Ferrocarril número 3 (Novela Corta). Capítulo1.

1 de julio de 1983. El ferrocarril número 3, proveniente de Cuenca y con destino a Madrid, ha efectuado una parada de quince minutos en Tarancón. En el vagón número 8 viajan, únicamente, cinco personas: cuatro hombres y una mujer. Tres de los hombres, ya de bastante avanzada edad, comparten conversación entre ellos y están sentado en los asientos 5,b. La mujer viaja muy cerca de ellos, en un asiento del 4,a. El último de los viajeros del vagón número 8 es un joven que va sentado, escribiendo, en uno de los asientos número 8,a. Viaja junto a la ventanilla para observar bien el exterior y para aprovechar mejor la luz del sol.

– Escucha, Vallés, tenemos que conseguirlo.

– Estoy para lo que me ordenes, Sáiz.

– Y tú, Herreros, tienes que apoyar el plan.

– No fallaré, Sáiz. Lograremos nuestro objetivo.

– Vallés, tienes que saber qué está escribiendo y, sobre todo, a quién está escribiendo.

– Tengo una feliz idea, Sáiz. Aprovechando que está fumando me acerco a pedirle un cigarrillo.

– Perfecto. Después te sientas a su lado e inicias una conversación.

– Pero, ¿qué le digo?.

– Lo que sea, imbécil, lo que sea. No importa lo que hables con él. Sólo tienes que saber qué es lo que escribe y, sobre todo, a quién le está escribiendo.

La pasajera que viaja en unos de los asiento número 4,a junto al pasillo, está escuchando la conversación sin que ninguno de los tres se entere. El joven que escribe en un asiento de los del número 8,a sigue escribiendo mientras aparenta que está fumando. No fuma. Él también tiene su propio plan. Pero sólo escribe en silencio.

– ¿Y qué hago yo?.

– Tú eres bastante inútil para estas cosas, Herreros, pero en esta ocasión puedes valerme de mucho. Lo que tienes que hacer es que cuando Vallés consiga establecer conversación con él, tú te acercas y te sientas frente a Vallés dando a entender que eres su amigo. ¿Has entendido bien?.

– ¿Y cómo le explico yo eso al joven escritor?.

– Eres bastante tonto. A él no tienes que decirle nada. Tú deja actuar a Vallés.

– Y al final entras tú en escena como siempre, ¿no es cierto, Sáiz?.

– Exacto. Eres divino Vallés y tú, bretón, tienes que aprender todavía mucho. Así que simplemente mantén silencio. Cuando tengas toda la información memorizada, Vallés, me la dices a través del “Código Duque”. Ya sabes a lo que me refiero.

Una sonrisa cómplice se refleja en el rostro de los tres hombres que van sentados en el los asientos del 5,b. La mujer, que ha oído toda la conversación, se levanta y se encamina hacia el lavabo. Al pasar junto a los asientos del número 8,a deja caer una tarjeta sobre el asiento de al lado del joven escritor. Éste sigue entregado a su labor de escribir. No ha vito la tarjeta. El tren reinicia su marcha. Aparece el revisor del ferrocarril y la mujer se regresa a su asiento en 4,a sin haber usado el lavabo.

– ¡Qué extraño!.

– ¿Qué extraño el qué, Sáiz?.

– Vallés, ¿te has fijado en lo que ha hecho esa mujer?. Estoy seguro de que iba a utilizar el lavabo pero se ha vuelto hacia su asiento sin haber entrado en él.

– Es porque ha entrado el revisor para pedir los billetes, Sáiz.

– ¡Vaya!.¡Buena observación, Herreros!. Parece que hasta un bretón como tú es capaz, de vez en cuando, de aportar alguna respuesta valiosa y exacta. Ahora guardemos silencio. ¿Habéis entendido lo que debemos hacer cada uno?.

– De acuerdo, Sáiz. Yo lo he entendido todo.

– Sé que eres divino Vallés. Y tú, Herreros, ¿eres capaz de haber entendido lo que debes hacer o te lo que tengo que volver a repetir más fuerte?.

– Soy bretón pero no tonto, Sáiz.

– A mí no me pareces tan tonto como aparentas pero, bueno, está bien, eso favorece mis planes. Confiaré por esta vez en tu corta inteligencia.

El revisor pide el billete a la mujer de uno de los asientos del número 4,a junto al pasillo.

– Está bien, señora Moreno, está bien. ¡Que tenga buen viaje!.

Se acerca ahora a los tres hombres que vajan en los asientos del 5,b. Sáiz junto a la ventanilla y tanto Vallés como Herreros junto al pasillo; el uno frente al otro.

– ¿Los billetes, por favor?.

Una especie de inquietud nerviosa le hace temblar el pulso a Sáiz mientras Vallés y Herreros muestran sus respectivos billetes.

