Ferrocarril número 3 (Novela Corta). Capítulo 2.

Vallés se levanta de su asiento del 5,b y se acerca lentamente hacia el lugar donde se encuentra el joven escritor, el cual está como ausente de todo mientras sigue escribiendo. Á Vallés el sudor le recorre todo su cuerpo. LLeva toda la camisa manchada por delante y por detrás. En un principio está dispuesto a volverse hacia atrás y mandar todo al carajo… pero le entra más miedo saber cómo së pondría de violento y esquizofrénico Sáiz, así que, tragando un montón de saliva, se atreve a dirigirse al joven escritor con un hilillo de voz casi ininteligible.

– Por favor… caballero… ¿Podría?.

El joven escritor, que sigue con su cigarrillo encendido en la mano izquierda, levanta la cabeza y mira a Vallés. A éste el sudor le empieza a chorrear por la frente.

– ¿Podría hablar usted un poco más claro?. No he escuchado lo que ha dicho.

¿Habrá escuchado o no habrá escuchado bien aquel joven tan atractivo y sereno aquello de si podría?. Él sólo distingue, porque anda ya corto de la vista, una ligera sonrisa en el rostro del escritor. Pero piensa que es hora de arriesgarse.

– Que si podría usted hacer el favor, si no le molesta demasiado, de regalarme un cigarrillo.

El joven escritor saca su paquete de tabaco del bolsillo izquierdo de su pantalón y se lo lanza, con firmeza, a Vallés quien tiene que hacer un enorme esfuerzo para recogerlo. Se ha desequilibrado y ha caído estrepitosamente al suelo; aunque el paquete de tabaco está en sus manos.

La carcajada de la mujer que va sentada en un asiento del 4,a junto al pasillo, es de tal magnitud que Sáiz se alarma de nuevo, mientras Herreros mira para ver qué está ocurriendo.

– ¡Qué ridículo está haciendo Vallés!.

– ¿Qué dices, bretón?. ¿Que pasa con Vallés?.

– Que se acaba de dar un tremendo tortazo con el suelo.

– ¡Por Belcebú1. ¡Cuánta pérdida de tiempo y el tren cada vez va más rápìdo!. ¡Este Vallés me está defraudando!. ¡Pensé que era mejor atleta!.

La nueva carcajada de la señora del vagón número 8 vuelve a resonar mientras Vallés consigue ponerse en pie.

– ¿Podría… joven…?.

– Puede usted coger todos los que quiera. No es necesario que implore tanto por un simple cigarrillo. Además tengo otra caja de reserva.

– Gracias… muchas gracias… podría…

– ¿No le estoy diciendo que puede coger todos los cigarrillos que quiera?.

– ¡Qué pérdida de tiempo pardiez!. ¡Este Vallés me está defraudando!.

– No se altere tanto, Sáiz, supongo que tendremos suficiente tiempo para conseguir que el “Código Duque” nos dé resultados positivos.

– ¡Escucha, Herreros, si no te cayas y guardas silencio te rompo la cara de un tortazo!.

– Entonces… ¿Voy en ayuda de Vallés?.

– ¡Te he dicho que te estés quieto y en silencio!. ¡Deja al divino Vallés que demuestre todo lo que vale!.

– Lo decía porque…

– ¿Qué sucede?.

– Que está sudando la gota gorda por todos sus poros y eso que todavía no se ha sentado.

– Confío en su sagacidad. Herreros, confío en su sagacidad ya que físicamente está que ni puede sostenerse en pie.

Mientras tanto la escena en los asientos del 8,a sigue trancurriendo.

– Cojo solamente uno, joven… sólo le estoy pidiendo permiso, si no le molesta, para sentarme a su lado. Es que el porrazo que me dado contra el suelo me ha dejado la pierna derecha echa polvo.

El joven escritor sabe que es una añagaza de aquel patético personaje pero no se inmuta por eso.

– Puede sentarse si quiere frente a mí.

– No… eso no… yo sólo me conformo con sentarme a su lado.

– Pues siéntese.

– Verá, joven. Yo soy el señor Vallés. Me llaman El divino Vallés.

Vallés se sienta mientra intenta darle la mano al escritor pero éste no está por la labor de dejar de escribir por nada del mundo.

– Puede sentarse pero haga el favor de no molestar.

– ¿Podría saber cómo se llama usted?. Le repito que yo soy el señor Vallés.

– Juan.

– ¿Juan?.

– Simplemente llámeme Juan.

A Vallés se le hace un nudo en la garganta. No está consiguiendo la información que le ha pedido Sáiz y eso Saíz no se lo perdona a nadie. Así que intenta descubrir algo de lo que está escribiendo el joven… pero ¡es imposible!. ¡La letra es imposible descifrarla y además es bastante corto de vista!. Se pone los lentes. ¡Imposible!. ¡Es imposible entender ni una sola palabra!.

– ¿Escribe usted en taquigrafía?.

