Escaleras

– Buenos días. – Dijo cortésmente la mujer que vivía junto a mi reluciente y nuevo apartamento.
– Muy buenos, señorita. – Respondí alegre. No era para menos, al fin podía disfrutar de un apartamento más grande y cómodo.
– Así que, ¿usted será mi nuevo vecino?
– Así parece.

Sólo sonrió despidiéndose y entrando de nuevo a su apartamento. Me apresuré en subir la última caja de mis pertenencias. Al ir a buscarla al camión, entré en el edificio. El conserje sonriente me miró amablemente.
– Déjeme llamarle el ascensor. – Dijo presionando el botón.
– ¡No, no es necesario! Lo subiré por las escaleras.
– Pero… – Me miró extrañado – Esa caja debe pesar mucho.

– No está de más un poco de ejercicio, ¿no? – Respondí con la alegría de siempre. El conserje continuaba sin entender, según decía la expresión de su rostro.
– ¿Usted no es el que vive en el décimo piso?…
– Si, a partir de hoy, sí.
– Pues le aconsejo el ascensor… Señor… – Dijo un poco mas molesto. Comencé a sentirme nervioso. El ascensor se abrió dejando expuesta la estrecha caja metálica vacía.
– Le seré sincero. Le tengo un miedo a los ascensores. En serio, prefiero las escaleras.

Algo malhumorado, se giró y se metió en un armario de limpieza. De la misma forma, comencé a subir las escaleras.

Hoy es un nuevo día, y ya debo ir a trabajar. Saliendo algo atrasado de casa, corrí escaleras abajo y salí del edificio. Rápidamente, monté un taxi.
Ya volviendo del trabajo, cuando ya el sol se esconde, entré al edificio.
Me detuve un instante en la entrada para abrochar mis zapatos, cuando levanté la vista, el conserje estaba parado frente a mí. Sorprendido, retrocedí unos pasos.
– ¿Usará las escaleras?… – Pregunto con un tono de voz monótono.
– Así es… Ahora si me permite.

Pasé a su lado, y al legar a las escaleras, una señalización había frente a ella. “Suelo húmedo” decía esta. El conserje se acercó a mí.
– Le recomiendo que de ahora en adelante use el ascensor. Esta escalera siempre está mojada. – Señaló.
– Bueno… Descuide.
– ¿Usará el ascensor entonces?
– No he dicho esto. Descuide, puedo afirmarme en la pared. – Dije poniendo un pie en el primer peldaño.
– ¿Qué no entiende? ¡Acabo de lavarla! ¡No la ensucie por favor!
– No sea perezoso. Es su trabajo lavarla.

Dicho esto, subí por las escaleras, notando que estaban totalmente secas. Miré hacia atrás, pero el conserje ya se había ido.
Llegando al sexto piso, noté algo a lo que no había puesto atención ayer, o esta mañana. Una puerta al borde de las escaleras. Tal vez será una salida de escape. La puerta era gris, y tenía una señalización en ella. Un hombrecito corriendo a través de una puerta y una cruz encima de él.
Tal vez no era una salida de emergencia.
– ¿¡Que hace ahí!? – Escuché la voz del conserje desde el inicio de la escalera en el quinto piso.
– Sólo revisaba…
– Esa puerta es para personal autorizado. – Dijo con aparente furia.
– Descuide, no he entrado.

Cada vez más confuso llegué a mi apartamento. Mientras sacaba las llaves, salió la señorita que vive junto a mí, mi vecina.
– ¡Hola! ¿Disfruta su nuevo edificio? – Preguntó dejando el cesto con ropa que llevaba con ella en el suelo.
– ¡Sí, es muy espacioso!… – Respondí alegre. Ya más serio, la volví a mirar – Pero ese conserje, es muy raro, ¿no lo cree?
– Sí, lo sé. De hecho, el joven que vivía en su apartamento, al venderlo, no quiso decir porqué lo hacía. Sólo me dijo: “Es por el conserje…”
– Si, ya me parece…
– Si sigue subiendo por las escaleras, lo encontrará de mal humor siempre.
– Gracias por su atención.

Y entré a mi apartamento. Sabía que algo raro había en ese conserje.

