Ella estaba sentada en el viejo sillón,
piernas cruzadas sobre el almohadón rajado,
cara sin gestos,
acostumbrada por aquel entonces a la sabia resignación.
El esmalte brillaba opaco en sus uñas de madmoiselle, aceleraba su destino hacia la próxima noche, hacia un nuevo encuentro de vísceras llorosas, de entrañas sin consuelo.
Dos uñas menos, llevaba la cuenta de sus años en soledad, arrebatada por el óxido de la tristeza, por el desgastado y macabro carmín.
“Memorias eran aquellas de tu piel tan mía”, pensaba serenando su instinto en pasados remotos de juventud. Y dos ojos de confundido color, treparon por su cuerpo escarchado de hielo y de sombras.
Nada que no hubiese soñado antes, podría llegar ahora hasta su lápida blanca, de inconfundible dolor por ese hombre antagónico, por su piel desterrada con cuchillos de fuego y tormentas de sangre.
Conformaba tan sólo un retoño de su inexorable soledad, atada de manos y pies a la columna de la desgracia de su voz, como un eco. A la desdicha de permanecer allí, tan sólo permaneciendo.
Ella le había dicho que, a veces, no existían causas ni explicaciones coherentes que desterraran lo cierto de la verdad. Porque su verdad era apenas de mentira. Porque ni siquiera estaba segura de existir.
Y frente a tantos intentos de nada, pintó su última uña y olvidó su último recuerdo, así sus ojos encontrarían otro sueño, el de las pastillas que acababa de tomar.
Mientras tanto, él la miraba distraído por la ventana; y algunas de sus lágrimas no sabían si llorar, o arrepentirse.
Un comentario sobre “En medio del silencio”
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.
Me quedo cn el impacto de tu frase: “Memorias eran aquellas de tu piel tan mía”. Mucho más allá de las verdades y las mentiras nos queda siempre la piel, la profunda piel de los sentimientos.