Hay días en que las horas van deslizándo sus minutos a manera de girándulas y entonces, segundo a segundo, te vas llenando de conciencia; notas la mano amorosa trazando dibujos sobre tu corazón y ya no existen las batallas sangrientas de lo cotidiano sino que todo se hace festivo y se yergue el alma hacia un sinfín de sensaciones que o bien lo puedes llamar ensueño o bien lo defines como sensación. Destapas entonces el misterio de las cosas y encuentras allí, en medio de lo puramente material, un hálito de espíritu del cual no deseas apartarte para que no se termine nunca la magia del momento. Y sigues sintiendo la mano amorosa dibujando sobre tu corazón un símbolo pragmático que te hace emigrar hacia el fondo de tu interior.
Entonces te fundes en un solo perímetro de existencia que algunos lo han llamado hechizo y que es, sencillamente, el canto sinfónico de todos sus sentidos creando una melodía concéntrica alrededor de tu espacio vital. Este domingo ha sido, para mis vivencias, un día así; un día que no quisiera que acabara nunca. Y doy las gracias a la mano amorosa que ha ido dibujando, segundo tras segundo y deslizando los minutos por el tobogán de la existencia, el símbolo del hechizo que sus dedos han elaborado sacándole sustancias al tiempo.