Jugando a pasar el tiempo.

Años de abuelitas sentadas en el bulevar de la calle madrileña Alcalde Sáinz de Baranda y escuchando el serial radiofónico de “Ama Rosa” con niños jugando a pasar el tiempo corriendo en pos de sueños ideales. Los hombres beben en “El Paleto” mientras fuman “Ideales” intentando borrar las miserias de la pasada Guerra Civil. Entre las madejas, las abuelitas continúan su ininterrumpible labor de tejer aquellos gruesos jerseys de lana que servían para combatir las frías heladas que refrescaban el aire.

Radio Madrid y su «cadena de emisoras propias y asociadas» (la SER) emitía diariamente, a las cinco en punto de la tarde, “Ama Rosa”, uno de los seriales radiofónicos españoles más escuchados por la sociedad española de finales de los años cincuenta.

Estrenado en 1959 y escrito por Guillermo Sautier Casaseca y Rafael Barón, el serial narraba las desventuras de Rosa Alcázar, quien, ante la perspectiva de una presunta muerte inminente, propone algo milagroso al médico que le atiende: dar a su hijo, vivo y sano, al matrimonio que acaba de perder al suyo, los de la Riva, una familia acaudalada. Será un secreto entre Rosa, el médico y el marido de la mujer que acaba de dar a luz a un bebé muerto. Ésta no debe saber la verdad. Rosa no muere, pero deberá olvidar al niño nacido de sus entrañas que recibirá a cambio todo lo que ella no puede darle: carrera, dinero, posición. El amor de esa madre, finalmente, la llevará a colocarse como ama de cría de la familia y al servicio de su hijo, un joven malvado, rico y ambicioso que le hace la vida imposible. Ella lo soporta todo con gran resignación y guarda silencio hasta que consigue que el amor hacia su hijo triunfe sobre todas las cosas. Similia similibus curantur (lo similar se cura con lo similar). Hacer llorar en una España que tenía suficientes motivos para el llanto, ese fue el éxito de “Ama Rosa”. Llorar con los seriales era como la tableta Okal, “un lenitivo del dolor”, según rezaba la canción publicitaria de la época. O como el Quitadolores Kital, patrocinador de los primeros seriales de Sautier. Las voces que daban vida a los protagonistas de esta radionovela eran Julio Varela, Juana Ginzo (Ama Rosa), José Fernando Dicenta y Matilde Conesa entre otros. La versión teatral en tres actos de “Ama Rosa”, escrita por Guillermo Sautier Casaseca, Fernando Vizcaíno Casas y Rafael Barón Valcárcel se estrenó el 29 de marzo de 1959 en el teatro Arriaga de Bilbao. En 1960 León Klimowsky rueda, bajo el mismo título, la versión cinematográfica, protagonizada por Imperio Argentina.

Por allí corren Cecilín, Asensio, Marianito, Ricardito, José Ángel, Caneda, Ruano, Guerra, los pepinos, el tirapedos, el botones al revés, los mellizos de Santander, nosotros… mientras sonríe Polito que busca, solamente, participar de aquel correcalles en que nadie le deja ser protagonista principal.

Observo a Polito sonreír en aquel año de 1959 y la sonrisa de Polito se me introduce en un rincón del alma. Jugando a pasar el tiempo. Época de historias narradas entre el cobijo amoroso de las abuelitas que tejen, sin cesar, jerseys de lana mientras la emisora de Radio Madrid y Cadena SER sigue emitiendo sus enredos sentimentaloides de amores indecibles. Imposible parar el tiempo… pero yo observo a Polito sonreír y una especie de aventura se refleja en sus ojos. Más allá de su sonrisa exsite un hueco que nadie quiere ocupar. Guerra de sentires donde alguien triunfa y alguien pierde; una especie de jugar a pasar el tiempo hasta entrar en la era de los adultos. Yo no deseo escapar de la sonrisa de Polito y busco introducirme en sus deseos y pedirle a Dios que le dé la ocasión, aunque sólo sea por una vez, de poder escuchar una de mis pequeñas aventuras de princesas que le dan un beso. Polito sonríe. Quizás sí… quizás haya sentido esa sensación que tanto se me enreda en el pensamiento. Y es que en esto de jugar a pasar el tiempo siempre me han caído mejor los pequeños perdedores que los grandes héroes villanos.

