Cuando Rimbaud tocó fondo fue en el momento en que sus sentidos quedaron relegados ante el resplandor de lo esencial de sus formas literarias. Y es que, como señaló Leibniz, “la reflexión no es sino una atención hacia aquello que hay en nosotros”. Y es en los sentidos literarios donde nos encontramos con nosotros cuando lanzamos líneas congénitas en un papel pronunciándonos en base a los tres arquetipos de principios que Aristóteles dispuso como “contrariedad” (noción existencial de nuestro factor humano), “privación” (la ausencia de prejuicio interno) y “principio de materia”. Ahora bien, en cuanto a éste último término, el del “principio de materia” existe, últimamente en el pensamiento humano, la intuición cuántica que dice que la materia en realidad no existe y muchos siglos antes ya Buda predijo que “la naturaleza última es el vacío”.
¿A qué viene todo este párrafo anterior indroductorio?. A que con todo ello yo quiero abordar una pregunta hacia mí mismo: ¿es intuición o sólo anhelo el contexto en el que nos hacemos escritores y escritoras de textos que otros leen?. Yo creo que la literatura, en sí misma, es la más clara forma del conocimiento humano ya sea que escribamos en poesía o en prosa. Y al escribir bebemos de esa alquimia que Mallarmé llamaba oscuramente “ecce liber” y que significa, en castellano, que fuera de la literatura no existe otra magia mayor.
Entonces recurro de nuevo a mi pensamiento interno para razonar que la literatura es la búsqueda de nuestro propio ser (lo que sucedió por ejemplo con Rimbaud cuando tocó su fondo) y ese ser de “nosotros mismos” es la verdadera forma del conocimiento humano. En todo ello parece que se centra el misterio.
¿Cómo un puñado de papeles escritos a veces de cualquier manera puede preservar o descubrir la oculta esencia del conocimiento humano?. La respuesta es que en el lenguaje propio de cada uno de nosotros y nosotras, muy dentro de nuestro propio ser, hay siempre un encuentro y un reencuentro continuo con nuestro pensamiento. Y he ahí la verdad profunda de la esencia del verdadero conocimiento humano.
Mi abuela materna: ¡Odo, guacho! ¡Pues llevas razón!