Ella siempre soy yo

La chica quería un cigarrillo. Circulaba a unos 50 km por hora, por el túnel. Con el brazo derecho apoyado en el cambio de marchas, iba dejando caer su dedo sobre el botón que buscaba automaticamente las emisoras de radio.

Posiblemente, ni siquiera escuchaba lo que iba sonando en cada parada de los números, que brillaban verdes en la penumbra del vehículo, absorta como estaba en una bolsa de supermercado, que con sus letras rojas y enormes, volaba hinchada por el aire y giraba y parecía bailar un baile perfecto a los ojos de la chica, un baile en sintonía con el viento, cumpliendo una función prodigiosa que solo algunas de las millones de bolsas de supermercado del mundo, llegaban alguna vez a realizar.



Estaba claro que si algún día él la mataba, sus padres darían a la televisión una de sus mejores fotos, alguna de hace unos años, en la que saliera delgada y mucho más joven. “Ella lo hubiera querido así “ diría la madre.

La realidad propia se ve convertida en muchos casos en una automentira, automedicación contra la desdicha, fallida y narcotizante. – eso pensaba la chica, fijando la vista ahora en las lineas de la carretera, siempre tan gastadas y poco eficaces.

En el bar donde entró a comprar tabaco, olía a carne de kebap. La música era estridente, pero ella y el camarero paquistaní estaban solos. Ella se imaginó follando sobre la barra. Observó la limpieza del local: correcta. Desde luego pondría el culo sobre la barra. El camarero apenas la miró, sumido en su homosexualidad de pronto manifiesta, y la chica cogió de la máquina su paquete de Lucky y salió a la calle.

El aire siempre golpea en la cara de todos los personajes de cualquier historia, alguna vez. Y muchas otras abofetea, Y en esta ocasión así lo hizo, cambiando radicalmente el rumbo de su pelo siempre echado sobre la cara, y la expresión de sus ojos, que se cerraron un poco detrás del cuello de la chaqueta.

En casa y después de recuperar el aire trás subir las escaleras, encendió un cigarrillo y abrió el libro por cualquier página.

Ahora, cuando el otro viniera a buscarla, ella le diría que no por segunda vez. La satisfacción que esto le produciría sería nula, al contrario de lo que ella hubiera querido y de lo que esperaba. El corazón se abalanzaría sobre la garganta, y el nudo en el estómago se apretaría hasta impedir la deglución de alimentos durante más de medio año. Después se mordería las uñas intentando encontrar la respuesta correcta en su corazón, dentro.. al fondo: sin conseguirlo.

Y seguiría bien, obsesiva, eternamente amorosa, alrededor del planeta principal de su universo. Buceando entre las ropas de un niño sin edad, comiendo en su mano, tal vez equivocadamente, sencillamente hasta el final.

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