– Usted simplemente goce del cigarrillo si lo desea.

– Pero esa letra es imposible de leer.

– ¿Existe algo realmente imposible?.

Vallés se queda cortado y no reponde mientras el joven escritor cierra su cuaderno y entra directamente al diálogo.

– ¿Le he pregundado que si usted cree que existe algo realmente imposible?.

– Hombre… yo creo… que sí… que existen cosas imposibles.

– No le he dicho imposibles… sino realmente imposibles…

Vallés se siente mareado. Su cara se vuelve blanca.

– ¿Le sucede algo, Vallés?.

– No. Ya se me ha pasado. Ha sido una ligera subida de la tensión. ¿Qué me estaba preguntando?.

– Que si cree usted que hay algo realmente imposible… no imposible… sino realmente imposible.

– ¿No es lo mismos?.

– Lo importante es lo que usted crea y no lo que yo le diga.

– Pues creo que sí. Que siempre hay algo realmente imposible.

– Pues yo le afirmo que no es exacto.

– Que no es exacto ¿por qué?.

– Porque depende…

– Depende ¿de qué?.

– Eso lo tendrá usted que averiguar por sí solo.

El ferrocarril número 3 llega a la Estación de Perales de Tajuña donde hará una parada de diez minutos. Herreros se está mordiendo las uñas y chupánodse el dedo mientras con la mano izquierda se rasca el brazo derecho y Sáiz está realmente descompuesto.

– !Anda bretón!. !Ve a ayudarle!. Y si descubres que no ha descubierto nada interesante me avisas con un ataque de tos. Espero que no se dé ese caso porque de ser así es que no estamos obteniendo resultado positivo alguno. ¡En ese caso improvisaré el “Plan Madrid!¡Sé que vosotros dos sois incapaces de saber qué pienso planear así que espero que no intervengáis en el asunto hasta que haya ideado el plan. ¡Y sé de sobra que el Plan Madrid siempre es muy peligroso!. Intenataré que la astucia de viejo listo triunfe sobre la inteligencia de un joven culto.

– Eso es imposible, Sáiz. La inteligencia siempre vence a la viveza. un vivo que se las da de listo nunca podrá vencer a un vivo que es, además, inteligente. Por muy joven que sea.

– ¡Cállate y haz lo que te digo, almendruco!. Yo sé que conseguiré la victoria.

Todo aquello había seguido siendo escuchado por la Señora de Moreno que simulaba estar leyendo la novela “La Regenta ” de Leopoldo Alas “Clarín”. ¿Habría algo de eso en las ocultas intenciones de Sáiz. La Señora de Moreno, que no era muy lista pero sí muy astuta, se dio cuenta de que probablemente sí. Así que se limitó a esperar acontecimientos.

Y Herreros, temblándole los pies como a una bailarina del Moulin Rouge, se levanta y se dirige hacia donde están hablando Vallés y el joven escritor. Se sienta. con la respiración muy agitada, frente a Vallés.

– Joven, le presento a mi amigo Herrrros, le llamamos el bretón porque nació en la localidad de Vannes del departametne francés de Morbiham. ¿Interesante personaje verdad?.

– Si. Muy interesante.

– Me llamo, efectivamente Herreros y me llaman el bretón.

Herroros le tendió la mano al joven escritor pero este también rehusó estrechársela.

– No se preocupe Señor Herreros. Yo sólo soy simplemete Juan. Por otra perte ¿no es Vannes Morbihan una traducción castiza de Vanidad Morbosa?.

Un silencdio produndo se adueñó del 8,a.

– No se moleste. Es sólo una borma . Las bromas, que a veces son inocentes y a veces no, pueden dejar de ser bromas en algún momento y hacerse realidad. ¿Qué le pasa a usted señor bretón?. Mi padre me dijo, antes de morir, que “los trenes, cuando llegan al final del mundo siempre vuelven Juan”. ¿No le parece sabia esa frase?.

Herreros se dio cuenta, por la cara pálida y el sudor frío de la frente de Vallés, que no había conseguido absolutamente descubrir nada. Y comenzsó a toser como un condenado o un lcco preso de un ataque de histeria. Esa era la señal predeterminada que no esperaba preciamente escuchar Sáiz. ¡Todo menos aquella tos asmática, como de persona con los pulmones más negros que los de un carbonero fuumador, que demostraba que todo había sido un fracaso!. Así que era mjejor intervenir. Se levantó nerviosamente, con un continuo parpadeo de sus pupilas como si la luz del sol le molestara excesivamente, farfulló un par de palabrotas malsonantes y se dirigió, con los pies demblando de miedo y las venas de su cuello ota vez hinchadas que le daba a sus yugulares aspecto de mapas geográficos en alto relieve, hacia el lavabo. Al pasar junto a Vallés le propinó un fuerte y doloroso golpe en el hombro izquierdo. Vallés aulló de dolor pero entendió el mensaje del iracundo Sáiz y le siguíó, como un corderito o un perrillo faldero sigue a su pastor ovejuno o a su amo, hacia el lavabo. Ambos entraron en él y cerraron la puerta con el pestillo.