Y ahora, unas aventuras después, consulto el Internet con la sonrisa de Polito mezclada con la mujer y la radionovela: “Teniendo en cuenta que las últimas radionovelas llegaron hasta finales de los años 70, la imaginería femenina que de ellas se ha desprendido ha calado en varias generaciones de mujeres españolas, y mucho más sudamericanas. Esta tradición fue recogida por la versión televisiva del melodrama radiofónico, el culebrón. Muchos de los valores que las generaciones más jóvenes ven ahora por televisión han sido trasplantados de modo directo de la radionovela. Y aunque existían radionovelas para hombres, de aventuras, de acción, policíacas, la radionovela era el género femenino por excelencia de la radio. Como en el culebrón, la protagonista solía ser una mujer relativamente joven, virtuosa, de pasado desgraciado, que sin querer o queriendo poco a poco va recuperando el orden moral hasta reestablecer una vida mejor, que, por buena persona, merece. En un ambiente machista, donde la mujer vive en un mundo doméstico, las intrigas en su contra y la ocultación de un gran secreto familiar conducen el hilo argumental de todo el story line de los cientos de capítulos que reunían a las mujeres en torno a un aparato de radio a oír, en colectividad mejor, las desventuras de estas mujeres sufridoras a la hora de la sobremesa. Desarrollados desde los años 30 y con su época de esplendor en los 50, las radionovelas tienen su marca femenina incluso en el nombre popular que se les dio: soap operas, denominación que pasará después a los culebrones, llamadas así porque eran patrocinadas por marcas de jabón, lo cual evidencia que el oyente deseado era la mujer ama de casa. El gran pintor en las ondas del “alma femenina” fue Guillermo Sautier Casaseca quien tenía como colaboradora y coautora de muchos de sus trabajos precisamente a una mujer, Luisa Alberca, encargada de desarrollar diálogos de los argumentos planteados por Sautier. Sus primeras colaboraciones juntos fueron “Lo que nunca somos y lo que no muere”, adaptado incluso al teatro y al cine con posterioridad a su radiodifusión. Pero de todas ellas, con seguridad el fenómeno de masas de la radionovela vino de la mano de “Ama Rosa”, de Sautier y Rafael Barón, emitido a las cinco de la tarde para crear adición y filtrar ideología, manteniendo un estatus moral y de comportamiento de la mujer. Esta cultura sentimental adquirida por millones de españolas tomaba como modelos a las desgraciadas heroínas de las radionovelas dentro de los patrones más reaccionarios. Como explica Pedro Barea, “no se podía hacer el amor. Era el territorio de la elipsis. La mujer espera, no toma iniciativas. La mujer trabaja en grupo, la mujer es confidente de la mujer. Los oficios son abnegados, monja, enfermera, soltera que atiende a alguien en casa, mujeres que esperan, criadas. Y muchas desocupadas. El hombre llega, viene. Al hombre le está reservada la aventura. Las aventuras hazañosas y las amorosas”. El estereotipo encarnado en el personaje de “Ama Rosa”, Rosa Alcázar, es fácilmente extensible al de muchas otras mujeres protagonistas de radionovelas. Su rol es el de mater dolorosa, una joven viuda que pierde a su marido durante el embarazo y da a su hijo en adopción entrando a trabajar como ama del niño sin decirle casi hasta el momento de morir que era su madre. Según Barea, el serial radiofónico suele remitir a cuadro estereotipos de mujer propuestos para su imitación:

1.Mater amabilis. Madre común, ama de casa, cotilla, paciente, resignada, esclava del hogar, hijos y marido, a quien obedece convencida de su superioridad y sabiduría.

2.Mater dolorosa. La madre redentora que sufre silenciosamente por sus hijos.

3.Virgo potens. Mujer bravía que gobierna su casa y sus tierras, generalmente rural y escasa en el serial español (la novia de Diego Valor: Virgen y piloto de aeronaves).

4.Turris eburnea. Mujer inaccesible y mundana.

Y así fue desde los primeros, pasado por “Ama Rosa” en la SER desde 1959, hasta llegar a las últimas, como “Lucecita”, de Delia Fiallo (1974) o “Simplemente María”, última radionovela de éxito, de la Cadena SER de 1971, adaptación de Sautier con tres años de emisión”.

1959. Polito sonríe y yo sigo jugando a pasar el tiempo mientras ocupo un lugar preeminente, sin saberlo, en el corazón de mi abuelita que contínúa, tarde tras tarde, tejiendo con las madejas aquellos gruesos jerseys y las bufandas con que se me tapa la boca para no poder gritar que Polito ha entrado en mi pensamiento y le he dejado jugar, por una sola vez en su vida, con mis princesas de la selva amazónica… y es que en esto de jugar a pasar el tiempo siempre me han caído mucho mejor los pequeños perdedores que los grandes héroes villanos.

Deja una respuesta