Inhabitado

Por los resquicios de una cáscara envuelta en papeles de ciruela,
viajaba una copa vacía, que simulaba resquebrajarse, mientras
se dejaba llevar por las gotas de aquel mar, que era el mar muerto.
La noche no le devolvía más que el eco de sus propias palabras, teñidas por la herrumbre del confesionario angelical; que en sus sueños simulaba ser un palco con cimientos inexistentes.
Había invertido en palabras más de un siglo de desilusión, bordeado por un dulce fuego que no quemaba más que el contorno de sus tibias manos, y de aquellos universos que mañana tocarían su puerta sin razón alguna.
El futuro ya formaba parte de su pasado, tejiendo una nube de exquisitos relámpagos, que invitaban a la soledad a compartir el llanto.

La piedad de su conciencia le devolvía, por momentos, la perdida cruz de sus zapatos congelados por un hielo de marfil, por un hielo de primaveras. Por un incendio de papeles arrebatados bajo la luna desorientada. Le devolvía un juego de naipes, con ojos en la nuca, con espejos recortados entre frases asentadas sobre pétalos de sangre, que prometían su existencia.
Pero no terminaría apresada por un impulso impertinente; sino acogida en el infierno de una voz apaciguada que la llamaba, y repetía su nombre con un hálito de inexplicable ternura. Era aquel que estaba muerto, y sonreía.
Pero todavía no podía arrepentirse, -pensó- el camino no se transita en silencio, sino por encima de él.

2 comentarios sobre “Inhabitado”

  1. Pôr encima de todo lo inhabitado se trasluce ese camino de transitarse en el silencio de las inexplicables ternuras. En efecto, como dice Only, el surrealismo de tu relato late de contenidos henchidos de pasmos orientativos. Excelente, Celeste. Cada día me gusta más tu especial manera de escribir.

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