– ¡Inútil!. ¡Más que inútil!. ¿No has conseguido ninguna inmformación relevante?.

– Ya sabes que yo no soy periodista ni detective investigador sino sólo un mísero empleado de Banca. Me ha sido imposible saber únicamente que se llama Juan.

– ¿Ves cómo eres un inútil?. ¡Me has decepcionado divino Vallés!. Juanes hay millones en el mundo entero. !Vamos!. ¡El ferrocarril ya se ha puesto de nuevo en marcha!. Así que tenemos que volver a empezar de cero.

El tren acababa de salir de Perales de Tajuña y en comenzó a sonrar por el micrófono del vago´n la canción de Perales titulada “¿Y cómo es él). Aquello no le hacía ninguna gracia a Saíz pero a la Señora de Moreno le hacía sonreír en silencio.

– Nos quedan apenas media hora de viaje. En esos pocos minutos, antes de llegar a la Estación de Atocha, tengo que dar forma adecuada al “Plan Madrid”. ¡Sé que vosotros dos sois tan inútiles que no me podéis ayudar en la tarea!.

– ¿Nosotros inútiles?.

– ¡Si vosotros dos inútiles perdidos y yo perdido en medio de la niebla y el caos mental!. !Le he dicho a Herreros que tengo que inventar el “Plan Madrid” aí que volvamos los tres a nuestros asientos!. ¡Sé que es difícil porque sé que es un tipo listo pero mi viveza triunfará sobre su inteligencia natural!.

– Perdona Sáiz, pero la lógica dice que un tipo listo que se las da de demasiado vivo nunca triufa ante un tipo vivo que es verdaderametne inteligente.

– ¿De qué parte estás tú?.

– De la tuya por supuesto pero no te enfades. La cuestión de la lógica es inapelable y nos enfretamos a un tipo verdaderamente inteligente.

– ¡Cállate ya o te rompo las narices de un tortaco?. !Vamos!. ¡A nuestros asientos!.

Sáiz y Vallés salieron cogidos de las manos, como dos verdaderos enamorados, para no perder el equilibrio, lo cual hizo estallar una nueva carcajada en la Señora de Moreno a la cual Sáiz lanzó una mirada de odio; por lo cual decidió seguir disimulando leyendo “La Regenta”.

Caundo llegaron a la altura de Herreros, Sáiz volvió a propinar un puñetazo en el hombre izquierdo de éste que se levanto rápidamente y se dirigió con sus compinches a los asientos del 5,b.

– Sólo me hicho que no esxiste lo imposible an algunas ocasiones.

– ¿Eres tonto, Vallés!. ¡Me has decepionado!. ¿Qué quiere decir esa frase?.

– No he podido entenderla y él no me la explicado. No lo sé. No puedo entender su filosfofía personal. Es tan original que es imposible interpretarla. ¿Por qué no lo haces tú que tan listo eres?.

– Lo intento… lo intento… pero no puedo…

– ¿Y no serás que nos estás utilizando como conejillos de indias?.

– Cállate, Hereros, o te rompo la nariz de un torazto. Y ahora dejadme pensar. Escuchad. Tengo pocos minutos para idear el “Plan Madrid”

– De acuerdo… pero tienes que hacerlo antes de llegar a la Estación de Atocha.

– No lo olvido. El “Plan Madrid” es para mí de vida o muerte.

– NO lo dudo, Sáiz. ¡Sé que encontrarás un buen plan para esta misión inconfesable!.

– Pues ten siempre la boca cerrada tú tambieém Vallés. ¡Sois dos tipos totalmente fracasados!. Sólo dos chupatintas administrativos nada más. No tengo ni idea de qué voy a hacer pero algo se me ocurrirá porque para eso soy Jefe de Personal, de Flechas y de Pelayos. Si doblego a profesionales de la editorial Hauser y Menet, donde trabajo, podré doblegar a un simple escritor.

– Me parece que es mucho más que un simple escritor.

– ¿Qué dices, Vallés?. ¿Cómo va a ser nada más que un simple escritor?.

– Porque un simple escritor no filosofa así.

– No os preopcupéís. Es tan sólo un chupatintas como vosotros dos. Y yo a los chupatintas los domino con una sola mirada.

La Señora de Moreno seguía escuchando toda la conversación mientras continuaba haciendo como que leía “La Regenta” de “Clarin”. Para ella todo estaba claro. Estaban intentando poner una trampa al joven escritor. Pero ella sabía que en la mente de Sáiz había algo más que en la mente de Vallés y de Herreros. Así que agudizó aún más su oído derecho. el izqurdo no le funcionaba bien y se estaba quedando algo sorda opor ese lado.

– ¡Ya lo tengo!.
– ¿Ya lo tienes, Sáiz?.
– !Ya lo tengo, Vallés!.

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