partida… !hacia abajo!.

En una canción antigua se decía “Yo soy lo que soy”. Eso es verdad, pero ¿por qué tú eres lo que eres?. Eso no está tan claro. Nadie es solamente “yo” sino que ese yo, es una mezcla de generaciones. No se trata solamente de nacer en una familia sino que la familia nace en mí. Para algunos éste es un motivo de alegría, para otros de tristeza.

Una persona de una ilustre familia mandó hacer un estudio genealógico. Hasta el 1700 sólo había flor y nata pero luego, apareció un “ladrón de caballos”. Ya no hacía falta seguir investigando. Todos nosotros tarde o temprano nos toparemos con nuestro “ladrón de caballos”. Formamos parte de la familia con sus cosas buenas y malas. Pero no es solamente la herencia la que marca sino que también nosotros aportamos algo. La cantidad que aporta cada uno, eso no se sabe. Algunos elogian a su familia, otros se dedican a criticarla según les convenga. !Somos personas que nos equivocamos al valorarnos!.

Como dije anteriormente nadie está libre de culpa. Da lo mismo cuánto haya en mí de mí mismo o de herencia. Más tarde todo se mete en la hormigonera, de amigos, de moral, de costumbres… saliendo de la mezcla una personalidad única que es uno mismo.
Yo nací y crecí en un tiempo donde los valores de la familia, de la patria y de la religión iban en decadencia. La Segunda Guerra Mundial había pasado sin saber si Finlandia había perdido o ganado.

JOSÉ ORERO:

Cuando nos cambiamos la familia completa a otro barrio mejor, más nuevo, con más luz, con mayor libertad… el niño que iba siempre dentro de mí comenzó a madurar repentinamente. No era cuestión de edad sino de principios basados en el Arte del Vivir y la Filosofía del Existir. En el Instituto San Isidro de Madrid, dos de mis asignaturas predilectas, además de la Literatura y la Historia, era el Arte y la Filosofía. Y, sin embargo, mis padres me seguían castigando por ser bohemio de verdad. Y me hicieron, a la fuerza y en contra de mi voluntad, estudiar Ciencias en vez de Letras.

Pero yo, rebelde a través de mis sueños y mis fantasías, sólo acertaba a recordar las asignaturas que más me gustaban. Las otras, las de las llamadas Ciencias Exactas por los grandes científicos del mundo ajeno a mi imaginación, me importaban, para decir la verdad, menos que un pimiento. Sólo aprendía lo necesario de ellas para sacar un aprobado ramplón y simple… porque mi interior humano era mucho más que todo eso. Mi interior humano seguía creciendo y entonces, sin dejar jamás de ser un niño, empecé a comportarme como un hombre -cuando mis hermanos seguían sin comprenderlo porque estaban empeñados en buscar las minas del oro y de la plata- sin que dichos hermanos se diesen cuenta que yo había descubierto las minas de mi oro en los ríos gallegos de mis antepasados romanos y las minas de plata en aquella zona de América donde tanto ansiaba algún día llegar.

Sí. Mi padre también bebía bastante y, a veces, sólo a veces, llegaba tan bebido a casa que mi madre se enfadaba con él mientras los hijos guardábamos silencio. Sólo en una ocasión uno de los hijos tuvo que romper el silencio. Y no fue precisamente el mayor de los cuatro hombres, sino que fui yo, precisamente el niño-hombre-sandwich quien tuvo que romper el silencio junto a la ribera del río Manzanares y decir: !hasta aquí has llegado papá!. Y mi padre empezó a comprenderme… Empezó a comprender por qué me gustaba tanto la Historia del Arte y que ya me estaba convirtiendo en hombre, que la cosa iba en serio y no en bromas tontas y pesadas,. Empezó a intuir que había una mujer en mi vida desde que yo tenía siete años de edad y que a veces se me aparecía en la vida real con otra edad, con otro cuerpo, con otro rostro…

No me importaba en absoluto la vida de las aventuras o desventuras de los demás chiquillos y chiquillas del barrio ni la vida de las aventuras o desventuras de mis compañeros de instituto. No era por egoísmo ni por tener nada contra ellos. Era que mi Gran Sueño sólo era lo verdaderamente importante para mí. Nunca supe si mis hermanos sabían o no sabían estas realidades mías. Sólo que el mayor de ellos dejó grabada su frase: “No se debe vivir de ilusiones”… a la cual respondí yo con otra frase: “Pero sí de esperanzas”. Y allí, en aquel nuevo mundo de Madrid, mi hermano mayor comprendió que no podría jamás apartarme de ella.

Entonces mi vida se transformó en historia y la historia comenzó a ser leyenda…

Un comentario sobre “El viento sopla y las alas transportan (1) (por Olavi Skoda y José Orero).”

  1. Mi padre tambien bebia diesel y llegaba enfurecido por las noches, solo que yo no aguante la situación y me marche de mi casa con apenas 13 años, la vida es muy dura si la buscas así, pero siempre queda la esperanza de un mañana mejor, un besazo

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