En el hospital (por Olavi Skola y José Orero)

OLAVI SKOLA:

La conversación con los jóvenes se prolongó hasta altas horas de la noche. No recuerdo lo que yo hablé, pero lo que realmente me impactó fue el interés que esas personas tenían por mí. Uno de ellos, llorando, me dijo: “Olavi, ¿es que no te das cuenta que Jesús te ama?”. No sabían nada de Jesús, pero ese hombre desconocido estaba llorando por mí, hablándome como si me conociera por mi nombre. Esto me dejó asombrado.

Ya muy tarde por la noche los jóvenes empezaron a marcharse. Uno me preguntó dónde vivía. La respuesta fue sincera pero intencionada: “en ningún sitio”. Con esta respuesta esperaba que ellos me solucionaran el problema.

Estaba acostumbrado a pensar durante el día dónde podría reclinar la cabeza por la noche, tampoco ahora me había olvidado de ese problema. Los jóvenes se pusieron a hablar entre ellos en voz baja y el líder se retiró un momento. Al volver me dijo que podía pasar la noche en la Iglesia.

Si estos jóvenes desde el primer momento no me hubieran cuidado con tanta dedicación ¿En qué manos habría cañído?. Puasieorn un colchón en el suelo y dos jóvenes se quedaron de “vigilantes”. Estos vigilantes fueron necesarios ya que me encontraba mal, cansado, tembloroso y con convulsiones.

Me había encontrado con el amor de Dios a través de estos jóvenes, pero no a Dios. Dios seguía para mí tan distante como antes, igual de egoísta y retorcido. Había aprendido a sacarle buen partido a la compasión y a la buena voluntad de los demás para suplir mis apetitos y necesidades. Ahí los alcohólicos y los drogadictos son unos auténticos expertos, saben vender una historia falsa y estremecedora por una auténtica. ¿En quiénes calaría más sino en un grupo de creyentes de buen corazón?.

Mi estado era realmente lamentable. Era mi primer día sin alcohol ni pastillas. Temía que llegase este moomento, ya que mi obsesión era dónde encontrar algo para superar el mono. Era el momoento de “santificar” el arte de engañar, enseguida tuve el dinero de uno de mis vigilantes en el bolsillo. Cuando el mono te domina, para ti no hay persona tan cercana o tan buena a la que no engañes. Yo no estaba interesado en buscar a Dios.

Superficialmente, lo más urgente urgente para mí era conseguir ayuda social aunque en mi interior vivía esa más profunda dimensión a la que no sabía llamar por su nombre ni conocía. Era un anhelo indeefinido en algún rincón de mi ser.

Dios era todavía alguien que podía o no podía ser. No sabía temerle y por eso me atrevía a a provecharme de sus hijos. Más adelante, cuando Dios fue más cercano, sentí temor de Él y devolví ese dinero.

Pasamos la primera noche charlando. Cuando se pusieron a orar por mí de nuevo me sorprnedió, me pidieron que orara con ellos. Cerré mis ojos pero no sabía articular ninguna palabra, me resultaba muy extraño y no sabía si reír, llorar o enfadarme. No era fácil congtrolar mias sentimientos; por el rabillo del ojo miraba lo cncnetradosa que estaban y asombradísimo, oía cómo decían unas palabras muy raras que yo no había oído nunca. Percibía como si nuestra comunicación se hubiera cortado y ellos conectaran con otra dimensión, con un mundo extraño. Cauando terminaron, educadamente les di las gracias.

Por la mañana vinieron los nuevos vigilantes, !qué amor y qué fe!. Mi caso analizado humana y racionalmente no tenía ninguna posibilidad de solución. Sólo de Dios puede venir esa fe y confianza que no mira a través de los ojos humanos.

Los vigilantes se turnaban. Llegó el segundo día y el pastor de la Iglesia llamó al médico, que por cierto era creyente, para hacerme una revisión exhaustiva. Él decidió mi ingreso en un hospital pese a la negativa del Jefe de planta que quería mandarme a un psiquiátrico. Nuevamente, a pesar de la oposición de algunos, Dios me estava llevando a su encuentro.

El hospital fue el lugar que Dios había elegido para que fuese mi “Betel”; la casa de Dios.

