IMAGINACIÓN ATRAPADA (novela,1993)

Llegó a las diez treinta de la mañana, totalmente desorientado. Era su primera salida de casa, de sus calles y sabía pese a su corta edad, que aquí tendría que formar parte de otro si bien diferente “hogar”.
Paseaba por los grandes patios de tierra, rodeados de bosque frondoso. Miraba el horizonte del Mar que tan bien se apreciaba a esta altitud.
Allá abajo, apenas a medio kilómetro, se divisaba, atrapada entre árboles, la Cartuja, oculta en la oscura maleza. Le habían hablado de los Monjes Cartujos, creía comprenderlos, aunque los tacharan de locos, para él eran algo así como “elegidos”, sí, todavía un mocoso y habíase sentido tantas veces solo y elegido…

Los Monjes eran extraños para la sociedad, sus hábitos eran reliquias, profesaban una religión abstracta en la vida. Se decía que no hablaban entre ellos, trabajaban en sus huertos, componían obras de artesanía, y pasaban horas y horas meditando y orando. Tal vez enfrascados en estudios mágicos, buscando nuevas fórmulas (alquimia de utopía), que revolucionarían el mundo entero. Sonaba a cuento de hadas y admiraba en silencio.
Ahora Miquel se embriagaba en su soledad, la nostalgia y la tristeza le aturdían, sus ojos acuosos inspeccionaban el paisaje. Despacio recorrió los claustros llenos de sombras y vacíos entonces, de aquel Seminario, donde le habían internado para continuar el Bachillerato. ¡Qué pequeño era él, en medio de aquellas centenarias columnas, de aquellas fuentes talladas en piedra y decoradas con mármoles de colores, en formas de animales sagrados. Envueltos en una aureola bíblica. Desde ahí, veía tres claustros más bordeados por anchos pasillos, fundidos con enormes arcos y vidrieras. Estos se unían por unas escaleras de caracol, que giraban y giraban sin que pareciera tener fin. Fue subiendo los escalones, sin prisas, fijando la vista en todo el entorno nuevo y algo sobrecogedor, desconocido y desolado en aquel momento. Paró en la segunda planta y extendiendo los brazos, planeó con facilidad mientras de su garganta omitía el encuentro del viento con su motor cascado. En este pasillo se encontraban numerosas puertas, fue mirando por ellas a través de un pequeño cristal rectangular que se hallaba a la altura de los ojos de un ser proporcionalmente normal, por lo que Miquel debía levantar las suelas, para poder ver el interior. Casi todas eran similares, aulas destinadas al curso escolar. Las clases estaban decoradas con gastados mapas geográficos en las paredes. Entró en la que sabía sería la suya, anduvo entre las hileras de pupitres, y se sentó un minuto, en la silla de uno cualquiera. En la tarima, mesa y butaca del profesor; junto a ella, una gran pizarra y manchas de tiza blanca en el suelo. Le gustaba ese dulce olor a lápiz y a goma que se respiraba. Se levantó y salió.
Dirigió su peregrinar hacia las habitaciones, en una de ellas estaba alineada con otras muchas, su cama y un pequeño armario al lado izquierdo. Al llegar había colocado y ordenado sus ropas, sus libros, sus recuerdos…todo lo que le quedaba.

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