Fumata

Nada sé de ti que otros no hayan dicho. Quienes callan tu verdad han sabido erigirte como centro de la urbe, como columna vertebral donde las verdades son únicas y un solo dios lleva luenga barba. Desde que vi tu imagen, disminuída por la ebriedad de una tarde, susuré silencios para el nuevo Rey de una Cristiandad desordenada. Desde tu quietud pasmosa, desde la calidad de tus neuronas colosales, ha llegado el triunfo de la razón, de un descartiano afirmar que sólo es lo que en relealidad es; lo demás pertenece a la contumaz degeneración de la distancia. Y porque no siendo “tu hijo” debo ser miembro de la comunidad global de este mundo, miro tu caminar pausado, la lentutud de tus gestos, los soslayos de tus miradas y ese no-saber-nada de lo que en tu corazón refugiado en la consonancia de tus Mozart, dejarás entrever por los siglos de los siglos.

Si hubiera de llamarte de algún modo debería encontrar el justo término:nunca padre, porque ése, según tú está en los cielos. ¿Y en la tierra? Quiza huérfanos miremos tus ojos distantes y tus manos macilentas y esperemos la taxativa razóm por la que el amor sólo es razón fundamentada. Quizá, los dados de Dios, estén un poco trucados y la partida, de antemano la has gana Tú, sin vacilar, como debe ser y como exige una espera de muchos servicios prestados a la causa.

Deja una respuesta