En el Jardín del Edén

Quietud en el paraíso tras la marcha de Adán y Eva.

Silencio y paz.

Descanso.

Muerte.
De lo bello y de lo horrendo, pues sin nadie que los observe son la misma cosa.

Nadie que los juzgue, nadie por quien competir con los demás por su sentencia

Languidecen ortigas y rosas, abrazadas por la desesperación y envenenadas por sus armas. Caen los pájaros tras un corto vuelo tratando de escapar, se arrastran los gusanos como siempre hicieran, ya no tienen ganas de comer más. Sólo de desaparecer.
Cada brizna de hierba llora la pérdida de quien las pisaba tan alegremente. Su tacto ligero, suave. Consolador en la soledad de su total similitud con todas las que las rodeaban. Triste es que la presión de un pie te dé la vida al otorgarte la individualidad, pues sólo tú y las de alrededor sois pisadas en ese momento, pero más triste aún es vivir sin ese consuelo.

Nadie que juzgue, que admire u odie. Nadie sin ti, pues eres juez, de lo que en mí pueda ser bello, de lo que haga bien o mal. Nadie a quien dirigir mis esfuerzos. Quietud en el paraíso. Muerte del jardín. Ni bello ni horrendo, ni grande ni miserable. Nada.

En mi ignorada existencia, vago esperando un pie que me pise, o más bien, pues la presión no es mi ideal, unos ojos que me identifiquen. Sólo somos briznas de hierba, perdidas en la inmensidad del jardín que es la humanidad, quien nos diferencia del resto son ellas, al pisarnos, al mirarnos. Al desearnos. Eres tú el pie que se levanta y no vuelve a pisar, la que marcha y no mira atrás. La que me olvida y en su desmemoria hace que regrese al anonimato. Seré sin ti, es cierto, pero no diferente del resto de la hierba de la humanidad.

Puede que alguna vez vuelva a brillar bajo la luz de otros ojos, que me harán soñar con liberarme de la tierra, como sueñan los árboles extendiendo en un vano esfuerzo sus ramas hacia el cielo, como si buscaran una mano fuerte que tirara de ellos hacia la libertad.

Somos un jardín de gente oscura, agostados, esperando. Algunos se marchitarán en la angustiosa y cruel espera de ti, desconocida. Siempre fuiste tú y nunca lo fuiste. ¿Quién eres? Otros tienen suerte y son finalmente arrancados para formar parte de algo único, pues es eso a lo que se aspira, a la individualidad, aunque haya sido tantas veces vivida. O quizá ninguna. Queremos ser la buena parte del círculo, la variante feliz, no la gris y oscura que se marchita en espera. Queremos sonreír tantas veces como ya se ha hecho, hasta que nos duela la cara de ser felices, hasta que muramos abrazados a ti. Tú, sin nombre, tú, que eres y no eres y a quien no puedo imaginar en esta prisión que me ata a la tierra del jardín humano. Tú sin nombre y sin esencia aún, pues no existirás hasta que me pises, hasta que me mires, hasta que me arranques con un dulce tirón en forma de beso. Beso que no llega esta noche, beso que me haría arrastrarme hasta la luz de tus ojos y entonces besarlos, una y otra vez, hasta el infinito abrazo, en el que, fundidos, viajáramos lejos, muy lejos, allí donde los sueños de libertad a tu lado sean ciertos, y no desvaríos de una mera brizna de hierba, de un olvidado e indistinguible trozo de césped. Frágil, vulnerable. Muerto a todos sin ti.

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