EL NUEZ
– Cuénteme como son esos momentos en los que se encierra en su habitación.
– Me dejo caer a escribir sobre el asiento forrado con el olor de mi trasero.
En ese momento es mi único objetivo, las palabras surgen mecánicamente, casi al ritmo de la música que se escucha en la habitación. Solo de vez en cuando paro y rectifico casi la totalidad del contexto en el que deseo encontrarme y busco el talento suficiente para que estas palabras no carezcan de sentido, al menos.
Me pregunto que me queda, si esto no sirviera para nada ¿qué me quedaría?
Los acentos se amontonan mientras vuelvo a repasar lo escrito.
Entonces comienza a generarse la duda.
Durante el tiempo que estoy pensando tengo la sensación de perderlo, de no haber aprovechado los segundos para encontrar esas palabras que me hacen sentir tan bien, que sugieren en mi mente fantasiosa la idea de que puedo llegar a escribir algo con magia.
Magia, desde pequeño he querido creer en ella, imaginando con la inocencia de un niño que algo existe que viene y va de y a no se sabe dónde. Algún lugar desde el cual se susurra el sentido de la vida, donde el sentido de la vida existe; el estar por algo y no para nada.
Es incluso absurdo, ingenuo.
Así me paso los días, entre dudas. ¿Cuánto vale si no todo esto?
– ¿Cuánto valen los momentos? Si para usted es importante darle un valor, quizás es que deba revisar su escala de valores.
– Yo no quiero tener una escala de valores, si fuese importante organizar prioridades tendría un serio problema. ¿Realmente no puedo valorar tan íntimamente tantos aspectos de esta realidad sin caer en los errores de mi propia ignorancia, llegando así a encerrarme en una torre desde la cual tan solo se ven manchas; y sabiendo cuantos matices tienen esas manchas y que no puedo llegar a distinguirlos ¿cómo podría yo elegir?, ¿al azar? No podría aguantar sentir que me equivoco tan brutalmente.
– Pero lo hace igualmente.
– ¿Elegir?
– No, equivocarse.
– … Si, es cierto
– Quiera o no, tiene una escala de valores.
Existe orden en su manera de actuar, en el que la idea que tiene de sí mismo se impone por la fuerza de su voluntad a lo que es en realidad, generando así pequeños o grandes cambios en su estructura mental.
Un orden que condiciona su estado, a veces le limita, pero otras le da libertad para llegar a donde solo usted puede llegar.
Un orden impuesto por la realidad común en la que vive.
Si usted piensa que debería haber actuado de otra manera, aprovechado mejor el tiempo o incluso si culpa a los demás de lo sucedido, lo único que puede hacer es equivocarse, pues lo que ha sido no puede cambiarse ese es el orden, el orden del tiempo. Cuanto más lo intente más caerá en ese circulo vicioso en el que ha dicho que pasa los días. Entre dudas.
– Pero yo quiero aprender.
– Y lo hace, no le quepa la menor duda.
– Uno de mis problemas, bueno dos, son que por un lado quiero reaccionar tal y como soy, fruto de mi intuición, naturalmente, rechazando todos los condicionantes que me imponen ese orden del que habla. Por otro lado quiero estar alerta analizando cuanto me sucede para comprenderlo y comprenderme y estar seguro de saber.
– ¿Por eso escribe?
– Es una de las razones.
– ¿Lee lo que escribe e intenta creer que eso realmente es así, es lo que es usted?
– Leo varias veces lo que escribo y nunca termino de estar satisfecho con el resultado, siempre hay palabras, frases, sensaciones, ritmos susceptibles de ser cambiados. Tengo la sensación de que así puedo controlar lo que pasa, ese mundo que espero ser yo, cambiante, impreciso, volátil como el humo de los cigarros que fumo.
– ¿Le gusta lo que escribe?
– A veces me hace sentir tristeza, creo que es triste pero me gusta.
– Son las doce y media. Siento ser tan brusca al acabar así la conversación. Ha sido un placer conocerle pero me tengo que ir ya, parece que la gente con la que venia quiere ir a otro bar.
– Tengo que darte las gracias por escucharme. Ahora me siento mucho mejor.
– ¿Sabe?, me he quedado con el deseo de leer algo de lo que escribe. Si nos vemos otro día en este mismo local espero que lleve algo encima y me deje leerlo. También me gustaría que me hablara sobre esa magia que mencionó.
– Espero acordarme de llevar alguna hoja en la mochila.
– Si puedo darle un consejo ahora mismo, aunque no ha sido mi intención, es que deje de beber, al menos por esta noche.
– Si, es una buena idea. Mi nombre es Adonay, pero me conocen con el nombre de Hado, Suez o Nuez como prefieras.
– Mi nombre es Ana Cecilia, encantada.
– Igualmente.