– Muy bien señores Vallés y Herreros, muy bien. ¡Que tengan buen viaje!. ¿Y usted, caballero, me puede enseñar su billete, por favor?.

El temblor de manos de Sáiz es ya muy evidente. Saca su cartera y empieza a buscar desesperadamente. Tiene el rostro crispado y desencajado. Si el ferrocarril número 3 llega a la Estación madrileña de Atocha sin que haya podido obtener la información que tanto desea y que ni los mismos Vallés y Herreros conocen para qué la desea con tanta ansiedad, todo su plan se vendrá abajo. El tren ya ha reanudado su marcha y cada vez va cogiendo mayor velocidad. Es necesario actuar muy rápido para conseguirlo. Por eso está tan nervioso. Al final, aunque le duele el estómago preso de los nervios, consigue calmarse tomándose una pastilla mientras el revisor sigue esperando impasible y sin perder el control de la situación.

– Lo siento caballero, pero si no tiene billete o se baja del tren en la próxima parada o tendrá que comprar uno por el doble de su valor.

Eso de pagar el doble de su valor le hace sudar teniendo en cuenta de que es tan avaro que el billete suyo, aun teniendo la cartera repleta de dinero, se lo han pagado entre Vallés y Herreros.

– No te preocupes, Sáiz, para eso estamos nosotros.

– Gracías, Vallés.

Vallés y Herreros pagan un billete para Sáiz, que con los nervios a flor de piel no encuentra el que le habían comprado artes, por el doble de su verdadero valor.

– Muy bien, señor Sáiz, muy bien. ¡Que tenga un buen viaje!.

El revisor se dirige ahora hacia los asientos del 8,a y le pide el billete al joven escritor que, distraídamente, sigue escribiendo.

– Por favor, joven, ¿me puede enseñar su billete?.

– El joven escritor saca el billete de su bolsillo interior izquierdo de su chaqueta y se lo entrega al revisor con la mano izquierda pues la derecha está ocupada por el bolígrafo con el que escribe.

– Muy bien, joven, muy bien. ¡Que tenga un buen viaje!.

Después, en voz muy baja, inaudible para el resto de viajeros, le dice.

– ¿Es suya esta tarjeta?.

El joven escritor recuerda entonces que una mujer se había acercado, hacía unos instantes, y deduce que la debió dejar allí con alguna intencionaliad. No puede decir que sí porque estaría mintiendo… pero tampoco tiene por qué decir que no…

– Gracias.

El revisor se aleja hacia el siguiente vagón mientras el joven escritor sostiene la tarjeta con la mano izquierda mientras termina uno de los muchos párrafos que lleva ya escritos. En el vagón número 8 a Sáiz le vuelve a entrar la ira y el miedo escénico mientras se le hinchan las venas del cuello.

– ¡No!. ¡No puede ser!. ¡No ha dicho su apellido!. ¡Hemos perdido una clara ocasión de saber cómo se llama!. Así que te toca adivinarlo a tí, Vallés.

– Yo… esto… si… si me lo mandas lo cumpliré… le sacaré el nombre… pero no soy adivino.

– ¡Imbécil!. ¡No quiero para nada su nombre!. ¡Necesito saber su apellido!. ¿Has entendido cretino?. ¡Su apellido!.

– Si él no lo consigue lo conseguiré yo…

– ¡Cállate, bretón!. ¡Si el divino Vallés no lo consigue tu serías incapaz de hacerlo!. Así que limítate a estar callado. Sólo te necesito para que observes detalles nada más. ¿Entendido?. Y si Vallés no lo consigue entonces tendré que hacerlo yo mismo. Y eso me preocupa. Me preocupa demasiado.

– ¿Tienes acaso miedo?.

– ¿Miedo?. ¡Pues sí… tengo miedo de que el “Código Duque” sea un fracaso!.

Mientras Sáiz oculta su verdadero deseo a Vallés y Herreros, el joven escritor ya está leyendo la tarjeta. Es una sencilla tarjeta personal. Una tarjeta con un nombre tipografiado en ella y, en la parte inferior, alguien ha escrito, con un bolígrafo, tres apellidos y una frase. Lo lee con toda atención y para sí mismo: “Señora de Moreno”. Y debajo lee lo añadido a bolígrafo: los apellidos Vallés, Herreros y Sáiz y una frase que dice: “Operación Duque”. Memoriza toda la información. Se guarda la tarjeta en el bolsillo trasero de la derecha de su pantalón de manera premeditada. Pone sus ocho sentidos en funcionamiento y continúa escribiendo como si no hubiese sucedido nada. Está intuyendo lo que significa el “Código Duque” y, por eso, se muestra totalmente sereno.

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