Estamos en Guayaquil por unos días (invitados por nuestros amigos de la familia Lemos) antes de partir hacia México donde tenemos apalabradas unas reuniones para la ONG de Liliana. Allí, en México, aprovecharé para visitar a José Angel Merino (mi más querido amigo de la infancia madrileña) para ir juntos al Yucatán donde espero, a través de la consulta de los Chilam Balam, terminar un trabajo sobre la civilización de los mayas yucatanes que dejé interrumpido en el año 2005 por causas aejnas a mi voluntad.
Pero ahora estamos en Guayaquil (ciudad que me trae hermosos recuerdos de aventuras vividas en el pasado) y hemos presenciado, en el Centro Cultural Sarao, un espectáculo de danza joven ofrecido en esta sala que acoge a 100 espectadores por el Grupo Sarao del mismo Centro.
El resultado final fue una apoteósis de aplausos por parte de los espectadores tras un par de horas de silencio absoluto en medio de un ambiente de luces oscuras que mostraban un escenario de tonos sobrios pero realmente espectacular en cuanto al arte del ballet moderno. De las tinieblas surgió, de repente, una luz cenital tenue y emergió una figura humana. Era el bailarín Mario Suárez, quien deslizó, en medio de giros acertadísimos y extensiones de brazos y piernas, toda una pléyade de gestos tristes en su rostro. Gestos para mostrar una profunda melancolía porque estaban representando “la posesión del otro”. En el centro, una fotografía de mujer sobre la mesa del escenario.
De fondo sonaba continuamente la canción mixteca “Sandunga”, de Lila Downs, autóctona del norte mexicano. Después fueron apareciendo ellas: Vanessa Guerra, Wendy Leyton, Alejandra Delgado, Nancy León, Cindy Contreras, Michelle Mena y Carolina Pepper. En la última escena, la de Carolina Pepper, el número se titulaba “el otro del otro” y se apoyó en el arte teatral para emitir un breve monólogo en el transcurso del cual dijo por seis veces consecutivas la siguiente frase: “observa, controla, gira”. Y Mario Suárez, siempre como émbolo sistemático de la presencia de las mujeres, observó, controló y giró… con sus movimientos robotizados al compás de las extensiones geométricas de las danzas femeninas.
Toda la obra coreográfica fue una crítica “al dominio del otro” sobre una persona determinada. Todo articulado y traducido con tonos de fuerza y con la rapidez de los movimientos humanos dentro de la estética representativa de lo trascendental que se estaba narrando con la danza. Lo dicho. Un final lleno de apoteósicos aplausos rompiendo el silencio sostenido durante dos horas en medio de la penumbra y las luces del sobrio escenario. Capacidad e intensidad dramáticas a través de una coreografía de danza joven que tiene pensado extenderse por otros ocho países americanos.
Nueve Nuevas Coreografías en esta representación titulada “Fragmentos de Junio”. Nueve bailairnes (un hombre y ocho mujeres en la posesión del otro) que tienen por delante un arduo trabajo bien desarrollado y espléndidamente articulado en torno a la “Sandunga” de Lila Downs. Os escribo esta página de mi Diario a pocos días de salir hacia México. Pero eso, lo de la investigación del pueblo maya, queda para otro momento. Hoy, en Guayaquil, estoy pasando unos felices momentos junto a mis amistades de antaño. Un abrazo cariñoso para todos los voremios y voremias del mundo.
Muy buena tu descripción de los hechos. Es como si se estuviera allí. Dan ganas de presenciar el espectáculo por si mismo. Sé bienvenido a México Diesel!Esperamos con ansia tu trabajo sobre los mayas de Yucatán.
P.D. Sólo como un dato: Lila Downs es originaria de Oaxaca, estado del sureste mexicano y Canción Mixteca, Sandunga y Dios Nunca Muere son canciones tradicionales consideradas himnos para los habitantes de la región istmeña.