Transcurrían los días en el hospital mientras yo mejoraba. Los creyentes venían a visitarme a diario. Al lado de mi cama oraban y me hablaban de Jesús. Años más tarde pude saber de las batallas espirituales que libraban por mí; los jóvenes se juntaban en el recreo del instituto y oraban, incluso algunos se despertaban durante la noche a orar. El único que no lo hacía era yo. Pretendía mostrarme interesado pero a más no llegaba.

Dios estaba con esta gente per, para mí, Él seguía igual de lejos que antes. Algunos estaban un poco desilusionados porque no observaban ningún cambio en mí. Yo mismo me encongtraba molesto pero no podía ofrecer nada más, ya que no sabía qué les tenía que ofrecer. Sólo tenía frases hechas y vacías; por ejemplo: -Una buena cosa de vosotros es que os lo tomáis en serio-. Podía haber hecho algo de teatro para complacerles pero me habría hecho daño a mí mismo.

Un día en el hospital, leyendo un libro cristiano, volví a sentir anhelo por ese algo. En esa lectura algo me tocó; volví a identificarme con el mensaje del libro. Dos jóvenes de la iglesia vinieron a verme con la intención de ponerme las cosas claras ya que estaban cansados de batallar en oración y ver la flata de cambio en mí. Según entraban por la puerta les frité: “mirad lo que pone aquí, esto habla de mí!”. No tuvieorn que decir nada, noitaron que había experimentado un pequeño acercamiento. Para ellos fue un testimonio de que Dios estaba trabajando en mi vida. Si hubiera tenido que marcharme del hospital solamente cn ese pequeño acercamiento no huibera sido suficiente, por la noche lo habría olvidado todo con una borrachera.

Antes de contar mi encuentro con Dios quiero decir que si hubiera recibido testimonio solo de parte de los creyentes de que Jesús vive, hoy no sería creyente. Yo necesitaba una evidencia de parte de Dios mismo y Él me la dio. Esto no quiere decir que las iniciativas de los creyentes y sus testimonios no fuerna necesarias, no, pues sin ellas tampoco sería creyente hoy, pero… la última palabra la tiene Dios y es la palabra de más peso y la más convincente.

JOSÉ ORERO:

En aquel lugar, que era similar a un hospital cerrado, la única forma de salir era paseando por aquellos jardines donde la estatua de Don Pío Baroja me observaba pasar todas las mañanas. Sabía que aquel de cuyo nombre no quiero acordarme no quería rendirse y enviaba espías para seguir mis pasos. Y yo sabía que hablaban contra mí en aquel oscuro silencio. Pero mis paseos servían para hacerles entender, definitivamente, lo que me encontraba en ellos: la LIBERTAD. La LIBERTAD de ellos por la que tanto estaba luchando.

Y los espías comenzaron a olvidarse de mí. Sólo unos pocos eran verdaderos amigos y amigas. Pero el enemigo les prohibía hablar conmigo y, a veces, les hacía caer en la trampa en las que yo luchaba para no caer. Muchos adroaron al dios Dinero y a la diosa Afrodita (incluso algunos de mis verdaderos amigos) pero yo seguía luchando por ellos. !Saldréis de aquñi vivos! les decía diariamente ante la incredulidad de los enemigos. !Saldréis de aquñí vivos una vez que yo me haya marchado!.

En la cafetería de aquel laberinto infernal las personas se convertían en personajes. Pero eran personajes completametne contradictorios. A veces parecían buenas personas, otras veces parecían personjaes maléficos. Todo era porducto de los hilos que manejaba mi enemigo a su antojo. Entonces volví a echarle aún más coraje al asunto y les expliqué a todos lo que es la LIBERTAD verdadera. Que todos estamos atados a varios hilos y que depende de qué hilos elijas para ser libre o ser esclavo. Aquello descomponía aún más a los enemigos que, sin saber otra cosa que hacer, decidieron esconderse para darme una emboscada espiritual.

Seguían sin im portarme para nada sus trampas. Veía sus trucos de “magia negra” pero, al final, salía de esas emboscadas para vlver con más fuerza a quedarme a solas con Dios. Esas formas de reaccionar producían un desconcierto total a todos, a mis enemigos y amis verdaderos amigos. Pero eran ncesarias. Yo seguía diciendo NO a las tentaciones diabólicas. Y así fueron pasando mis últimos meses en aquel laberinto.

Deja una respuesta