Una vez más volvía de mi trabajo al atardecer. Entré al edificio, pero no había signos del conserje. Rápidamente fui a las escaleras. Cuando llegaba al sexto piso, una vez más me llamó la atención la puerta gris. Esta vez, podía ver luz por debajo de ella. ¿Qué demonios habrá adentro, que el conserje la cuida tan violentamente?…
Lentamente me acerqué a ella y tomé la manilla. La bajé y empujé suavemente la puerta. Un sonido emanó de la cerradura. Estaba cerrada.
Era lógico que estuviese cerrada si el conserje la cuidaba tanto.
Volviendo a mi apartamento, encontré de nuevo a mi vecina.
– ¿Lo sigue molestando el conserje? – Preguntó contenta.
– No, al parecer no. – Miré las herramientas que traía en su mano – ¿Puedo preguntar por qué lleva herramientas?
– Mi caldera se ha averiado una vez más. Son un desastre.
– ¡Vaya!, ¡Debo tener suerte! Pese a ser un apartamento usado, no he tenido ningún problema con mi calefacción.
– Es porque el antiguo dueño sólo la ocupó tres días antes de venderla.
– ¿En serio?…
– Así es. Ahora, si me disculpa, debo irme.

Tomó el ascensor y se marchó. ¿Sólo la ocupó tres días?…

Un nuevo día comienza. Hoy hice unas cuantas horas de más en el trabajo, por lo que llegué cuando estaba casi completamente oscuro. Al entrar en el edificio, atravesando la puerta mecánica, me dirigí a las escaleras.
Súbitamente, mi vista se oscureció, y me apoyé en la primera pared que pude sentir. La luz se había ido, al parecer.
La puerta no se abriría, pues funcionaba con electricidad. Miré las escaleras, y la sola idea de encontrarme con el conserje en total penumbra me produjo más miedo que subir a un ascensor. En eso, escucho un sonido, y el ascensor se abre. No había nadie adentro, solo la luz de la iluminación de éste. Creí que no había luz. Debe tener algún tipo de suministro de emergencia. Pero, ¿por qué bajaría, si yo no lo llamé? Una vez más sentía miedo de estas cajas claustrofóbicas, y me armé de valor subiendo las escaleras cautelosamente. Cada escalón que subía, había menos luz. Cuando llegaba al sexto piso, la escalera comenzó a aclararse. Debe venir luz de algún lado. Y tenía razón. La extraña puerta gris continuaba con su resplandor debajo de ella. Decidí no tomarle importancia. Ya eran bastantes situaciones tétricas por un día. Continué subiendo, pero me detuvo el sonido de una cerradura. Volteé razonando que podría ser la puerta de alguna persona que vivía aquí, pero me equivoqué. La misteriosa puerta gris se había abierto.
Una luz blanca e intensa venía de adentro. Ya más que curioso, intrigado, comencé a descender nuevamente hasta la puerta. Al acercarme a ella, se cerró de golpe. Decidido, tomé la manilla lleno de una mezcla de valentía y cobardía.
La giré y la puerta abrió. Contando hasta tres, la empuje violentamente.
La luz me cegó, y sólo vi una figura frente a mí.
– Te rogué usarás el ascensor… – Escuché la voz del conserje – Pero no, querías ser diferente como los que vinieron antes que ti…

Sin poder decir nada, mis ojos poco a poco fueron acostumbrándose a la cegadora luz y me permitieron ver la horrible escena…

– ¿Ya se va, vecino? – Preguntó mi vecina. No respondí palabra alguna.

Continué embalando cajas y dejándolas en la entrada. Los de la mudanza las llevaban, al ascensor y las apilaban.
– ¡Por lo menos dígame porqué se va! ¡Ya me parece extraño que todos se vayan al tercer día!…

Silencio era todo lo que hacía. Saliendo con una caja al hombro, me acerqué al final del pasillo. El conserje miraba como me preparaba para irme. Con un rostro de odio, lo miré mientras el sonreía al verme presionar el botón del ascensor y entrar en él.
– ¿Quiere saber por qué me voy? – Le dije a mi vecina.
– Así es…

La puerta del ascensor se cerraba frente a mi rostro. Levanté la vista y miré a mi vecina…
– Es por el conserje… – Dije con voz apagada.

El ascensor se cerró, al igual que mis ojos…

Un comentario sobre “Escaleras”

  1. Muy bueno el suspense del conserje. Excelente relato porque da rienda suelta a imaginarnos miles de posibilidades. Pero no. Es por causa del conserje. Muy bueno y agradable de leer. De verdad que me llenó de interrogaciones.

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